Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulo 22, 23, 24

Capítulo 22

   -¿Sabes que día es hoy?
   -¿Viernes?- contestó él.
Ambos se encontraban en una fiesta de una compañera de clase de Gonzalo Era un duplex de piedras grisáceas con multitud de ventanas con marcos blancos. Un muro con enredaderas rodeaba el jardín cubierto de césped y de adolescentes. Había una piscina, cercada por farolillos que la alumbraban tenuemente, acogiendo a varios individuos. La casa estaba cerrada por petición de los padres, que conocían la existencia de la fiesta aun estando de viaje en Grecia.
Había mesas repletas de botellas y de comida... Los cuerpos de los chicos rugían con ansia de beberse la noche y gritar a los cuatro vientos que el mundo es de ellos. Bailaban al son de la música sin importar lo que pensaran los demás...
Martina y Gonzalo se encontraban sentados en una hamaca de madera compartiendo un vodzka rojo.
   -Imbécil, sé que es viernes. Pero me refiero, a que hace dos semanas que salimos juntos.
   -Pues... no te he comprado nada- contestó sonrojándose el chico- no se me suelen quedar las fechas.
   -No quiero que me compres nada... Pero pensé que podíamos hacer algo especial.
   -¿Cómo qué?
Ella sonrió pícara y comenzó a besarle. Que linda era, pero que poco precavida... Respondió al beso pero se apartó raudo cuando notó su mano rozando la piel del pecho.
   -¿Qué pasa?- preguntó ella molesta.
   -Te he dicho mil veces que delante de gente no-contestó colocándose la camiseta.
   -Vamos, no seas tonto- se acercó a él, pero se levantó de la hamaca antes de que pudiera hacer nada.
   -Para Martina.
   -¿Pero qué más te da? Están todos bailando y no se enteran de nada- sentenció siguiendo su ejemplo y abandonando la hamaca también con copa en mano.
Volvió a besarle, y él, rendido a sus encantos, no pudo evitarlo hasta segundos más tarde...
   -Voy a por otra copa.
Se separaron bruscamente y prácticamente, Gonzalo salió corriendo hacia donde los demás despachaban la fiesta.
Tenía la mente nublada, había bebido más de la cuenta y Martina no cesaba de ponerle nervioso.
Necesitaba relacionarse con más personas que no fuese ella... Justo entonces, una mano se posó en su hombro.
   -¿Se puede saber dónde has estado escondido estas últimas semanas?
Se giró y vio a su compañera de laboratorio de química durante el último curso. Era realmente guapa y tenía novio desde que la conocía. Un tal Marco, ventitantos años y un mercedes que la recogía todos los días de clase. Eleonora tenía el pelo negro como el carbón, y rizado con un volumen que envidiaban la mayoría de chicas. Ojos castaños maquillados con pinceladas azules, y unos labios preciosos. Era muy alta y esbelta,  con unas piernas extremadamente largas, pero tenía la voz muy infantil. Todos se metían con ella a causa de aquella agudez, pero a él le encantaba. Le daba un toque divertido.
Llevaba unos tacones verdes que se perdían entre el césped, unos vaqueros pitillos y una sencilla blusa blanca.
   -¡Ele! ¿Cómo estás?- contestó Gonzalo alegremente.
Se saludaron con dos besos bajo la atenta mirada de Martina, que supervisaba la escena desde la hamaca con lo que quedaba de vodzka en la mano.
   -¡Genial! Aunque sorprendida de verte aquí. No sueles frecuentar nuestras fiestas.
Éste sonrió tímido.
   -Mi novia quería venir para conocer a los compañeros del instituto.
   -Ah, pues no me ha parecido ver por aquí a Aitana.
Un jarro de agua fría sobre él... Su mirada se oscureció mientras abría la botella de Ron Barceló.
   -Martina. Mi novia se llama Martina.
   -Ah pensé que seguirías con ella, disculpa- pareció realmente arrepentida- bueno, cambiemos de tema, ¿algún plan para el verano?
   -En realidad no... Mi hermano quiere que vaya a trabajar con él a la oficina, pero aún me lo estoy pensando. Sinceramente, no es que sea un buen plan, pero no encuentro nada mejor. ¿Y tú?
   -Pues Marco quiere que pasemos el mes de julio en su casa en la playa de Ibiza... Me apetece bastante y la casa es preciosa, mira tengo fotos- rebuscó en su bolso de piel verde, y sacó un iPhone mientras que se acercaba a Gonzalo para que pudiese contemplarlo mejor- mira, está justo al borde de la playa- señaló la pantalla y el chico observó una preciosa casita color añil con unos jardines repletos de árboles y flores que daban sombra a sus pies a una cala desierta bañada por aguas cristalinas. La foto parecía estar hecha desde el agua, desde un barco quizás.
Ambos estaban muy juntos, y ella pasaba las fotos muy dicharachera...
   -Mi madre se opone rotundamente, pero no me importa. ¡Iré quiera ella o no!
Ambos rieron y Martina se removió incómoda en su asiento a causa de las mirada que se intercambiaban los dos jóvenes. No era su estilo comportarse como una niña celosa, pero aún desde ahí se podía observar el tonteo que tenían... ¡Incluso seguro que Gonzalo no había mencionado que tenía novia!
   -Habla con ella más detenidamente, explícale que no tiene por qué preocuparse.
   -¿Crees que no lo he intentado? ¡Llevo con Marco más de 2 años, y sigue sin aprobar nuestra relación! Es la historia de siempre...
   -Bueno, como te he dicho normalmente, tiempo al tiempo.
   -Es una histérica. ¿Sabes lo que hizo el otro día?- su fina voz se agudizó un poco más al pronunciar la palabra ''día'' cosa que hizo sonreír a Gonzalo
   -Sorpréndeme.
   -Estábamos en el cumpleaños de mi hermano, Marco y yo nos estábamos besando hasta que mi madre nos interrumpió, se puso entre nosotros y con todo su morro  le invitó a dejarnos solas- Eleonor enarcó las cejas consternada completamente- se acercó a mí, y se puso a la altura de mi oído para susurrarme...
La chica había estado reproduciendo la escena, así que se encontraba rodeando la cintura del chico para mantener el equilibrio mientras se ponía de puntillas para poder alcanzar el oído del chico, que la sujetaba con un brazo... Realmente, podía tergiversarse la escena haciendo de ella lo que no era. Cosa que practicó Martina que había seguido detenidamente todos y cada uno de sus movimientos.
Se levantó hecha una furia. Sus ojos destellaban odio y sus andares prominentes hicieron que todos se apartaran a su paso hasta llegar a donde estaba él y la chica de piernas quilométricas.
Le dio un empujón a Eleonora, que no pudo evitar caerse bajo la mirada atónita de l otro joven.
   -¡No te vuelvas a acercar a él, puta!- le gritó exaltada.
 
 

Capítulo 23

   -¿Pero qué estás diciendo, loca?- la otra chica intentó levantarse, pero uno de los tacones se le había resbalado durante la embestida.. Gonzalo, cuando al fin pudo reaccionar, corrió a ayudarla.
   -Martina, ¿qué coño haces?- gritó agachándose y acercándole su zapato.
A su alrededor se había formado un corro de jóvenes curiosos que gritaban la palabra ''pelea'' de maneras retante y tentadora.
   -¿Que qué coño hago? ¿Observo y como palomitas mientras se te tira al cuello la zorra ésta?
Eleonora, atónita, contemplaba desde el suelo como el chico se levantaba, cogía de un brazo a su novia y le gritaba delante de todos
   -¡Vámonos...!
   -¡Suéltame! ¡Se le van a quitar a ésta las ganas de susarrar al oído!
Quiso abalanzarse sobre Eleonora, que se tapó la cabeza con los brazos, pero Gonzalo la sujetó firmemente y la agarró también de la otra mano mientras la empujaba hacia la puerta de salida a la calle.
Forcejeaba para deshacerse de él y volver a la carga, pero al ver que el chico era más fuerte que ella, se limitó a volver la cabeza unas cuentas veces y soltar varios improperios dirigidos a la chica a la que ayudaban varias personas a levantarse.
Martina solo tenía en la cabeza una imagen. Esa imagen grabada en su memoria a fuego lento... Gonzalo tiraba de ella hacia el coche, aparcado justo en la acera de enfrente.
   -Suéltame, me haces daño.
Pero hasta que no hubo entrado en el coche, no soltó su mano...
Se sentó frente al volante, y con la mirada hacia el frente, suspiró como cuan nadie quiere la cosa. Cierto era que nunca había tenido que enfrentarse a ese tipo de situaciones, ya que solía evitar esos tumultos y por supuesto, esas fiestas a las que todos acudían. Siempre les había parecido una pérdida de tiempo y sólo hacía gala de su presencia cuando alguien se lo pedía por favor, como en este caso.
   -¿Por qué has hecho eso?-preguntó despacio.
Martina tardó tiempo en contestar, parecía estar más relajada, aunque las lágrimas brotaban de sus ojos sin control alguno para emborronar su maquillaje que húmedo se escurría entre los riachuelos de sus mejillas sofocadas.
   -¿No viste de qué manera se te insinuaba?- gritó
El chico, con la mirada aún fija en el coche de alante, cerró los ojos por un instante y apretó el cuero del volante suavemente...
   -Es sólo una amiga. Simplemente- pausa- hablábamos- otra pausa- de como su madre le susurró al oído que no pensaba pagarle los preservativos para cuando los usase con su novio de veintitrés años...
Silencio. Dos lágrimas paralizadas. Silencio. Una niña avergonzada. Un hombre decepcionado. Silencio. El ruido del motor de un ford focus negro que arranca y se aleja. Ya no hay silencio.
Unos minutos después, Martina se limpió el rostro con un pañuelo y respiró lentamente.
   -Lo siento...
   -Eso espero- sentenció Gonzalo.
   -No deberías conducir, has bebido demasiado.
   -¿Y cómo pretendes volver a casa?- contestó éste aún algo irritado
   -Podía haber cogido un taxi...
   -Ya claro, para que te entre una pataleta como ésta y le agredas al taxista.
   -¡Bueno ya vale! ¡Te he pedido disculpas joder!
Ésta le miró enfurecida por lo que había subido el tono de voz.
   -¡Martina no me grites!- bramó el chico girándose hacia ella.
  -¡M ira la carretera y detén el coche, quiero bajarme!
   -¿Quieres bajarte? ¿Ahora quieres bajarte?
   -¡Estás borracho!- lloriqueó
   -Tú también lo estás!
Entonces sucedió... Un alfa romeo blanco apareció de repente desde un callejón horizontal a una velocidad vertiginosa que no pudo disminuir al ver el ford que venía hacia él...
Un agudo frenazo rasgó la tranquilidad de la calle... No les dio tiempo a reaccionar y se produjo el estruendo.
Cuando Martina abrió los ojos, se encontraba tumbada en una camilla y una sirena estridente le retumbaba en los oídos incrementando su dolor de cabeza. Una de sus manos era sujetada por otra que reconoció al instante...
   -Gon-gonzalo- tartamudeó e intentó incorporarse.
   -¡Martina estás bien! Lo siento, lo siento, lo siento muchísimo
Éste la abrazó y la ayudó a sentarse. Llevaba puntos en una ceja, pero por lo demás, parecía ileso.
Una enfermera de la ambulancia le explicó que un conductor borracho se saltó un semáforo y se los llevó por delante, pero que afortunadamente no habían resultado dañados. Ella parecía tener un traumatismo craneoencefálico leve por lo que había perdido el conocimiento durante unos minutos, y él se había cortado por encima del ojo con un cristal que saltó de la ventana en el impacto de la colisión.
Testigos del siniestro corroboraron esa versión, por lo que afortunadamente no hizo falta investigar más...
Al llegar al hospital, fueron sometidos a unas cuantas pruebas para certificar que no sufrían cualquier otra lesión interna y poco después, lo abandonaron aprisa
para llamar a sus padres, ya tranquilos, que vendrían a buscarlos minutos más tarde.
Ambos entraron en una cafetería de una gasolinera próxima. Solamente había dos hombres robustos con camisas a cuadros, uno de ellos abierta y dejando descubrir la camisa interior blanca, seguramente camioneros, compartiendo un plato de patatas fritas algo grasientas. Sentada en otra mesa, había una chica de unos 16 años, vestida completamente de negro. Llevaba una camiseta de encaje a juego con unos guantes iguales a excepción de una puntilla en el borde y unos pantalones vaqueros del mismo tono. El pelo, le llegaba hasta la cintura aunque lo llevaba perfectamente peinado. Tenía un piercing en la nariz y estaba totalmente sumida en un libro... ¿El fabuloso destino de Amélie Poulain? Sí, era ese. Irónico... Quizás encajaba mejor en su perfil como persona, libros de vampiros, o de asesinatos, pero quién sabe. Detrás de cada persona hay un mundo sorprendente por descubrir...
Pidieron en la barra un bombón y un descafeinado y se sentaron en la mesa más alejada.
Aún no habían intercambiado ninguna palabra... Gonzalo seguía blanco como el mármol.
Cogió de la mano a Martina y la besó.
   -Lo siento muchísimo. Tenías razón, no debía haber cogido el coche joder, podía haberte matado y no me lo hubiese perdonado en la vida...
   -Tranquilo, tranquilo. También fue mi culpa, no debí ponerte tan nervioso- apretó su mano suavemente- además, si no hubiese montado ese cirio en casa de tu amiga, no teníamos que habernos ido y tu coche aún seguiría de una pieza
El chico sonrió conciliador.
   -Soy un irresponsable. Nunca había conducido bebido te lo prometo-añadió realmente arrepentido- espero que me perdonas algún día, lo siento de veras.
   -Cosas peores he hecho yo, además tampoco habías bebido tanto. Perdona por haberte llamado borracho.
La camarera, una mujer cuarentona de pelo corto y pelirrojo depositó los dos cafés en la mesa y se alejó contoneándose exageradamente.
Los chicos rieron ante tal movimiento.
   -¿Sabes qué?- preguntó Martina- nunca había pedido perdón tantas veces.
   -Siempre tiene que haber una primera vez para todo- y volvieron a reír.
 
 

Capítulo 24

Fiorilla. A medio día...
Martina caminaba entretenida hacia la playa, concretamente al bar Aguamarina. Anteriormente, había planchado un par de cosas para Anne y había pasado la fregona por la entrada de la casa.
Se había explayado casi a la perfección con ella, es decir, le había contado lo ocurrido con Gonzalo aunque había evitado detalles particulares como el del accidente de coche.
Se paró a pensar en lo ocurrido en la fiesta mientras que descendía por las escaleras de piedra.
Recordaba perfectamente como había llamado puta a aquella chica por haber querido ligarse a Gonzalo, cuando en realidad lo único que hacía era compartir con él una anécdota sobre sus padres.
Es más, ahora que recapacitaba en frío... Ella había roto muchas parejas. Y en especial, la de su mejor amiga Aitana. Joder. ¿Se habrían sentido las demás chicas como ella misma se sintió esa noche? Incluso peor, seguro. ¿Por qué no se habría dado cuenta de esto antes? Joder.
Era una puñetera guarra. Le había quitado el novio a su mejor amiga e incluso le había besado en sus narices, y ni siquiera se había arrepentido ni sentido una pizca de remordimiento...
Cuando sus pies tocaron la arena, en vez de dirigirse hacia la zona de bares, emprendió camino hacia el acantilado... Donde las olas rompían no muy enfurecidas contra las rocas, al igual que el primer día que las había visitado.
Corrió, corrió queriendo dejar los lamentos atrás... Todos esos pensamientos que la perturbaban, ¿dónde estaba la Martina fuerte que había sido siempre? ¿la Martina que nunca lloraba?
Se sentó en una piedra cilíndrica y elevada donde las olas no llegaban, pero no por ello dejaba de estar húmeda a causa de las gotitas de agua que sí alcanzaban la cúspide de ésta. Se rodeó fuertemente las rodillas con los brazos y gritó... Pero el sonido de su voz, fue camuflado tras el rumor del mar y los aparentes cánticos de sirenas.
Sólo quería ser normal, y para ello debía poner en orden su vida.
Inspiró profundamente, y después soltó el aire por la boca lentamente. Sí, estaba más tranquila. A ver ¿cuántas parejas había roto ella? Si estaba segura, primero fue Zac el campeón de natación de su instituto, salía con aquella mulata de ojos verdes que ni siquiera hablaba del todo el italiano, luego fue Filippo Barchiesi, aquel tan grandote como bobalicón, llevaba un par de meses con su novia cuando Martina se cruzó en su camino. También estaba Romeo, un verdadero empollón que salía con una chica bastante desagradable a la vista, pero que le proporcionaba unos apuntes de filosofía excepcionales. Y por último, fue Gonzalo... Que salía con la chica mas maravillosa del mundo.
Vale, cuatro veces, cuatro parejas rotas y cuatro corazones destrozados. Y en realidad sólo había tenido necesidad de hacerlo en el último caso, cuando sintió un deseo irrefrenable por ese chico de facciones infantiles. Los demás, simplemente le llamaba la atención, o como ella los llamaba: ''caprichos''.
Efectivamente, era una caprichosa, una caprichosa y una egoísta de dos pares de narices.
¿Y cómo no se había percatado antes de todo eso? ¿O se había dado cuenta y había hecho caso omiso? Un poco de ambas tal vez... Pero eso iba a cambiar.
Se levantó aún entristecida, se frotó los ojos y caminó sobre las rocas evitando el agua para llegar a la orilla, donde se recogió la melena rubia oscura en una coleta alta y emprendió destino el bar de su amigo justo al otro lado de la playa.
Era una caseta, de madera con un gran ventanal, lo suficientemente espaciosa como para albergar unas treinta personas, sin contar el espacio que ocupaba la barra. Poseía varias mesas tanto en su interior como en sus exterior, la mayoría ocupadas. Había sombrillas de mimbre que resguardaban a los clientes del sol y mantenían una temperatura soportable.
De momento no había visto a Lèo por ningún lado, ¿seguiría enfadado por la pregunta de ayer? No lo había hecho con mala intención, pero de todas maneras le pediría disculpas.
Se asomó a la parte de atrás, donde normalmente están los camiones de carga y descarga y efectivamente, ahí estaba él dándole la espalda (y qué espalda), sin camiseta dejando a relucir su torso moldeado y tostado a causa del trabajo y del sol, unos pantalones cortos de color beige y un gracioso gorro de paja.
Transportaba una caja de ¿melones? Sí, melones. Y realmente parecía pesada.
Se acercó a él sigilosamente por atrás, y cuando estuvo próxima, cuidando de que su sombra no la traicionara, le dio una palmadita en el hombro y dijo emocionada:
   -¡¡Bu!!
El chico dio tal brinco, que la caja de melones se le desprendió y se cayó al suelo en una milésima de segundo, desperdigando toda la fruta por la tierra. Al estar en cuesta varios de los melones rodaron hacia abajo.
   -¡JODER MARTINA QUÉ SUSTO!
El chico se puso una mano en el corazón, y se agachó para recoger los varios melones del suelo y devolverlos a su caja.
   -Lo siento- se disculpó arrepentida- voy tras ellos espera.
La chica corrió hacia los 3 melones que descendían rápidamente la montaña de arena.
   -¡Déjalo, ya voy yo!
Lèo la imitó agarrando el sombrero para que no se le escapase con el viento.
Martina había conseguido capturar uno de ellos, pero los otros dos, seguían rodando impasibles con destino el mar si antes no chocaban contra algún desafortunado que tomaba el sol a esas horas.
   -¡Lo tengo, lo tengo...!
   -¡Martina espera!
Pero entonces, Lèo dio un traspié e impotente, corrió la misma suerte que los melones. Se precipitó al suelo y comenzó a descender colina abajo sin dar tiempo a la chica para reaccionar, llevándosela por delante poco después. Ambos rodaron los pocos metros que quedaban y acabaron tendidos, mareados y frotándose zonas doloridas allí donde se habían clavado alguna que otra piedra.
   -¡Mira lo que has hecho!- le espetó ella- ¡estaba a punto de alcanzarlos!
   -Lo siento, me he tropezado ¿vale? ¡Si no me hubieras asustado de esa manera...!
   -Era una broma mañanera, ¡qué poco sentido del humor! Por cierto, ¿dónde están...?
Tarde. Los melones yacían entre la espuma de la orilla y el oleaje los atraía hacia el interior.
   -Creo que eso no va a poder recuperarse-repuso Martina abochornada.
   -No, yo creo que tampoco... ¿Cómo le explico yo ésto al jefe?
Ambos se acercaron a la escalinata, y comenzaron a subir.
   -Es simple; decimos que aquí llegaron ese número de melones, en todo caso podemos culpar al de transporte o no sé.
Lèo sonrió y sacudió el sombrero que posteriormente se puso.
   -Eres mala.
   -Mi propósito es no serlo
   -Pues no lo estás consiguiendo- sentenció peinándose los cabellos aturullados con las yemas de los dedos.

Capítulos 19, 20, 21

Capítulo 19

  -La verdad es que ahora no tengo ganas de nada. Gracias Lèo- añadió.
Éste se removió un poco el pelo y apoyo los codos en las rodillas.
   -Pues quedándote en casa ahogando tus penas no ganas nada.
   -Déjame en paz, por favor- contestó volviéndose para ocultar otra lágrima revoltosa.
Lèo se acercó a ella un poco más.
   -Esta noche voy a salir en barco a navegar... Hace aire y encima hay luna llena. ¿Quieres venirte?
   -¿Por qué haces todo esto por mí?
   -Sólo intento que te sientas cómoda- se encogió de hombros, se levantó y se dirigió hacia la puerta- pero ya veo que te es indiferente.
   -Espera- lo miró tímidamente- me encantaría acompañarte.
Éste esbozó una amplia sonrisa.
   -Nos vemos en la playa a las diez- y salió cerrando tras si la puerta.
A Martina le entró el hipo, y por lo tanto la risa. Le encantaba escuchar los diferentes sonidos que emitía la gente al hipar. Algunos lo hacían muy pausado y grave, otros hipaban agudo y muy repetido asemejando el ruido al de un pato de goma amarillo e inocente después de ser pisado. Otros se enfadaban y maldecían por lo bajo el no poder deshacerse de esa incómoda sensación, otros se reían y por lo tanto provocaban la risa a los demás y por último estaba el divertido grupo que intenta hacer lo posible para que le desaparezca; beber agua al revés, poner cara de pez globo y dejar de respirar, tomar aire fuerte y profundamente, etc.
¿Cómo tendría Lèo el hipo?
Martina sonrió silenciosamente y pensó en lo agradable que estaba resultando ser el misterioso chico de la cicatriz al fin y al cabo. Lo describía como misterioso ya que era, como decirlo, ¿diferente? Parecía no importarle lo que la gente pensara de él, de vez en cuando le surgía un temible temperamento, pero también era muy cálido y sensible.
Escuchó una voz que la llamaba desde abajo, así que volvió a entrar al cuarto de baño para lavarse la cara una vez más y bajó hasta la cocina donde Anne palpaba la encimera de mármol blanco.
   -¿Qué busca?- le preguntó la joven.
   -No encuentro mi caja de pastillas querida, ¿podrías buscármelas?
Ésta echó un ojo hasta encontrarlas por fin en una esquina de la mesa.
   -Aquí están- anunció- ¿le saco una?
   -Te lo agradecería. Me la debía haber tomado hace un par de horas, pero he estado escuchando la televisión y he perdido la noción del tiempo.
   -¿Cada cuánto tiene que tomárselas?
   -Dos pastillas a las doce de la mañana, otra a las cinco, y la última a las diez.
   -Si no es una indiscreción, ¿cómo sabe cuando es la hora?
Anne rió.
   -Lèo me regaló un despertador hace tiempo que suena a esas horas, pero como antes andaba escuchando la tele, no me enteré.
   -Entiendo, ¿va a salir esta tarde?
   -No, necesito descansar para mañana. ¡Francesca y yo iremos a la playa!
Ambas entraron al salón después de que Anne tomara la pastilla, y se sentaron en un sillón.
   -¿Quiere que las acompañe?
   -No hace falta querida- suspiró.
   -Podría hacer pasta para cenar, ¿le apetece?
   -Por supuesto. Bueno Martina, tenemos que hablar. Cuéntame por qué decidiste venir aquí.
   -Ya se lo conté esta mañana, iba de vacaciones...
   -Esa historia ya la sé, pero me gustaría conocer la verdad- cortó.
La chica se sintió cohibida al ver como su mentira era descubierta.
   -Yo...
   -¿Te has escapado de casa?- preguntó franca.
   -En realidad tengo 18 años- contestó bajando la cabeza avergonzada- quería cambiar de aires, se lo prometo. Estaba cansada de mi vida en Roma.
   -¿Tus padres saben que estás aquí?
   -Me puse en contacto con mi hermana, le expliqué que estaba instalada en la costa y que me quedaría aquí un tiempo. Además, les envié un correo electrónico al cual no han contestado. Siento haberle engañado, no quería que me echase de su casa al saber la verdad.
Realmente estaba muy avergonzada.
   -Querida, debes llamarlos tú personalmente. Seguramente no hayan leído el mensaje y estarán preocupados por ti.
   -¿Y si se empeñan en venir a buscarme? Anne, usted no lo entiende, no puedo volver ahí.
   -No puedes estar un paradero desconocido para tus padres, simplemente llámales, que escuchen tu voz, que sepan que verdaderamente estás bien. Tómate un par de días para reflexionar y piensa qué le vas a decir, pero después de ello, poneos en contacto Martina. Ya no eres una niña- se detuvo- y bien, ¿lo harás?
Tras un largo silencio, contestó al fin:
   -Supongo que sí.
Anne sonrió y buscó la mano de la chica para acariciarla.
   -Me alegra saberlo, tus padres no se merecen ese sufrimiento.
   -Usted no lo entiende, discuten día tras día y seguramente les de igual que me haya marchado.
   -No digas tonterías, estarán muy preocupados e incluso apostaría lo que fuese a que te han llamado por teléfono muchas veces y tú no se lo has cogido.
Martina volvió a agachar la cabeza y la anciana tomó el silencio como respuesta.
   -Me ha dicho Lèo que irás a navegar esta noche- intentó, cambiando de tema.
   -Sí, está siendo muy amable conmigo aunque la primera impresión que me dio fue íntimamente lo contrario.
   -Él es así, un día está de buenas, otro de malas y la paga con el mundo que le rodea. Aún sois jóvenes y tenéis que errar, sufrir y amar... para vivir.
   -Ninguna de las tres cosas es buena.
   -¿Cómo que no? ¿Me estás diciendo que no es bonito amar? ¿No es bonito sufrir a causa de que has creado unos lazos maravillosos con otra persona? ¿No es bonito errar, y tener la oportunidad de aprender de ello?
     -Es muy fácil decirlo...
-Más fácil aún si te lo propones. Si te conciencias en cambiar esa mentalidad negativa que tienes jovencita.
En ese preciso instante, Martina hipó por última vez y esbozó media sonrisa.
   -Gracias Anne- sentenció dándole un suave apretón en la mano.
   -Una tiene ya muchos años querida. Bueno, ¿y qué me decías antes de una pasta para cenar?
Ambas rieron y se dirigieron a la cocina a preparar unos espaguetis boloñesa.


La noche comenzaba a tenderse sobre Fiorilla, las olas se proclamaban victoriosas contra el acantilado al percibir el perfume de la luna llena. Algunos padres empezaban a regañar a los niños para que salieran del agua, otros sin embargo, conversaban risueños sentados en sillas de plástico comían deliciosos bocadillos de tortilla y bebían cerveza fresca como quien no quiere la cosa. Reían entre ellos, intercambiaban historias diferentes e incluso se animaban a contar algún que otro chiste malo. Un corro de adolescentes intentaba encender una hoguera para hacer una barbacoa. Precavidos, habían llenado diversos cubos de colorines con agua.
Uno de ellos rodeaba la cintura de una chica pelirroja y la aproximaba a él, ambos se sonreían felices mientras que los demás avivaban el fuego e intentaban distinguir las estrellas que comenzaban a salir también. El verano es lo mejor- pensaban. Es una época mágica que todas y cada una de las personas pueden experimentar a su manera, como ellos decidan y quieran. Es una época en la que todo lo que se propone, se consigue. Es una época en la que todo cambia. Es una época indescriptible que hay que aprovechar al límite...
Martina salía de casa con su bikini y una camiseta de algodón blanca por encima. Anne le había aconsejado que se llevara algo más ya que era posible que refrescara. Sonrió y dijo que hacía una noche muy calurosa para llevarse una chaqueta.
Descendió por la carretera hasta llegar a la playa donde supuestamente Lèo la esperaba a las diez. Aún era pronto, así que se sentó en uno de los botes viejos y pensó que nunca había navegado. Había montado en yates y barcos de motor, pero nunca en uno de vela... Esperaba que el chico lo hubiera previsto ya.
Un viento cálido alborotó su melena y al girarse para ponerla en su sitio, dio con los jóvenes de la hoguera que a varios metros de ella se divertían... Daría lo que fuera por ser alguien normal, por ser uno de ellos que parecían vivir sin preocupaciones ni problemas. Tendría una pandilla de amigos con la que salir, tendría una familia que le llamase a gritos desde la ventana para que fuese a cenar, y sería tan feliz como siempre había deseado.
Pero ahí estaba ella. Sola. Envidiando a todo lo que le rodeaba, y por una vez en la vida, deseando que el verano acabase ya.
Un grito interrumpió sus pensamientos. Levantó la cabeza y contempló a Lèo que agitaba los brazos desde un pequeño barco de vela un poco alejado de la orilla.
Martina sonrió y salió corriendo intentando dejar atrás toda su intranquilidad e inquietud.
Llegó hasta el barco nadando y con dificultades subió a él mientras que Lèo la escrutaba silenciosamente.
   -¿No te has traído nada de abrigo?- le preguntó.
   -¿Otro igual? ¡Pero si mira que calor hace!
   -En alta mar refresca.
   -No me constiparé, tranqui.
Iba sin camiseta y aunque estaba oscuro, se podía apreciar unos músculos definidos que no eran de gimnasio. Llevaba también, un bañador azul marino por las rodillas e iba descalzo. Avanzó hasta la proa y se hizo con dos chalecos salvavidas fosforitos.
Le entregó el más pequeño a Martina y le preguntó.
   -¿Has navegado alguna vez?
   -Podría decirte que gané varias regatas hace un par de años para impresionarte, pero... - se detuvo divertida- no te voy a mentir. No me he montado nunca en un barco de vela, y claro está que tampoco sé llevar ese volante.
Lèo se revolvió el pelo con una sonrisa traviesa en la cara.
   -Timón, es un timón, no un volante.
   -¡Como sea!
   -Abróchate el chaleco anda- le dijo mientras se levantaba para tirar de uno de los cabos del mástil.
   -Tú lo llevas desatado.
Lèo se detuvo por un instante, suspiró y siguió tirando.
   -Yo sé exactamente lo que hacer en el caso de que volquemos.
   -¿QUÉ?- gritó Martina- ¿podemos volcar?
   -Es uno de los riesgos de los barcos de vela- contestó mientras se volvía a sentar a su lado y simulaba una cara de preocupación- se está levantando viento, espero que no el suficiente para elevar olas de varios metros que nos consigan hundir...
La chica miró a Lèo asustada y pensó que aún estaba a tiempo de bajar.
   -¿Lo estás diciendo en serio?
Éste de repente soltó una carcajada y contestó:
   -¡Qué va! Lo único que puede pasar es que tengamos que tirarnos al agua para enderezar el barco, pero por órdenes directas de Anne, debes llevar el chaleco abrochado.
Martina golpeó el hombro del chico.
   -¡Idiota, me has asustado!
   -Lo sé, esa era mi intención.
Y juntos volvieron a reír.

Capítulo 20

  -Bueno, ¿me explicas ésto como va?
  -En realidad había pensado que solamente vinieses a pasear, pero si quieres colaborar un poco...
   -Mientras que no sea peligroso, me veo capaz.
   -¡De acuerdo!-exclamó mientras se alejaban de la orilla- es sencillo... Si quieres ir hacia la derecha, debes llevar el timón hacia la izquierda. Si quieres ir a la izquierda, debes llevarlo hacia la derecha. Esta vela grande se llama la mayor y este palo horizontal que la sujeta, se llama botavara. El que lleva el timón, siempre debe estar al lado contrario de ella. Observa.
De repente, echó el timón hacia la derecha con violencia, y la proa del barco automáticamente cambio de sentido dando prácticamente la vuelta.
   -¡Cuidado con la cabeza!- gritó Lèo.
Martina se agachó asustada lo suficientemente rápido para que la botavara que también cambió de lado, no la golpeara.
El chico pasó por debajo de ella y se colocó justo enfrente de la joven, y de la vela.
   -¿Qué ha sido eso?- preguntó más calmada al ver que el barco tomaba rumbo recto otra vez.
   -Hemos virado, es decir, girado. ¿Lo has entendido más o menos?
   -Sí, si... Aunque si te soy sincera, prefiero mirar un rato como lo haces.
El tamaño de la aldea aminoraba cada vez más, aunque el acantilado seguía imponiendo desde ahí.
El cielo empezaba a plagarse de estrellas más definidas y claras que los observaban curiosas. Martina sentía como el barco era acunado por unas olas suaves y ligeras y como la brisa lo empujaba desde atrás.
¿Y hace unos minutos estaba lamentándose por la tristeza de su vida? ¡Ya quisieran muchos encontrarse donde estaba ella en esos instantes! Simplemente, era perfecto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el susurro del mar, por el silencio de su alrededor, por el maravilloso olor de Lèo y por la tranquilidad que ahora mismo le aliviaba sus temores.


Cuando despertó, sintió que las olas aporreaban el barco.. Sintió miedo. No quiso abrir los ojos por temor a que Lèo no estuviese... a que la hubiese abandonado a su suerte en medio del mar como ya hicieron (no literalmente) Aitana y Gonzalo. El mar rugía embravecido, y la embarcación daba fuertes bandazos contra él. Parecía que estaba tumbada. Sí, lo estaba. Y con la cabeza apoyada en algo blando, una chaqueta quizás.
Con un arrebato de valentía, entreabrió los ojos pero no vio a Lèo por ninguna parte. Le entró el pánico. Se incorporó rápidamente despertándose del todo y notó que alguien se sobresaltaba a su derecha.
   -¡Joder Martina qué susto!
Lèo se encontraba a su lado con el timón en mano, y un susto en la otra.
La chica se tranquilizó al verlo, al sentir como era su pierna en lo que estaba apoyada y como le había echado un jersey por encima. Suspiró calmada, y dijo.
   -La próxima vez prefiero un ''buenos días''- y sonrió.
   -Te has quedado frita- contestó volviendo la mirada hacia el horizonte.
   -Sí, creo que si... - estaba mucho más oscuro que antes, pero seguían navegando con el rumbo que les marcaba la luz del faro- ¿qué hora es?
   -La una.
Martina se asomó por la borda y comprobó que en realidad no había tantas olas como había imaginado antes. Efectivamente, éstas eran de mayor tamaño y se hacían oír, pero ni mucho menos podrían causar ningún peligro.
Sonrió para sus adentros y comentó:
   -Pensé que habías abandonado el barco en algún puerto y que estaba sola en una enfurecida tormenta.
El chico la miró extrañado.
   -Ves demasiadas películas Martina.
   -Puede ser...- miró el jersey- por cierto, gracias por echármelo. Teníais razón, hace frío.
   -Tiritabas mientras dormías.
   -Con que... ¿has estado observándome?- dijo pícara.
   -No, pero apoyaste tu cabeza en mi pierna y noté como lo hacías.
Martina se sintió ridícula.
   -Ah...
   -Póntelo vamos.
Se desabrochó el chaleco y se puso el jersey encima de la camiseta de algodón.
   -Gracias Lèo. ¿Cuándo volvemos a puerto?
   -¿Quieres irte ya?
   -¡No! ¡no! Para nada. Me encanta estar aquí...
   -A mi también, me tranquiliza y puedo pensar sin nada que me distraiga. Por cierto, ahora que estás despierta, háblame de ti... Puedes contarme si quieres el por qué de tu aventura en solitario.
   -Buf... -sonrió mientras se volvía a abrochar el chaleco fosforito y se restregaba los ojos- es una larga historia y no suelo contarle mis cosas a nadie, sin ofender.
   -Con respecto a lo de larga historia, tengo tiempo de sobra... Y en cuanto a lo otro, resulta raro, pero uno se expresa mejor cuando está frente a un perfecto desconocido, o si no, inténtalo.
Martina se relajó. Era agradable sentir la presencia de Lèo a su lado, percibir la esencia de sus palabras e involuntariamente, se dejó llevar.
   -Me he escapado de casa porque estaba hasta los cojones de las discusiones diarias de mis padres. No tengo amigas, todo el mundo piensa que soy una puta porque normalmente, consigo a los chicos que quiero cuando quiero. Mi novio me dejó hace unos días porque seguía enamorado de mi mejor amiga, con la que salía anteriormente. Pero yo le sigo queriendo- silencio interrumpido por una lágrima- quería huir de mi vida como tú dijiste, volar lejos yo sola... Aunque ahora extraño cada minuto, cada segundo... que pasaba en Roma.
Lèo rió silenciosamente.
   -En resumidas cuentas, no eres tan dura como pareces.
   -No, no lo soy- dijo cabizbaja.
   -¿Lo sabe Anne?
   -Sí. Lo hemos estado hablando esta tarde.
   -Ten cuidado, vamos a virar.
   -¿Qué..?
Pero no le dio tiempo a reaccionar, el barco dio un golpe brusco y Martina cayó de su asiento. Rápidamente, quiso levantarse pero con tan mala pata que lo hizo en el momento menos oportuno... La botavara se aproximaba a ella a una velocidad vertiginosa, y no tenía tiempo para esquivarla.
Justo cuando su cabeza iba a ser golpeada, la mano de Lèo sujetó el palo con fuerza para evitar el impacto.
Martina abrió los ojos, y al ver el panorama, dijo sonriente:
   -Tienes reflejos.
El chico se colocó enfrente de ella, y soltó la botavara.
   -Soy portero de fútbol, debo tenerlos.
   -Yo soy delantera. Podremos quedar algún día para echarnos unos tiros, ¿no?
   -Dudo que quieras...
   -¿Me estás retando?
   -Probablemente sí-contestó haciéndose el interesante.
Soltaron varias carcajadas hasta que Lèo anunció:
   -Esta noche no hemos visto peces... Es extraño.
   -¡Mejor! Detesto los animales.
   -¿Estás loca? Alguno habrá que te guste.
   -En realidad no... Creo que no.
   -Hasta que encuentres uno con el que te sientas identificada... Por ejemplo, un lobo. Los pintan como animales voraces, peligrosos, y en verdad no lo son. Antiguamente se le otorgó una fama que no les hace justicia, y por lo tanto, éstos lloran, aúllan en protesta a su historia. El Lobo aúlla a la Luna, el dolor alimenta sus pasos y alienta sus voces. Sus voces a la Luna son gritos al cielo suplicando y reivindicando su naturaleza..- Lèo pasó su brazo bajo la botavara y le sujetó cariñosamente de la barbilla húmeda a causa de las lágrimas- la única diferencia entre los lobos y tú... Es que tú aúllas en silencio. Sufres en secreto tu fama y tus penas... Mira, estamos llegando- y señaló a lo lejos Fiorilla.
Silencio. Otra lágrima traviesa se estrella contra el mar. Silencio. Un silbido del viento cauteloso. Dos jóvenes amigos. Silencio. Luna llena que observa y otro aullido omitido... 

Capítulo 21

Recurriendo a la ausencia de palabras, atracaron la embarcación y recorrieron la aldea como únicos transeúntes. Al llegar a casa de Anne, Martina se quitó el jersey y se lo entregó a Lèo, que a pecho descubierto la escrutaba.
   -Gracias por el paseo. Ha sido fantástico.
   -Gracias a ti por hacerme compañía. A veces es un poco aburrido navegar tan solo.
   -Pues cuenta conmigo cuando quieras. Bueno, debo entrar...
   -Sí, yo también tengo que volver a casa. Mañana madrugo para ir a trabajar.
   -¿En qué trabajas?
   -Ayudo con la carga y descarga de cajas en Aguamarina, un bar de la playa.
   -¿Podré ir a visitarte?
   -Si no tienes otra cosa mejor que hacer...
   -¿Por qué eres siempre tan borde?- dijo ésta golpeándole un hombro.
   -¡Si tú lo eres más que yo!- rió.
   -Eso habría que verlo, ¡por cierto!... ¿Puedo preguntarte una cosa?
   -Depende.
Martina puso los ojos en blanco y disparó aquello que tanto se había contenido.
   -¿Cómo te hiciste esa cicatriz?- y le señaló el pómulo.
Lèo se llevó una mano al rostro y seguidamente consultó el reloj.
   -Es muy tarde- anunció- deberías entrar.
La muchacha comprendió la indirecta y asintió.
   -Hasta mañana, gracias por todo.
Abrió y cruzó hacia el interior de la casa insegura por haberle dañado con la pregunta. Estaba oscuro, excepto por la luz que entraba por el hueco aún abierto de la puerta. Su mirada estaba fija en el salón. Entonces decidió volver a asomarse fuera... Lèo ya no estaba ahí, sino que caminaba despreocupado hacia su casa con las manos en los bolsillos y el jersey en un hombro. El pelo se le despeinaba a causa del aire y se iluminaba con el destello de las farolas a su paso. El bañador aún húmedo, se le ceñía al cuerpo...
Martina sonrió en la noche. Sí. Estaba bien el chico... Pero tenía novia, la espectacular tal Marie que le tenía total y completamente robado el corazón. Aunque ella no solía tener problemas para eso... Cavilaba mientras subía por las escaleras de caracol meticulosamente para no poner los pies descalzos en falso. En realidad Lèo le gustaba, no tanto como Gonzalo evidentemente, pero le hacía sentir bien...
Cogió su toalla de baño, y fue a darse una ducha. Estaba un tanto empanada y llevaba las piernas repletas de sal. No. ¡No!. Lèo tenía novia, no quería romper ninguna relación más... Había iniciado su viaje en solitario para madurar y no cometer errores del pasado, e intentar algo con él era un gran equívoco... Además, desgraciadamente seguía teniendo en la cabeza a otro chico.


 
   -¡Buenos días Anne!
   -Hola querida... ¿Qué tal el paseo?
   -Precioso... Nunca había montado en un barquito de vela como ese.
Las cortinas azules de la ventana de la cocina estaban recogidas, por lo que la sala estaba totalmente iluminada a causa de los rayos que asomaban indiscretos.
La anciana desayunaba café con leche y cereales y a su lado reposaban 2 pastillas de colores diferentes. Martina se sirvió el desayuno, y se sentó enfrente suya.
   -¿Has pensado lo de tus padres?
   -Sí... Los llamaré hoy después de comer.
   -Me alegro de que hayas recapacitado. Quizás ellos quieran hablar conmigo, ¿no crees?
   -Supongo.
Se hizo con la caja de cereales. Eran de chocolate, pétalos de chocolate que tintaban la leche al momento de servirlos. Sinceramente, le encantaban, aunque lo sorprendente era que lo hiciesen a Anne.
   -¿Podría ayudarme en una cosa?-preguntó la joven.
   -Dime querida.
   -Me gustaría trabajar para matar el tiempo, si le parece bien. Por supuesto, seguiría ayudándola en casa y en todo lo que necesite, pero no quiero seguir viviendo aquí por el morro.
La anciana soltó una carcajada.
   -No es menester que trabajes para ello Martina...
   -Quiero contribuir a las necesidades de la casa, y no atiendo a réplicas, lo siento. Anne, quiero aprender a ser responsable- hundió la cuchara en el tazón para cargarla, y seguidamente se la llevó a la boca para masticar estrepitosamente los cereales- cuando estaba en casa, no quise trabajar. Me hicieron varias ofertas, pero solo me llamaba la atención un bar de copas muy frecuentado del centro... Mi padre detestaba ese sitio, quería que aspirase a más. Y yo hacía lo necesario para llevarle la contraria.
   -¿Tenías muchos problemas con ellos?
   -Sí, la verdad es que si. Se pasaban horas discutiendo, gritaban a cada momento cuan largo era el día. Eso me hacía sentir furiosa y creaba en mí una sensación de querer llamar su atención... Quería que estuviesen más pendiente de mi que de sus consuetudinarias peleas.
   -Dudo que fuese ese el único motivo por el que huiste de casa, ¿me equivoco?
Martina dejó la cuchara en el plato y bebió un trago de leche lentamente. No iba a mentir... La anciana le había abierto las puertas de su casa, de su intimidad, de sus secretos y ella no iba a engañarla después de eso. Así que le contó su historia... Le habló de Gonzalo. De los innumerables momentos felices que pasó junto a él aunque evitó contar tantos otros...

Capítulos 16, 17, 18

Capítulo 16

   -Debo irme, tengo que estudiar matemáticas- dijo por fin Lèo.
   -Me encantan las mates- sonrió tímidamente, normalmente no solía hacer ese tipo de comentario delante de alguien que acababa de conocer, pero no sabía por qué, Lèo le inspiraba la confianza necesaria para hacerlo.
   -No tienes cara de empollona.
   -Ni tú de ignorante, pero las apariencias engañan- y le guiñó un ojo.
   -Está bien, está bien-sonrió- nos veremos mañana... Anne ha cenado ya y vendrá sobre las 11, cuando acabe la sesión de cine con mi abuela.
   -Cómo se lo montan, ¿no?
   -No veas. Por cierto, ¿tus padres saben que estás aquí?
   -¿Por qué lo dices?
   -Sólo quiero saber si estás en busca y captura por la policía, o simplemente eres legal.
   -¡Imbécil! Les dejé una nota en casa, y le mandé ayer un mensaje a mi hermana con un recado para ellos.
   -Deberías llamarlos...
   -No- cortó.
   -Como quieras... Ah, en este cuarto de baño, hay señal para que te puedas conectar a Internet. La casa de al lado tiene banda ancha, y este lado de la casa la pilla. Quizás podrías mandarle un correo...
   -Ya veré. Gracias Lèo, hasta mañana.
   -Adiós.
Abandonó la habitación, cerrando tras si la puerta.
Era un chico diferente, misterioso... Aquella cicatriz que tanto le imponía a Martina, unos ojos verdes palpitantes, ese tostado de piel tan sublime junto a su manera de tratar los sentimientos, le hacía rodearse de un aura enigmática que llamaba su atención.
Y todo lo que le había contado... ¿De veras era cierto? ¿Puede alguien en el siglo en el que vivimos, absolver tal error como es el engaño de una pareja? Estaba totalmente prendado de esa chica, pero ¿existe un amor tan desmedido como para olvidar en solo tres días que te han puesto los putos cuernos? ¿Tan perfecta era?
Martina no podía abandonar esos pensamientos de su cabeza... Le hacía recordar cada vez más que ella también había sido feliz y a la par dañada. Pero no fue tan afortunada como para presentársele una nueva oportunidad con él. ¿Habría sido capaz de perdonarle?
Palabras inasequibles, preguntas que ya le era imposible contestar, respuestas inalcanzables para ella que cuando empezó a salir con Gonzalo, ni si quiera intuía...
No tenía hambre, por lo que se cambió, desmaquilló y se metió en la cama con el recuerdo en mente de su primera cita con él...


   -¡Bájame tonto!- gritó casi llorando de la risa.
Ambos se encontraban frente al Lago un día después de su encuentro en el jardín de Martina. Era una mañana bochornosa, por lo que decidieron ir al sitio preferido de ella... Era una pequeña laguna que formaba un río cerca de su casa. El agua era cristalina y se encontraba bajo la sombra de un sauce.
Gonzalo la había cogido en brazos e intentaba tirarla al agua.
   -¡Sólo si me prometes que te bañas!
   -Me he lavado el pelo esta mañana, ya te lo he dicho.
   -¡Eres un muermo!
   -Lo sé, y te encanta- sonrió atontada Martina.
Éste suspiró y se lanzó al agua de cabeza.
Ella le observaba desde la orilla... Contemplaba la perfección del que por fin era su chico. Le había costado una amistad, unos días y varias lágrimas... Esperaba que durase para siempre.
El chico estaba bien de cuerpo, o por lo menos en ojos de Martina. No era nada del otro mundo, ya que no practicaba ningún deporte ni iba al gimnasio, pero para ella era perfecto.
¿Quién quiere un musculitos pudiendo tener un músico que te compusiera canciones de piano?
Pero lo que más le gustaba de él, era su timidez y su expresión de niño pequeño... Era tan diferente a todos, que le había hecho enamorarse en menos de 3 días.
   -¡Háblame de ti!- le gritó sentada desde un tronco de lo que antes había sido un árbol que reposaba a orillas del lago.
   -¿Qué quieres saber?- contestó sonriente.
   -Cualquier cosa. En realidad apenas te conozco...
   -Cierto, ni siquiera sé como te apellidas.
   -Ni siquiera sé tu edad.
   -No sé si tienes hermanos.
   -Ni yo sé donde vives.
   -Tampoco sé tus gustos.
   -Sí, si que los sabes.
   -¿Ah si? ¿La fiesta y el alcohol?-dijo divertidamente irónico Gonzalo.
   -Lo que más me gusta en este mundo... Eres tú.
Ella bajó la cabeza, y él se acercó sigilosamente, le levantó la barbilla... Y le besó suavemente.
Un beso húmedo, que la enamoró un poco más.
Salió del agua y rodeado por una toalla se sentó al lado de Martina para decirle:
   -Me llamo Gonzalo Vanni, tengo 18 años cumplidos en febrero, vivo en una urbanización del centro con mis padres y mi hermano mayor Carlo, me gusta la música sobre todo el piano, el violín y la guitarra y soy vegetariano.
   -¿Vegetariano?-dijo ésta con extrañeza- odio la verdura.
   -Eso es psicológico. Oyes de pequeño que a los demás niños no le gusta, y automáticamente deja de gustarte a ti.
   -Sea como fuere, me da asco.
   -Acabará por gustarte...
   -¡No tienen que cambiar las cosas para eso!
Ambos sonrieron y se volvieron a besar.
Sí, definitivamente esa chica era encantadora, expléndida, maravillosa. No entendía como se había fijado en él, un tío tan corriente y normal.
Martina se separó y dijo:
   -Me llamo Martina Colucci, cumplo 18 en julio, vivo con mis padres y mis dos hermanas pequeñas Bianca e Isabella, me gusta el deporte, sobre todo fútbol y baloncesto, me encanta escuchar música y odio los animales.
   -¿Odias los animales? ¡Eso es incluso peor que ser vegetariano!- y volvieron a reir- sabes... Me alegro de estar contigo ahora, es una sensación extraña quizás, pero no sé, me reconfortas.
   -¿En serio?- dijo Martina actuando con una timidez impropia de ella.
   -Muy en serio.
Se abrazaron e hicieron el camino hasta su casa, cogidos de la mano.
Martina le dio las gracias por la mejor primera cita de su vida, y contempló desde su puerta, como él abría el coche, y perfectito, colocaba una toalla en el asiento para evitar mojarlo.
Desde la distancia le sonrió con esa expresión tan... Tan suya, y se despidió con la mano.
 
 

No podía dormir. Esos recuerdos la atormentaban... Así que se levantó y se sentó en el suelo del cuarto de baño.
Comprobó que había internet, e involuntariamente, abrió el correo electrónico.
No tenía mensajes nuevos, pero de todas maneras, ella si que iba a escribir uno:
  ''Papá, mamá, supongo que ya os lo habrá dicho Bianca, pero estoy viviendo en casa de una anciana muy agradable. Me acoge con la condición de que la ayude en las tareas, ya que es ciega. Siento haberme ido así, pero es que no aguantaba ni un minuto más en casa, en Roma. Hace 4 días Gonzalo y yo rompimos... Aitana dejó de hablarme hace más de un mes y yo no puedo más. Necesitaba cambiar de aires.
Espero que estéis bien, un beso.
Martina''
Sus padres no conocían ninguno de los problemas de su hija, ni siquiera les había dicho que su mejor amiga y ella habían roto su amistad. Martina supuso que les era indiferente, pero quizás era la hora de decírselo.
Le dio a enviar tras cavilar unos minutos, y se volvió a la cama. 

Capítulo 17

Varias lágrimas acudieron a sus ojos a causa del recuerdo.
En ese mismo instante, a varios metros de ella... Lloraba un misterioso chico con una cicatriz.
Y a muchos kilómetros de ahí, concretamente en Roma, un muchacho de facciones infantiles le abría la puerta de su Ford Focus a una joven de pelo corto negro y ojos azules gélidos.


6:00 de la mañana.
Martina se calzaba sus deportivas, se colocaba los auriculares y salía a correr. Aún estaba oscuro en Fiorilla, mas era el mejor momento para hacer deporte.
Puso la música a todo volumen, como tanto le gustaba... Quizás porque de vez en cuando, necesitaba abandonar la realidad y adentrarse en el mundo de sus canciones, de sus letras, de sus melodías.
Recorrió las callejuelas de la aldea, todas iguales pero a la par, diferentes. De piedra, todas sus casas blancas con ventanitas azules, pero cada una con una historia que contar. Algunas tenían margaritas en los balcones, otras gatos, un par de ellas tenían la puerta de madera entornada, otras trincadas.
Ojalá y pudiese conocer los secretos de cada una de ellas, de sus habitantes.
Después de estos tres días, le seguía siendo insoluble la idea de describir Fiorilla, indiscutiblemente tan distinta a Roma. Buena gente, tranquilidad, silencio, confianza... Magia.
Sin querer, visitó la capilla en la cual había conocido a esa anciana tan misteriosa.
Había dicho algo así como: '' hay veces en las que son más importantes los detalles, que lo demás'' Se sentó en uno de los bancos a descansar y cavilar. ¿Detalles? ¿No era mejor vivir en armonía, en algo constante, sin cambios y delicioso? Algo que la mantuviese feliz para toda la vida... Que fuera siempre homogéneo. Sí, eso es lo que quería Martina.
Dio un trago a la botella de agua, y descendió por la colina de la Capilla hasta la playa.
Aunque a penas se veía, pudo reconocer la silueta de una persona sentada en un bote de la orilla.
Se acercó silenciosamente un poco más, y sorprendida por la casualidad dijo:
   -¿Lèo?
   -¡Martina!- éste se sobresaltó y dijo mientras se bajaba la capucha de la sudadera- ¿qué, qué haces aquí?
   -Me pareció un buen momento para correr... No hace calor, y por la calle no hay gente que te mire raro como diciendo: ''¿qué haces así en vez de estar en la playa?''
El chico sonrió e intentó peinarse un poco.
   -Personalmente, odio correr.
   -¿Por qué?- preguntó extrañada dado que parecía un chico en forma- ¿te importa que me siente?
Éste le hizo un sitio en el bote y contestó:
   -Me parece aburrido, no tiene meta alguna para alcanzar.
   -Eso es porque lo ves como un deporte. Yo lo veo más como un hobby que te libera de tu vida. Me encanta contemplar como voy más rápida que el mundo...
   -Eres rara.
   -No lo soy.
Ambos rieron mirando al mar.
  -¿Te gusta algún deporte?- le preguntó Lèo.
  -Me encantaría ser profesora de educación física. Me encanta el fútbol y el baloncesto sobre todo. Pero todos esperan que haga algo grande, que estudie medicina, alguna ingeniería....
   -Menuda estupidez.
   -No lo es.
   -¿Por qué nunca estás de acuerdo conmigo?
   -¡Porque tomas las cosas como si fueran simples y sencillas, y no lo son!
   -Quizás tú las hagas complicadas, ¿no crees?
Ambos callaron... Pero Martina retomó el hilo de la otra conversación.
   -Y tú, ¿practicas deporte?
   -Me encantan el fútbol.
   -¿De qué equipo eres?
   -Del Inter de Milán, ¿tú?
   -Yo de la Juventus.. Por cierto, ¿puedo preguntarte una cosa?
   -Supongo.
  -¿Cómo crees que sería mejor la vida, a base de detalles o de una manera homogénea que se da por hecho que te hace feliz?
   -¿Con homogénea te refieres a rutina?
   -Sí, pero una rutina que te agrada.
   -Está claro. Los detalles son los que nos hacen felices.
   -Pero, ¿y si se acabasen?
   -El recuerdo de haberlos vivido, de haberlos sentido... Nunca se borra.
   -Se sufre más al pensar que te gustaría saborearlos, y no puedes.
Lèo la miró extrañado.
   -¿A qué tipo de detalles te refieres?
   -No sé. Por ejemplo, que tu novio un día al año, sin causa ni razón, te regale una rosa y que te sorprenda, que te sorprenda de la manera más ridícula y tonta del mundo.. Si tú piensas que no puedes experimentar esa sensación, sufres.
   -Estás muy equivocada Martina. ¿Por qué atribuyes los detalles de la vida solamente a tu pareja? ¡Abre los ojos! Tienes un mundo que te rodea lleno de secretos y de tonterías que te pueden hacer afortunada.
   -¿A qué te refieres?
   -Mira ven.
La cogió de la mano y se la llevó un poco alejada del bote, en mitad de la playa.
   -¿Qué haces?-le preguntó la chica.
   -Vamos a escribir todos los placeres de la vida que se nos ocurran.
   -¿De qué hablas Lèo?- preguntó la chica pensando que éste necesitaba un psicólogo.
   -¡Sí! Para que veas la cantidad de detalles que pasas por alto.
   -No llevo ningún boli, ¿dónde piensas escribirlo?
   -¿Cómo que dónde? ¡Pues en la arena! ¡Vamos a llenar la playa de placeres!
   -Estás loco.
   -Puede... Las mejores personas lo están.
Martina sonrió y fue consciente de la gran tontería que estaba a punto de hacer con un chico al cual apenas conocía.
   -¿Empiezas tú?
   -Está bien.
El chico fue hacia donde estaban las palmeras, y trajo dos ramas en mano. Una de ellas se la entregó a Martina, y la otra, la utilizó para escribir.
   -La primera va a ser- pensó durante unos instantes- estar en primera fila en un concierto.
   -¿Eso es un placer?
-Por supuesto.
   -Vale, me toca... ¿Bailar bajo la lluvia?
   -¡Genial! Yo propongo también, comer pipas viendo el fútbol y comer los lacasitos por colores.
-  ¡Esa me encanta! ¡Adoro los lacasitos rojos!
Martina más animada, escribió con su rama: ''ver una estrella fugaz, poner caras feas en las fotos y comer nocilla con el dedo''.
   -Hacer pompas de jabón- escribió Lèo.
   -Hablar delante del ventilador y creerte un robot- rió Martina.
   -Pisar la nieve virgen y que te hagan un masaje.
   -Quitarte los calcetines en la cama.
   -El queso fundido.
   -Romper el papel de los regalos y la última frase de un libro.
   -Reirse a carcajadas.
   -Lamer la tapa de los yogures- escribió emocionada Martina.
   -Escribir placeres en la playa con una persona que acabas de conocer- dijo al fin Lèo.
Martina dejó su rama en el suelo, y miró la larga lista de cosas que juntos habían escrito. Quizás unos 100 metros de arena repleta de detalles de la vida.
Sin darse cuenta, los rayos de sol asomaban tímidos por el mar dispuestos a formar un bonito amanecer que sería observado por los que a partir de ese día, serían dos buenos amigos. 

Capítulo 18

Al mediodía la gente comenzaba a llegar a la playa, perplejos al ver la retahíla de frases divertidas que reposaban en la arena, que poco a poco fueron desapareciendo...
   -Querida, acompáñame al mercado. Dijimos de ir ayer y se nos olvidó por completo- explicó Anne.
   -¡Cierto!- contestó Martina- Dígame que necesita e iré yo para ahorrarle molestias.
   -Nada de eso. ¿O quieres que me sienta como una anciana inválida e inútil?
   -No quería decir...- replicó rápidamente la joven.
   -Ya lo sé, ya lo sé... Sólo era una broma. Coge una libreta y apunta lo que debemos comprar.
En ese mismo instante, llamaron a la puerta.
   -¡Anne!- dijeron desde fuera- soy Francesca.
   -Ya voy yo- contestó Martina mientras abría.
Muy a su sorpresa, apareció la anciana con la que estuvo conversando su primer día en Fiorilla en la Capilla... La causante de que esa misma mañana Lèo y ella hubiesen escrito la playa al completo.
   -Hola querida- le dijo Francesca- ¿te acuerdas de mi?
   -Claro, usted es...
   -La abuela de Lèo- completó Anne.
Cierto era que habían muy pocos habitantes en la aldea, pero no por ello, dejaba ésto de ser una coincidencia.
Ambas mujeres se cogieron del brazo y salieron a la calle muy dicharacheras.
Al cabo de una hora bajo el baño de sol ardiente, Martina volvió a casa con bolsas llenas de tomates, lechugas, arroz, pasta, pescado y otros alimentos varios.
Francesca le contó que su nieto había perdido a sus padres hace 5 años en un accidente de avión y desde entonces vivía con ellos mientras que estudiaba para ir a la universidad y trabajaba.
Martina les contó la historia maquillada de por qué había decidido salir de Roma durante sus vacaciones... Realmente mentía bien, pero no lo suficiente como para engañar en realidad a Anne.
Entre las dos ancianas enseñaron a la chica a preparar un exquisito asado de pescado con patatas al horno que comerían minutos más tarde. ¡Quién le iba a decir a ella que saldría de ahí con conocimientos culinarios!
Esa misma tarde, Martina se encontraba en su buhardilla... Extrañando su vida en Roma. Entró al cuarto de baño, se sentó en el suelo apoyada en la pared, y a través del teléfono móvil y tras varios días, abrió su red social favorita... tuenti.
Tenía invitaciones a varios eventos (entre ellos 4 fiestas de cumpleaños de amigos suyos) y un mensaje privado.
Obvió los eventos, y quiso averiguar quién le escribía. El nombre de la última persona que esperaba estaba impreso en la pantalla... Aitana.
Abrió apresurada el contenido del mensaje, y leyó:
''Gonzalo ha hablado con tus padres y le han dicho que te has ido de casa. ¿Estás tonta? Deja de dar la nota y vuelve... Están preocupados''
Cerró furiosa el mensaje y lanzó el móvil al suelo encolerizada. ¿Acaso habían quedado y él sin querer había sacado el tema? ¿Estarían saliendo otra vez? No podía hacerse a la idea de que otra chica, aunque fuese su antigua mejor amiga pudiese besarle, abrazarle, reírse junto a él y pasar tantos momentos inolvidables como ella había podido deleitar.
La odia, lo odiaba, se odiaba a más no poder. Detestaba el sabor de las lágrimas amargas que surcaban su rostro día tras día a causa de Gonzalo, de aquellas facciones infantiles que tanto le gustaban, esos ojos miel vivos, esa timidez que cuando estaba con ella desaparecía. Ese aspecto de niño bueno que resultó finalmente ser un disfraz.
Un ataque de ansiedad se apoderó de ella, un monstruo abominable rugió en su interior... Se apoderó de su pensamiento, de su tristeza, de su rabia... Martina se levantó del suelo, puso la música del teléfono a todo gas, abrió la tapa del váter y obviando la posibilidad de dañarse la garganta, vomitó todo lo que la atormentaba... La imagen de Aitana i Gonzalo besándose, reconciliándose... Y lo que peor llevaba; los intensos recuerdos de momentos vividos con él




Gonzalo y ella iban en el coche, él le había vendado los ojos con el fin de darle una ''maravillosa sorpresa'' tal y como había expresado el chico.
   -¿Vas a decirme de una vez a dónde me llevas?- preguntó con los pies en el salpicadero Martina.
   -¿Por qué eres tan cabezota? Te he dicho que no lo sabrás hasta que no lleguemos.
   -Sabes que odio las sorpresas.
   -Porque eres muy impaciente- dijo mientras aprovechando un semáforo en rojo, ponía un CD.
Tras unos instantes de silencio, comenzó a sonar música clásica.
   -¿Qué es esto?- preguntó perpleja Martina.
   -Concierto para piano nº 21, del mismísimo artífice, Mozart.
Ésta, aunque seguía con los ojos tapados, volvió la cara hacia él y empezó a reirse a carcajadas.
   -¿Llevas a Mozart en el coche?- preguntó sin dejar de reír.
   -Sí...- contestó ofendido.
La chica fue consciente de su tono de voz, por lo que calló e intentó rectificar lo más rápido posible.
   -Eh... mi padre también.
   -Mejor pongo la radio- dijo él.
Comenzó a sonar una canción electrónica que ninguno sabía como se llamaba.
   -¡Esto está mejor!- dijo Martina mientras asentía con la cabeza una y otra vez, y movía los brazos enérgicamente al ritmo de la música con los pies aún en el salpicadero.
Su novio la miró divertido... Y decidió que nada más volver a casa vaciaría la reserva de discos de música clásica.
Nada más finalizar el baile, anunció que ya estaban llegando
Cuando el motor se detuvo, la chica empezó a gritar de emoción.
   -¿Puedo bajar ya?
   -Espera, espera, yo te ayudo.
Gonzalo salió del coche, le abrió la puerta y la ayudó a bajar.
   -¿Dónde estamos?
   -Aguanta un minuto más vamos.
Llegaron hasta un parque repleto de árboles y multitud de diferentes flores de colores carmesíes, fucsias, celúleas, amarillas, naranjas... niños que revoloteaban sobre el césped felices de poder jugar a la pelota, padres que charlaban de las aventuras de sus hijos y pajarillos que piaban cantaores desde las ramas.
   -Ya hemos llegado- le quitó el pañuelo de los ojos y ésta se los restregó a causa de la luz del sol-Vamos a hacer un picnic.
   -¿Un picnic?- gritó emocionada- ¡eres un cielo!
Se abalanzó sobre él, le pasó los brazos por el cuello y le abrazó apasionadamente.
   -Vale, vale- sonrió el chico- ¿dónde quieres que nos pongamos?
   -¿Qué te parece ahí?
Señaló la sombra de un nogal y salió corriendo hacia ahí. Se tumbó en el césped, cerró los ojos y comenzó a tararear una canción.
Gonzalo caminó hacia ella y se sentó a su lado sin dejar de reír... En realidad le encantaba la espontaneidad y la frescura de su chica.
   -Gracias por traerme aquí- Martina había dejado de cantar y lo miraba enamorada.
   -Estás muy guapa hoy- y le acarició la mejilla.
Llevaba la melena rubia ceniza ondeando al viento, una camisa beige con un cuello de encaje y una falda marrón plisada.
   -¿Acaso no lo estoy siempre?- vaciló ella.
   -Por supuesto.
Ambos se besaron y juguetearon como los niños que corrían a su alrededor.
Gonzalo sacó de una cesta el típico mantel de cuadros rojos y blancos que puso en el césped para colocar más tarde dos latas de cerveza fría, un plato de plástico con embutido, una barra de pan, y una tarrina de helado de caramelo y galleta, su favorito.
   -No es mucho- dijo- pero lo suficiente para merendar.
   -¡Es perfecto, de veras! Me encanta que tengas estos detalles conmigo. Significan mucho para mí.
   -¿Ah si? ¿Y qué significan?- dijo burlón.
Martina le miró a los ojos una vez más y contestó.
   -Que me quieres al igual que yo te quiero a ti.
La tarde transcurrió perfecta, ambos escuchando música de todos los estilos, hablando sobre el tiempo, sobre helados, sobre ellos... Hicieron carreras hasta un estanque con palomas, rieron, gritaron y fueron un poco más felices durante varias horas...


Éste recuerdo fue interrumpido con varios golpes en la puerta de su habitación.
Se levantó del suelo rápidamente, se enjugó las lágrimas y se refrescó con un poco de agua... Su aspecto era horrible, ya que el rímel viajaba sin billete alguno por su rostro.
Salió del baño y sin abrir la puerta preguntó:
   -¿Quién es?
   -Soy Lèo, ¿puedo pasar?
   -Un segundo...
Volvió a mirarse al espejo y seguía con la misma mala cara de antes. Se sentó en la cama y abatida dijo...
   -Pasa si no eres sensible al ojo.
El joven abrió la puerta y entró con una enorme sonrisa en la cara que se le borró nada más verla. Exageró una simulada cara de susto y gritó:
   -¡Monstruo! ¿Qué has hecho con Martina? ¡Tráela de vuelta por favor!
   -Cállate- le dijo ésta cortante mientras se sentaba en la cama y se restregaba los ojos.
   -Ei ei- contestó éste sentándose a su lado- ¿qué te pasa?
   -Nada, ¿qué quieres?
   -Acabo de salir de trabajar y pensé que te gustaría dar un paseo.