Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

martes, 15 de noviembre de 2011

Capítulo 28, 29, 30

Capítulo 28

Un par de horas más tarde lloraba desconsolada en su cama. Contemplaba una foto suya y de Gonzalo. Él sonreía inocente pasando un brazo alrededor de ella, que ponía los ojos bizcos y ponía morritos.
Era mentira, no era más fuerte que el sentimiento que la unía a él... Intentaba hacerse la dura, pero le era imposible. Ella no era así. ¿O si? Menuda mierda de vida.
Entonces, la puerta de su habitación se abrió y asomó por ella Yanet.
   -Me ha dicho tu padre que estabas gritando, ¿qué pasa?
   -Déjame mamá por favor.
   -He de equivocarme al pensar que estás llorando, ¿no?
   -¡Déjame joder!
Su madre se encolerizó al escucharla, se dirigió hacia la cama y gritó:
   -¡Martina no tolero que me hables así!
   -¡Que si quiero llorar, voy a llorar ¿me entiendes?!
   -¿Eso es lo que te he ensañado yo todos estos años? Martina, ¡llorar es de débiles! Y cuando eres débil, te hacen daño y sufres, ¿es eso lo que quieres?
   -No mamá, no quiero sufrir.
   -Te lo advertí cuando comenzaste a salir con ese niño... Te avisé de que te iba a hacer llorar, y no me escuchaste. Ahora, paga las consecuencias querida
   -¿Qué quieres que haga si le quiero?
   -¡No le quieres! Cariño, ¿cuándo vas a darte cuenta de que es un capricho más? Dentro de unos días te reirás de ello y te avergonzarás por haber llorado.
   -No... Esto no es cuestión de varios días.
   -Y yo respeto tu decisión. Ya eres mayorcita, y tendrás que sufrir en mayor aumento lo que no quieres sufrir ahora al dejarlo.
   -Por favor, déjalo estar...
   -Está bien. Pero no llores más... Eres demasiado espléndida para hacerlo.
Se acercó y le besó una mejilla.
   -Vale mamá.
   -Por cierto, tu padre ha encontrado un puesto vacante en una cafetería de una estación de servicio en las afueras de Roma...
   -Me alegro de que haya encontrado trabajo.
   -No querida, el trabajo es para ti.
Martina suspiró e intentó no enfadarse más.
   -Os he dicho que no voy a trabajar en un sitio de mala muerte, además, no necesitamos el dinero.
   -Simplemente es para que estés distraída este verano Martina...
   -Quise poner copas en la discoteca y no me lo permitisteis. Mi ultimátum fue o ese sitio, o nada.
   -Eres una inmadura.
   -¿Puedes dejarme sola ya?
Yanet salió de la sala dejando atrás ese respeto a veces violado que le tenía su hija...
Poco más tarde, se volvieron a escuchar gritos desde el salón. Sus padres volvían a discutir una vez más... Y probablemente, sobre ella.
Entonces Bianca y Isabella, sus dos hermanas pequeñas irrumpieron en su habitación.
   -¿Podemos pasar?-dijo la menor de ella sujetando un peluche con una mano.
Martina se limpió los ojos de lágrimas y las recibió en la cama.
   -Claro, venid aquí.
   -¿Qué te pasa?
   -Nada cariño, simplemente que estoy un poco triste.
   -Yo también- contestó Bianca- no me gusta que papá y mamá discutan.
   -A nadie le gusta, pero nosotras somos fuertes. Y nos tenemos las unas a las otras, ¿verdad?
   -¡Sí!- gritó la pequeña.
Martina se acercó al reproductor de música e introdujo el CD que ponían siempre que sus padres discutían, y que les daba la sensación de estar en su mundo... En su propio mundo de amor alejado de roces y gritos. Las tres niñas cantaban a todo volumen, pero sus voces eran camufladas bajo el ritmo de las canciones.
Siempre estarían unidas...
 
 

Capítulo 29

La chica seguía frente al espejo tras esos duros y felices recuerdos.
Poco a poco, y sin ayuda, había conseguido salir de ese infierno que la encadenaba a sí misma.
Pero no era suficiente, la carne es débil y ella también lo era... Así que se arrodilló junto al váter y pasó. Ese, lo que ella llamaba ''vicio adictivo''.
Sí... Verdaderamente lo era.
Lloró, ahogó sus gritos de rabia en una toalla y golpeó con el puño cerrado en diversas ocasiones su muslo. ''Un dolor placa a otro''-siempre había pensado.


Se calzó los tenis, cogió sus auriculares y se fue a correr por entre las recónditas callejuelas de Fiorilla. Llevaba la música a todo volumen, ésto le hacía sumergirse en el profundo mundo de las letras y ritmos pegadizos para así olvidarse de todos sus problemas y pésimos recuerdos.
Las canciones eran su vía de salida más próxima de la realidad... Hacía mucho sol, pero a ella le agradaba sentirlo cálido en su piel.
Fue entonces cuando recibió un mensaje. Martina se detuvo y aprovechó para descansar en un bordillo de piedra.
¿Quién sería a esas horas?
Lo abrió y leyó: ''Te acuerdas de mí? Soy Paolo, pequeña, el moreno de tus sueños''-Martina enarcó una ceja al ver el principio, pero después sonrió- ''sólo quería recordarte que mi cumpleaños es el 4 de agosto, y que por supuesto te espero en casa. Ya he mandado las invitaciones por correo ordinario y supongo que te llegará en cualquier momento.
Un beso preciosa
PD: será la mejor velada de tu vida''

¿Le diría a todo el mundo siempre esa frase?
Sonrió y volvió a colocarse los auriculares. Sonaba Laura Pausini, cantaba canciones en inglés, italiano, español... Era muy versátil y su voz y sus canciones eran maravillosas '' quizás si tú piensas en mí, si a nadie tú quieres hablar, si tú te escondes como yo, si huyes de todo y si te vas siempre a la cama sin cenar, si aprietas fuerte contra ti, la almohada y te echas a llorar, si tú no sabes cuanto mal te hará la soledad...
Martina quiso cambiar la canción, pero ésta siguió sonando..
La soledad entre los dos, este silencio en mi interior, esa inquietud de ver pasar así la vida sin tu amor, por eso espérame porque ésto no puede suceder, es imposible separar así la historia entre los dos...
Clic, siguiente canción.
¿Por qué los mejores momentos siempre tenían que estropearse? Sí, definitivamente debía hacer una limpieza de todas las canciones cursis y bonitas que tenía en el móvil.
Respiró profundamente y pensó que no le vendría mal algo diferente. Iría al cumpleaños para conocer gente nueva, además ella tendría controlado a Paolo... Sabía como tratar con chicos como él.
Guardó su móvil en el bolsillo derecho, pero esta vez sí se percató.
Miró en su interior y efectivamente, llevaba el chicle y la horquilla en el otro. Ésta podía ser una señal de que estaba cambiando...
Entonces le entró la risa, empezó a reír estrepitosamente por la tontería que acababa de pensar. En fin, también ella tenía derecho a pensar gilipolleces.
Siguió su marcha colina arriba hasta llegar a la vieja ermita donde conoció a Francesca, la abuela de Lèo. Las vistas desde ahí seguían siendo igual de espectaculares que el primer día.
Entonces se acercó al tablón de anuncios que reposaba en uno de los muros y leyó alguno de ellos.
Hablaban sobre regatas, excursiones con la parroquia, pesca y caza... Hasta que uno de color fucsia llamó su atención ''se busca camarera en bar Las Antípodas''.
Se le abrieron los ojos como platos, al comprobar que era un anuncio reciente. Bebió un trago de agua, y se marchó a sprint colina abajo.
Llegó a la playa, zona de todos los chiringuitos. Pasó corriendo delante del local donde trabajaba Lèo (al cual no vio) y comenzó a buscar ''Las Antípodas''
Era una terraza bastante grande y mucho más lujosa que los demás bares y cafeterías. Estaba rodeada por un cerco de madera blanco y se podía contemplar dentro de él una piscina y decenas de mesas blancas con sombrillas de madera y mimbre.
Atravesó la puerta de entrada y se dirigió hasta la barra en busca de algún encargado.
Había un par de personas, que tras ser despachadas dieron turno a Martina.
   -Hola- saludó a la camarera- he visto el anuncio, y me gustaría pedir información sobre el puesto.
La chica de cabellos rubios rizados un poco rechoncha sonrió y explicó.
   -Se adentra el verano, y con él todos los turistas. Necesitamos personal tras la barra, pero también que estén dispuestos a traer y llevar la comida a la terraza. ¿Cuántos años tienes?
   -18 y estaría muy interesada si le soy sincera. ¿Podría decirme el horario?
   -Por supuesto, estamos buscando a una personas que trabaje de lunes a jueves de 10 de la mañana a 1 del mediodía, a otra que haga los mismos días pero de 16.00 de la tarde a 21.00 de la noche, y a dos personas los viernes de 22.00 de la noche a 03.00 de la madrugada. En este último día el local se cierra mucho más tarde ya que se hace una fiesta tema. Cada viernes por la noche, se prepara todo con el decorado referente al tema y se llena de gente joven a la que hay que servir. ¿Te viene bien alguno?
   -Es probable, antes tendré que consultarlo pero puede ir adelantándome precios.
La mujer la miró de arriba a abajo y carraspeó.

Capítulo 30

   -Antes debería saber que el puesto es temporal, es decir, finaliza el 31 de agosto. El horario de mañana, sería por unos 100 a la semana , el de tarde 500, y el de los viernes, 50 euros la noche.
   -Parece interesante... Y ¿podrían combinarse alguno de los horarios?
   -Por supuesto, puedes hacer el de mañana o tarde junto al de los viernes. Depende de las horas en las que estés interesada trabajar.
   -Perfecto. Pues si le parece, me acercaré en cuanto pueda para darle una respuesta. Me llamo Martina, ¿quiere que le de mi número?
   -No, no es necesario. Pero debes saber que estos puestos están muy solicitados, no te aseguro que cuando vuelvas sigan sin estar cogidos.
   -Descuide.


Martina salió de Las Antípodas rumbo a casa de Anne. Sería perfecto poder trabajar por las mañanas. Así se vería obligada a levantarse a una hora exacta todos los días y poder estar entretenida hasta el mediodía, que volvería a casa y aún tendría tiempo a hacer la comida. Pero antes debería hablarlo con Anne.
Tras subir por las escaleras de piedra y atravesar el parque, abrió la puerta y llamó a la anciana muy emocionada, que en esos momentos se encontraba delante de la televisión en la salita de estar.
   -¡He encontrado trabajo! Leí un anuncio del bar las Antípodas, que están buscando camarera .He ido a pedir información y sería perfecto el horario de mañana, de 10.00 a 13.00 de lunes a jueves. ¿Qué le parece?
    -Magnífico, no sé como no se me ocurrió antes... Se repite todos los años, por estas fechas. Es un local para adultos estirados ¿Te gustaría trabajar ahí?
    -Sí, la verdad es que sí. En el caso de que usted me lo permita por supuesto. Estaría en casa todos los días para hacer la comida, y antes de irme le puedo dejar el desayuno preparado.
   -No te preocupes querida. Por mí está todo bien.
   -¡Muchas gracias Anne! Por cierto, me pareció un tanto extraño un pequeño detalle ¿por qué el tablón de anuncios de la aldea se encuentra en la ermita?
   -Todos aquí son creyentes, y el lugar que más frecuentan es ese. Así siempre están informados sobre las últimas noticias.
   -Entiendo... ¿Usted cree en Dios?
   -Sí, aunque no lo tomo como algo rígido como muchas otras personas. La abuela de Lèo va todos los días a escuchar misa, pero yo no podría. Soy una... ¿Cómo decís los jóvenes hoy en día? ¿Una rebelde?
   -¡Sí!- y rió- bueno, ahora mismo voy a darme una ducha y vuelvo a bajar para pedir el puesto.
   -¿Has estado haciendo deporte?
   -Sí, me fui a correr hace un rato.
   -Se nota...
Martina abrió los ojos sorprendida, y disimuladamente levantó el brazo para comprobar su olor corporal.
Anne soltó una carcajada, y como si la estuviera viendo exclamó:
   -¡Era una broma!
La chica sonrió y subió a la buhardilla a ducharse. Al fin iba a sentar la cabeza.
 
   -¿Nombre?
   -Martina Colucci.
   -¿Edad?
   -18.
   -¿Experiencia?
   - Ninguna... - contestó avergonzada.
El dueño del bar-restaurante se encontraba frente a ella, con una pluma en la mano apuntando todo lo que decía. Llevaba gafas y tenía un gracioso bigote que se enrollaba cuan largo era sobre sus labios. Era algo rechoncho y aparentaba unos 50.
   -¿Ninguna, ninguna?-contestó.
   -No oficial. Alguna vez he sustituido a algún amigo en su puesto, he servido en fiestas privadas y he ayudado a preparar todo tipo de bebidas.
El hombre suspiró, miró a Martina por encima de las gafas y por último miró sus apuntes.
   -Como comprenderás, este puesto es muy solicitado cada año. Solemos tener varios candidatos y entre ellos, personas muy cualificadas que han trabajado sirviendo años y años. El anuncio lo pusimos ayer, y ya tenemos 3 personas interesadas en él. Así que, sintiéndolo mucho, dudo que nos decantemos por ti.
A Martina le hirvió la sangre. Estuvo a punto de gritarle que la mejor discoteca de Roma le había ofrecido trabajo ese mismo año y ahora él le estaba denegando un puesto en su bar con aspiración a restaurante.
Pero entonces, algo ocurrió, algo que le hizo cambiar el chip. Nunca llegaría muy lejos con esa actitud prepotente y maleducada. Así que quiso intentarlo por última vez...
   -Entiendo. Pero personalmente, opino que podría aportarle un aire nuevo al local.
   -¿A qué te refieres?
   -Soy joven y una de las desventajas de ello es no tener experiencia alguna. Pero también tiene sus ventajas... - hizo una pausa.
   -Continúa.
-Bien. Sería algo novedoso, ya que por lo que me han comentado éste lugar sólo es frecuentado por personas adultas... Podría hacer que también lo frecuentaran jóvenes.
   -¿Y eso cómo?
   -Es muy fácil, simplemente hay que conocer su mentalidad, saber qué es lo que demandan...
   -¿Y qué demandan?- preguntó extasiado el hombre.
   -¿Está muy interesado en saberlo?
   -¡Sí, sí! Cada vez nuestros clientes son más mayores y eso no nos favorece precisamente.
   -Yo podría remediarlo, siempre que estuviera dispuesto a contratarme y a hacer unos pequeños cambios en el local.
   -¿Y quién me asegura a mi que tus procedimientos tendrían éxito?
   -Podría demostrárselo ahora mismo.
   -¿Qué necesitas?
   -La cocina y la parte de su terraza deshabitada.
   -¿La que está junto a la piscina?
   -Exacto, ¿cree que para mañana podría poner unas cuentas mesas?
   -Supongo. Pero debes asegurarme que los ''jóvenes''-puso un gran énfasis en esa palabra- no espantarán a mi clientela habitual. A veces pueden resultar demasiado salvajes y Las Antípodas, es un restaurante con mucho glamour.
   -Tranquilo, todo estará controlado.. Pues me pasaré por aquí mañana a primera hora para organizarlo todo. Nos vemos señor...
   -Tusberti.
-Señor Tusberti. Mañana tendrá el local irreconocible, aunque no faltará glamour, se lo prometo.
   -Hasta entonces.
Martina corrió la silla y abandonó el despacho elegantemente. Tenía un plan, y para ello necesitaba la ayuda de Lèo.
Pasó por Aguamarina, pero ya había acabado su hora de trabajo, así que marchó directamente a casa a comer. Le estaba contando su plan a Anne cuando entonces, recordó que tenía algo que contarle.
   -Se me ha olvidado decirle que esta mañana por fin he hablado con mi madre.
   -¿Y bien?
   -Al principio todo bien, pero luego se enfadó y me exigió que volviera a casa... Así que le colgué.
   -¿Pero le dijiste dónde estabas?
   -No, simplemente le expliqué que estaba bien y que me había marchado porque necesitaba comenzar de cero.
   -Martina, voy a ser muy franca en este tema. Sólo podrás quedarte en casa con la condición de que llames a tus padres un par de veces a la semana, quiero que los mantengas informados, ¿de acuerdo?
La chica se lo pensó durante unos instantes, pero no tuvo más remedio que ceder.
   -Está bien.
Terminaron de comer, y mientras Martina recogía la cocina, llegó Lèo. Iba duchado con unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta blanca que le resaltaba el bronceado mucho más.
Tras hablar un rato con Anne, ésta se fue a su habitación y ambos se quedaron solos en la sala de estar.
   -¿Estás mejor?- le preguntó el chico.
   -Sí, gracias... Siento el numerito.
   -No importa.
   -Por cierto... Me pasé más tarde por Aguamarina, pero no estabas.
   -Mi turno acaba a las 2, ¿qué querías?
   -Verás, necesito que me ayudes. El bar-restaurante Las Antípodas está buscando camareras, pero al no tener experiencia no querían cogerme. Pero entonces, le comenté que tengo unas cuantas ideas para llenar su local de gente joven, pero claro... El problema es que no conozco a nadie aquí. Ahí es donde entras tú.
   -¿Quieres que avise a mis amigos?
   -Estaría bien, sí.
   -Mira, esta noche he quedado con mis compañeros de fútbol. Pronto tendremos un campeonato y tenemos que empezar a entrenar si queremos aspirar al premio. Puedes venirte, así te los presento y se lo comentas tú.
   -¿Qué campeonato es ese?
Lèo bajó la mirada y se acurrucó un poco más en el sofá.
   -El del cumpleaños de Paolo.
   -¿Cómo?
Ésta se quedó boquiabierta al contemplar tales ironías de la vida.
   -¡Pero si os lleváis fatal! ¿Cómo es que él te ha invitado, o peor aún, cómo es que vas a ir?
   -Todos los años se celebra, y ¡el equipo ganador se lleva 500 euros! Siempre hemos participado y mis compañeros me matarían si propusiera no participar. La verdad es que nos hace falta el dinero a todos.
   -Entiendo...
   -Bueno, ¿paso a buscarte entonces a las siete?
   -Sí, mientras iré haciendo carteles para colocarlos por las calles.
   -Pues hasta luego fea.
Lèo se levantó del sillón, le guiñó un ojo y se marchó.
''¿Hasta luego fea?, ¿hasta luego fea?''
Una sonrisa tonta bañó su cara mientras unas maripositas le volaban en el estómago. ¿O era el frío de la tarta que había tomado de postre?
No, no... no quería engañarse a sí misma. Eran maripositas.

Capítulo 25, 26, 27

Terminaron de subir y se dirigieron a depositar el único melón rescatado junto al resto. Levantaron la caja entre ambos y el chico la llevó dentro del local para después regresar a donde estaba la muchacha.
   -La jefa me ha dejado un rato libre. Llevo más de una hora bajando cajas del camión y me lo merezco... ¿Te apetece un batido o un helado?
   -Claro, con este calor me vendría genial. ¿Aquí los venden?
   -El lema del bar es ''Aguamarina; vente a refrescar''
   -Ah...
   -Rídiculo, ¿no?
   -Sí, bastante- y soltó una carcajada.
   -Sentémonos aquí-señaló una mesa que aún tenía la sombrilla cerrada por lo que Lèo tuvo que ensancharse con ella un buen rato hasta conseguir abrirla- pues fue idea de mi jefa. Ha vivido aquí toda la vida, y recuerda que de pequeña, tras darse un buen baño en la playa siempre le había apetecido un batido. Así que, cuando tuvo la oportunidad, construyó un chiringuito en el que sólo vendían batidos hechos por ella misma. Tuvo tanto éxito, que el negocio se amplió y se convirtió en un bar especializado en batidos y helados, de ahí el lema en cuestión... -se quitó el gracioso sombrero y se apartó el pelo de la cara resoplando- siento estar así de sudado y asqueroso.
Seguía sin camiseta y aunque su cara era protegida del sol por la sombrilla, los rayos si alcanzaban su torso que brillaba húmedo y tostado.
Cerró los ojos durante un instante, se dejó caer en la silla y la cabeza se le inclinó hacia atrás.
Martina le observaba disimuladamente. Lèo era un buen chico, sí.
Entonces, una niña pequeña con el uniforme de Aguamarina, morena con el pelo corto y ojos oscuros se les acercó con un bloc y bolígrafo en la mano.
   -Buenos días- dijo con una vocecilla infantil.
Lèo abrió un ojo sorprendido y después sonrió mientras se recolocaba en la silla.
   -Buenos días señorita- contestó.
   -¿Saben ya que van a tomar?
   -Sí claro, un estofado de carne, faisán y ostras de postre por favor.
   -¡Mentiroso!
La niña soltó una carcajada propia de los 5 años e inesperadamente, Lèo se levantó de golpe de la silla, la agarró y se la colocó en un hombro mientras que empezaba a dar vueltas un poco alejado de las mesas y demás clientes.
   -¿Yo mentiroso? ¡Señorita, no vuelva a llamarme mentiroso o la lanzo al agua!
Lèo agravó su voz y comenzó a hacerle cosquillas a la chiquilla que no paraba de reír estrepitosamente.
   -¡Suéltame, suéltame!
   -¡Ve a buscar ahora mismo tus manguitos, porque te voy a lanzar al agua en plancha!
   -¡No Lèo, para!- gritó la niña, pero sus palabras se ahogaron entre sus propias risas.
El chico, la volvió a bajar con una gran sonrisa en la cara y le sacudió el pelo.
   -No sabía que estabas aquí Carlotta.
  -Papá me ha traído en coche a casa de mamá. Dice que me puedo quedar muchos días.
   -Me alegro pequeñaja, ven aquí.
La cogió de la mano y la llevó hasta su mesa.
   -Ésta es mi amiga Martina.
   -Hola...-saludó tímida.
   -Y esta pequeñaja, es Carlotta- añadió sentándola en su regazo.
   -¿Qué tal estás Carlotta?- preguntó la chica sonriendo.
   -Bien, trabajo aquí.
   -Ya he visto tu uniforme, y dime, ¿cuántos años tienes?
La niña le enseñó cuatro deditos y luego aclaró:
   -Pero dentro de poco cumpliré éstos- y abrió la palma de la mano completa.
   -Eres muy mayor entonces.
   -Sí, soy muy mayor.
Ella y Lèo jugueteaban alegremente bajo la mirada afligida de Martina que se encontraba totalmente absorta en sus recuerdos.. A Gonzalo nunca le habían gustado los niños pequeños, incluso decía que no quería ser padre. Menuda estupidez, ser padre debía de ser lo más maravilloso del mundo... Padres, sus padres... Oh mierda, se le olvidó por completo llamarlos aun habiendo estado recibiendo llamadas suyas hasta esta mañana.
   -¿Sabes ya que vas a tomar?
Despertó de sus pensamientos y vio a Lèo y a la niña que se habían levantado con el fin de ir a pedir.
   -Pues me apetece un batido, pero no sé de qué sabores hay...
   -¿Te traigo la carta?
   -No, no hace falta. Elígeme tú algo.
   -Me pones en un aprieto- y rió- ¿Confías en mí?
   -De momento sí, aunque puede que cambie de opinión tras probar tu elección.
   -Me arriesgaré a ello, vamos Carlotta.
De la mano anduvieron hasta la barra donde el chico sentó a la niña y ambos siguieron hablando y jugueteando con las manos.
Sacó el móvil dudosa, abrió la guía y buscó ''papá''. Cuando se le fue mostrado el número, lo contempló con los ojos húmedos y decidió que era la hora de enfrentarse a la realidad... O quizás podía hacerlo más tarde, ¿no? Cerró el menú y se puso una alarma a las dos, para que no se le volviese a olvidar la llamada.
   -Ya estoy aquí- exclamó Lèo a su espalda mientras dejaba dos vasos en la mesa- éste es el tuyo.
Y señaló un batido de color azul-violeta con una espuma blanca que se asemejaba a la bruma del mar.
   -¿Azul? ¡Estás loco!
   -Es la especialidad de la casa, por lo que se llama batido de aguamarina.
   -¿De qué es?
   -¡Sorpresa!
   -Está bien, está bien. Confío en ti...
Sujetó su vaso con ambas manos y se lo llevó a la boca ansiosa.
Una avalancha de frescor con sabor a mora se apoderó de su paladar mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo a causa del contraste de temperatura entre su interior y el exterior.
   -¡Está delicioso! ¿De qué es?
   -Anda límpiate la boca- Lèo alargó un brazo y le limpió la espumita blanca de los labios, cosa que hizo que Martina volviese a estremecerse... Y ésta vez, no por el frío del batido- Es una receta secreta, sólo la jefa lo sabe, pero yo me inclino a pensar que además del evidente sabor a mora, también lleve una pizca de fresa y vainilla.
   -Mm, puede ser. Me encanta, ¿de qué es el tuyo?
   -De mango y piña, pruébalo si quieres.
Tras intercambiarlos, volvió a dar su valoración, esta vez no tan encantada.
   -Es refrescante, pero prefiero el mío.
   -Lo entiendo, a mí me gusta porque al beberlo cierro los ojos e involuntaria y automáticamente pienso que estoy en la piscina de un hotel cinco estrellas en Hawai.
   -¡Estás fatal! Por cierto, ¿quién era Carlotta?
   -Una de las hijas de la jefa. Se separó de su marido hace poco, y tienen custodia compartida. Él vive en Roma actualmente.
   -¿Te gustan los niños, no? Se te caía la baba con ella...
   -Con ella es algo especial, la conozco desde que nació y la adoro. Y en cuanto a los niños en general, ni me gustan, ni me dejan de gustar supongo.
   -¡Mentiroso!
Sorbieron por la pajilla divertidos y comenzaron a charlar entretenidamente hasta que surgió un tema inesperado.
   -¿Has hablado ya con tus padres?-preguntó Lèo.
   -¿Qué? ¿A qué viene eso ahora?
   -Sólo preguntaba- explicó girando unos grados su silla y colocándose de cara al mar.
Escucharon durante unos instantes el murmullo de las personas que jugaban en la playa y el sonido de los cánticos del mar.
   -Aún no lo he hecho...
   -No sé a qué esperas Martina.
   -Joder Lèo ¡no me agobies tú también!Aún no he podido encontrar el mejor momento para hacerlo.
   -Ahora lo es.
   -¡No! Los llamaré esta tarde mejor.
   -¿Quieres dejar de evitarlo?-interrumpió. ¡No eres una niña pequeña que cuando hace algo mal, se lo oculta a mamá! Tienes 18 años Martina, y debes afrontar tus problemas con la madurez característica de una mujer, no de una chiquilla por el amor de Dios.
La chica quedó a cuadros observándolo silenciosamente... Otra pausa más.
   -Está bien, voy a hacerlo.
Se levantó de la mesa decidida, abandonó la terraza y sacó su Nokia para teclear un número rápidamente, antes de arrepentirse de ello.
Pero entonces, una voz sonó al otro lado del auricular.
   -¿Martina, eres tú?
 
 

Capítulo 26

  -Hola mamá...
   -¡Martina cariño estás bien!- gritó sobrecogida- ¿Dónde estás? ¿Por qué no nos has cogido el teléfono antes? ¡No tienes ni la maldita idea de lo mal que lo hemos pasado tu padre y yo...!
   -Por favor mamá para- pausó- Te he llamado para decirte que me va todo bien, como pudiste leer en el correo electrónico que os envié hace unos días.
   -¡No nos ha llegado nada Martina!- su madre sollozaba al otro lado del teléfono- ¿dónde estás? ¿Cuándo vas a volver?
   -Mamá para por favor...
Nunca la había visto derramar una sola lágrima, y ahora, el sargento de alma de hierro y coraza imbatible las estaba derramando.
   -Tu padre llamó a la policía, pero ellos no podían hacer nada, Martina vuelve a casa...
   -Escucha...
   -¿Piensas decirnos dónde estás? Vamos a buscarte ahora mismo si es menester de verdad, sólo tienes que decirlo...
   -¡Mamá joder para de una puta vez!
La chica no aguantó más y se echó a llorar, se sentó en la arena y golpeó el suelo con la otra mano intentando con ello camuflar el fuerte dolor que sentía en el corazón.
Su madre guardó silencio al instante, sabiendo que si no lo hacía, volvería a perder a su hija por segunda vez.
-Estoy bien mamá de verdad, no podía más. Gonzalo me dejó, Aitana no me hablaba, vosotros no dejabais de discutir, la ansiedad podía conmigo y estaba hecha una mierda. No podéis entenderlo, ¡no quisisteis entenderlo! Y yo necesitaba huir, necesitaba salir de ahí mamá... - sus palabras le abrasaban la garganta poco a poco- siento haberos asustado tanto, no era mi intención ¡pero no aguantaba ni un minuto más ahí!
Yanet gimió, se apartó el móvil del oído y padeció en silencio su angustia y sus sospechas confirmadas. Había estado demasiado atareada en sus asuntos y lidias diarias con su marido, como para advertir que su hija mayor pasaba por una mala época... Tanto, que se había marchado de casa con la intención de no volver. Ella sólo quería que fuesen disciplinadas, serias en los momentos cruciales y divertidas en los adecuados, educadas en todo momento y por supuesto inteligentes... Quizás les esté exigiendo demasiado a sus hijas, quizás tengan razón y sea demasiado severa, aunque no era el momento de ponerse a reflexionar sobre la educación de sus niñas frente a esta situación tan cariacontecida como era la desaparición de Martina, voz que por cierto, sonaba en ese instante:
   -¿...mamá, estás? Mira esto me está costando mucho y si no pones de tu parte...
Respiró hondo, volvió a recolocarse el auricular mientras que con la otra mano recogía una de las lágrimas perdidas y se armó de valor para contestar.
   -Sí, sí que estoy. Por favor Martina ¡tú tampoco hagas esto más difícil de lo que ya es! ¡Tus hermanas, tu padre y yo hemos estado verdaderamente preocupados y tú ni te has dignado hasta ahora a llamarnos para tranquilizarnos, ¡eres una irresponsable! Así que mañana quiero verte de vuelta a casa...
La chica enfurecida al escuchar eso, sollozó sin emitir un mísero gemido y gritó al fin:
   -¡No insistas, veo que sigues sin entender nada!
Colgó el aparato sin despedirse, lo apagó sin más dilaciones y con una rabia intrínseca lo lanzó contra el suelo a la vez que se sentaba.
Yanet no había cambiado, seguía sin entenderla, sin preguntarle cómo se encontraba, si necesitaba hablar con alguien o si simplemente necesitaba una madre que la cuidase de verdad... Y ser consciente de ello le rasgaba las entrañas poco a poco.
¡Sólo quería una familia normal! Con sus roces, sus cenas todas las noches, charlas, excursiones... Y desde hacía tiempo, ya había olvidado lo que era vivir esos pequeños instantes.
   -Levanta Martina vamos.
Lèo recogió su móvil de la arena, apoyó la mano en su hombro y la incitó para que se incorporase.
   -Esto es una mierda, todo es una mierda ¿sabes?- contestó ésta.
   -Levántate, has gritado demasiado y están todos mirando...
   -¡Me da igual Lèo, me importa una mierda todo joder!
El chico sujetó las dos bebidas que traía con un brazo, y con el otro levantó en peso a la chica, que destrozada se negaba a hacerlo.
Cuando estuvo totalmente en pie, inesperadamente sintió un cálido abrazo que rodeó y confortó todas y cada una de las partes de su cuerpo. Lloró aún más, mientras que Lèo la sentía en su hombro sin rechistar.
   -Sólo quiero una vida normal Lèo, pido solamente eso...-musitó Martina separándose de él casi al instante.
Él le sujetó suavemente de la cara y con los dedos pulgares, apartó las lágrimas de sus mejillas. Ésta le miró con aflicción y agradecimiento e intentó sonreír para demostrárselo.
   -¿Qué ha pasado?
Juntos anduvieron unos segundos hasta la orilla de la playa, donde a la sombra de un bote se acomodaron. Martina le contó lo sucedido con su madre, cómo al principio dio señas de una mujer cambiada, sensible y preocupada y como al final, resurgió de sus cenizas la sargento insensible.
-Debes tener un poco más de paciencia, no tenías que haber colgado... La familia es lo más importante de este mundo cruel, porque ellos siempre estarán ahí y no podrán engañarte. Por cierto, querías saber cómo me hice la cicatriz, ¿no es así?
   -No hace falta que me lo cuentes si no quieres... Ayer intentaste eludir la pregunta.
   -Fue un accidente... Mis padres y yo viajábamos por primera vez al extranjero hace 5 años. Íbamos muy emocionados porque ellos habían trabajado a capa y espada por hacer esa escapada. Yo desde pequeño había querido ir a Londres, pero no pudimos permitírnoslo hasta que no ahorraron lo suficiente... Subimos al avión muy emocionados, yo tendría 13 años para entonces- su mirada se oscureció- nada más despegar, tuve que ir al cuarto de baño por lo nervioso que estaba... Mis padres se rieron de mi, me dijeron que tuviese mucho cuidado y que no me perdiese por el avión. Entré al aseo enfadado por su clara ironía, cuando noté un tambaleo. El avión estaba comenzando a subir, pero tras una serie de ruidos extraños se precipitó agudamente hacia abajo. Aún recuerdo los gritos, y el agobio que sentí al no poder abrir la puerta... Cuando por fin lo conseguí, salí raudo y observé entre la gente al principio del pasillo, a mis padres que supongo, me buscaban a mi. Entonces me vieron, leí en sus labios mi nombre ya que sus gritos se camuflaban tras la histeria colectiva. No recuerdo más-titubeó e hizo una pausa- varios días después me desperté en el hospital. Me explicaron que tras volar unos cuantos metros, el avión cayó en picado por causas que ahora mismo no son trascendentales... Todas las personas que se encontraban cerca de la cabina, murieron en el acto... Incluidos mis padres.
Le dio un largo trago al batido de mango y contempló con gesto de aflicción un solitario barco que cruzaba el horizonte.
   -Eso sí que es una mierda ¿sabes?-añadió- de ese día, lo único que me queda es el recuerdo, y ésta puta cicatriz. Sin embargo, tú aún tienes a tus padres. Puedes tocarlos, abrazarlos, discutir con ellos y estás aquí lamentándote por ello... -su tono de voz se endureció- no puedes ni imaginarte lo que daría yo por poder verlos una vez más.
Miró a Martina que se sujetaba las rodillas con las manos y le contemplaba con lágrimas en los ojos.
   -Lo-losiento- titubeó ésta sin saber que decir.
Los recuerdos terminaron de dispararse mientras que una brisa con sabor a mango-piña y mora, grosella, fresa, vainilla los envolvía entre abatimientos y melancolías.


Capítulo 27

Martina volvió a casa, subió silenciosa hasta su buardilla y se acostó en la cama... Tenía ganas de vomitar. Era repugnante, ella era repugnante. Con qué poca delicadeza había tratado el tema de los padres delante de Lèo sabiendo que los suyos habían muerto. Una mano invisible le empujó hacia el cuarto de baño aunque ella quiso resistirse. Cerró la puerta, y sus ojos parecieron tener un destello rojo, diabólico, una seña de que en esos instantes no era ella la dueña de su cuerpo, algo la controlaba sin su permiso.
Levantó la mirada y se observó en el espejo con un gesto de indiferencia para más tarde visualizar lentamente sus dedos. Los miró como si en ellos se encontrara la solución del enigma y problemas de su vida, ya que le gritaban insonoros que podían ayudarla.
Pero ella era fuerte, había aprendido a dominar su parte oscura que últimamente había estado muy presente en ella.
 
 
Roma, hace unas cuantas semanas, un chico de facciones infantiles esperaba nervioso a que llamaran a la puerta. Se repeinó el pelo frente al espejo y añadió un poco más de gomina mientras terminaba de recoger todos los botes de colonia que había sacado antes de su elección. Acabó por decantarse, evidentemente, por la que hacía siempre. No le gustaban los cambios y sinceramente, era muy tradicional ¿por qué motivo iba a renovar la colonia si le gustaba la que tenía?
Se dirigió a su habitación, consultó el reloj apresurado y confirmó que ya debería de estar ahí. Estiró la cama una vez más y se sentó al piano para hacer más amena la espera... Disfrutó una pieza de Mozart, una de Beethoven y por último una de Chopin que fue interrumpida por el sonido del timbre.
Se levantó corriendo y fue a abrir. Tras la puerta, estaba Martina, espléndida como siempre con una falda vaquera tableada, una camisa azul y unas sandalias con cuerdas que se ataban a los tobillos.
Intentó darle un beso, pero éste la agarró por un brazo y la hizo entrar apresuradamente.
   -¿Qué pasa?- preguntó perpleja
   -No quiero que te vean los vecinos... Podrían hablar con mi madre y decírselo.
   -¿Lo estás diciendo en serio?
   -No puedes llegar a imaginarte lo cotilla que es la anciana del dúplex 18.
   -Me refiero a que si tu madre no sabe que traes chicas a casa.
   -Es la primera vez que lo hago- respondió sonrojado.
   -No te creo... -la chica empujó la puerta y se entregó en sus brazos.
Le besó apasionadamente, lo que produjo un aumento del nerviosismo de Gonzalo.
   -Espera, espera...- añadió separándose- ¿quieres una coca-cola?
   -Te quiero a ti...
   -¡Martina! Bebamos algo primero...
   -Está bien, está bien. Un cubata para cada uno, ¿dónde está tu cuarto?
   -Subes la escalera y la segunda puerta a la derecha.
   -Guay, te espero ahí... ¡No tardes!- y le guiñó un ojo mientras se dirigía a las escaleras.
¡Cómo le gustaba esa chica! Al final debía darle la razón a sus amigos, y admitir que no entendía como había tenido la suerte de estar con semejante monumento.
Preparó los cubatas con temor de que sus padres se percataran de la falta de alcohol.
Inspiró profundamente, le dio un largo trago a la botella, y fue al encuentro de su novia al piso de arriba.
Para qué nos íbamos a engañar, estaba muy nervioso ya que en teoría su madre tardaría un par de horas en llegar y su padre estaba trabajando, pero su hermano mayor Carlo podía aparecer en cualquier momento.
Subió el último peldaño y entró a la habitación, donde Martina le esperaba contemplando toda su colección de Cd's de música clásica.
   -Cari, debo decirte que eres un muermo. Para tu próximo cumpleaños te regalaré un par más con música buena.
   -Son bonitos...
   -Ya claro, lo que tú digas. ¿Me dejas que ponga uno que traigo?
   -¿Las tías también lleváis discos en el bolso?
   -Sólo en ocasiones especiales....
Abrió la caja y colocó el CD en su disquetera, que al momento se cerró y comenzó a reproducir.
Era reguetton, música que él detestaba, pero no quería estropear la ocasión y quedar como un imbécil pionero delante de ella.
La chica dio un sorbo a su cubata y luego lo besó dulcemente, esos besos que a él le volvían loco.
Sus manos se adentraron por la camiseta y acariciaron su pecho... Ella parecía tener mucha experiencia en este tipo de situaciones, y él estaba histérico. Nunca se había acostado con nadie, quería esperar al momento ideal, al momento en que estuviese verdaderamente enamorado y compartir esa alegría con la otra persona.
Pero Martina le había insistido mucho. Cuando se enteró de que estaba solo en casa, quiso venir a pasar la tarde con él, que no pudo evitarlo.
Sin darse cuenta, la chica ya le había despojado de la parte de arriba y se encontraban tirados en la cama uno encima del otro besándose ardiéntemente.
Sí, una parte de su cuerpo le pedía seguir... Viajar bajo esa camisa que le pedía a gritos desabrocharla, pero otra parte le decía que parara, que esa música lo estaba volviendo loco, que la mujer que se enzarzaba con su cuello, de momento no era la adecuada. Quiso deshacerse de sus brazos incómodo, pero ella le sujetaba firmemente con su cuerpo.
Caía en la tentación, y no podía hacer nada para evitarlo... Al fin y al cabo, seguía siendo un hombre.
Entró en ese juego prohibido, en el cual sus manos intercambiaban caricias abrasadoras. Poco a poco se fue sumiendo en un sueño en el que sólo existían ellos dos. Perdón, ellos dos y su colchón. Martina le desabrochó los pantalones rápidamente. Estaban muy excitados... Al fin llegaba el momento, ese momento que siempre había imaginado con Aitana.
Aitana, ¿qué estaría haciendo en esos momentos? Entonces se la imaginó actuando igual que Martina, pero con otro hombre. De repente la música retumbó en sus oídos, mucho más fuerte,  intentó entender la letra que decía algo sobre sexo. Martina besaba su pecho, Aitaba besaba el pecho de ese chico sin rostro. Esos ojos azules gélidos subieron hacia él, y lo miraron a golpes y estruendos de reguetton La chica rió a carcajadas y se adentró en las sábanas con su acompañante. No podía verla, pero si escucharla a pesar de esa música atroz. Ambos reían...
Entonces, no pudo más. Se levantó de golpe tirando a Martina de la cama.
   -¿Qué pasa?- preguntó ésta asustada.
Llevaba varios botones de la camisa arrancados, y el pelo revuelto.
   -No puedo, vete por favor- contestó abrochando los pantalones rápidamente.
   -¿Qué dices?
   -Ya lo has oído, Martina vete...
   -No seas imbécil- ésta volvió a abalanzarse sobre él, besándole mucho más efusivamente que antes.
   -¿No me has oído?-jadeó separándose- no estoy preparado joder, vete.
Ésta le miró estupefacta. Era la primera vez que escuchaba eso de la boca de un chico... Y eso le hizo enfurecer.
   -¡Vete a la mierda!
Agarró su bolso, y salió como una centella de la habitación pegando un portazo a su paso.
Éste intentó retenerla, pero en vano.
Respiró profundamente y apagó el aparato de música que dejó de bramar al instante.
Todos los pensamientos sobre Aitana se borraron rápidamente. Ahora sólo importaba Martina, y acababa de rechazarle, ¿significaba eso que habían roto? Él sólo quería esperar un poco más, intentó hacérselo saber a ella pero no quiso escucharle
Ya estaría camino a su casa, y probablemente estuviese pensando en lo gilipollas e infantil que era... Con razón, no había sido capaz de hacerlo aunque esa chica le gustaba, y mucho... Volvió a tumbarse un poco más relajado, cerró los ojos y caviló acerca de lo que iba a significar ese altercado


Efectivamente, la chica llegaba a su casa en ese mismo instante.
La puerta de su casa corrió la misma suerte que la de la habitación de su novio y sin saludar a su padre que yacía en el sofá, fue directa al cuarto de baño.
Puso el pestillo, abrió el grifo de la ducha y se miró al espejo. Sus ojos brillaban de rabia, de impotencia, de venganza... Y un destello rojo y diabólico, los salpicó.
Se dirigió al váter, se sentó de rodillas en el suelo y tras observarse los dedos, tranquilamente los introdujo por su garganta. Las lágrimas comenzaron a bañarle el rostro, la tos la ahogaba y las arcadas le hacían estremecerse. Qué asco de vida. Una vez, dos, tres, y a la cuarta, cuando al fin se sintió más tranquila, se desnudó y se dio una ducha.
No volvería a verlo nunca más. Ella era Martina Colucci, y no sufría humillaciones como la que acababa de experimentar. Era mucho más fuerte que cualquier otro sentimiento.
 

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulo 22, 23, 24

Capítulo 22

   -¿Sabes que día es hoy?
   -¿Viernes?- contestó él.
Ambos se encontraban en una fiesta de una compañera de clase de Gonzalo Era un duplex de piedras grisáceas con multitud de ventanas con marcos blancos. Un muro con enredaderas rodeaba el jardín cubierto de césped y de adolescentes. Había una piscina, cercada por farolillos que la alumbraban tenuemente, acogiendo a varios individuos. La casa estaba cerrada por petición de los padres, que conocían la existencia de la fiesta aun estando de viaje en Grecia.
Había mesas repletas de botellas y de comida... Los cuerpos de los chicos rugían con ansia de beberse la noche y gritar a los cuatro vientos que el mundo es de ellos. Bailaban al son de la música sin importar lo que pensaran los demás...
Martina y Gonzalo se encontraban sentados en una hamaca de madera compartiendo un vodzka rojo.
   -Imbécil, sé que es viernes. Pero me refiero, a que hace dos semanas que salimos juntos.
   -Pues... no te he comprado nada- contestó sonrojándose el chico- no se me suelen quedar las fechas.
   -No quiero que me compres nada... Pero pensé que podíamos hacer algo especial.
   -¿Cómo qué?
Ella sonrió pícara y comenzó a besarle. Que linda era, pero que poco precavida... Respondió al beso pero se apartó raudo cuando notó su mano rozando la piel del pecho.
   -¿Qué pasa?- preguntó ella molesta.
   -Te he dicho mil veces que delante de gente no-contestó colocándose la camiseta.
   -Vamos, no seas tonto- se acercó a él, pero se levantó de la hamaca antes de que pudiera hacer nada.
   -Para Martina.
   -¿Pero qué más te da? Están todos bailando y no se enteran de nada- sentenció siguiendo su ejemplo y abandonando la hamaca también con copa en mano.
Volvió a besarle, y él, rendido a sus encantos, no pudo evitarlo hasta segundos más tarde...
   -Voy a por otra copa.
Se separaron bruscamente y prácticamente, Gonzalo salió corriendo hacia donde los demás despachaban la fiesta.
Tenía la mente nublada, había bebido más de la cuenta y Martina no cesaba de ponerle nervioso.
Necesitaba relacionarse con más personas que no fuese ella... Justo entonces, una mano se posó en su hombro.
   -¿Se puede saber dónde has estado escondido estas últimas semanas?
Se giró y vio a su compañera de laboratorio de química durante el último curso. Era realmente guapa y tenía novio desde que la conocía. Un tal Marco, ventitantos años y un mercedes que la recogía todos los días de clase. Eleonora tenía el pelo negro como el carbón, y rizado con un volumen que envidiaban la mayoría de chicas. Ojos castaños maquillados con pinceladas azules, y unos labios preciosos. Era muy alta y esbelta,  con unas piernas extremadamente largas, pero tenía la voz muy infantil. Todos se metían con ella a causa de aquella agudez, pero a él le encantaba. Le daba un toque divertido.
Llevaba unos tacones verdes que se perdían entre el césped, unos vaqueros pitillos y una sencilla blusa blanca.
   -¡Ele! ¿Cómo estás?- contestó Gonzalo alegremente.
Se saludaron con dos besos bajo la atenta mirada de Martina, que supervisaba la escena desde la hamaca con lo que quedaba de vodzka en la mano.
   -¡Genial! Aunque sorprendida de verte aquí. No sueles frecuentar nuestras fiestas.
Éste sonrió tímido.
   -Mi novia quería venir para conocer a los compañeros del instituto.
   -Ah, pues no me ha parecido ver por aquí a Aitana.
Un jarro de agua fría sobre él... Su mirada se oscureció mientras abría la botella de Ron Barceló.
   -Martina. Mi novia se llama Martina.
   -Ah pensé que seguirías con ella, disculpa- pareció realmente arrepentida- bueno, cambiemos de tema, ¿algún plan para el verano?
   -En realidad no... Mi hermano quiere que vaya a trabajar con él a la oficina, pero aún me lo estoy pensando. Sinceramente, no es que sea un buen plan, pero no encuentro nada mejor. ¿Y tú?
   -Pues Marco quiere que pasemos el mes de julio en su casa en la playa de Ibiza... Me apetece bastante y la casa es preciosa, mira tengo fotos- rebuscó en su bolso de piel verde, y sacó un iPhone mientras que se acercaba a Gonzalo para que pudiese contemplarlo mejor- mira, está justo al borde de la playa- señaló la pantalla y el chico observó una preciosa casita color añil con unos jardines repletos de árboles y flores que daban sombra a sus pies a una cala desierta bañada por aguas cristalinas. La foto parecía estar hecha desde el agua, desde un barco quizás.
Ambos estaban muy juntos, y ella pasaba las fotos muy dicharachera...
   -Mi madre se opone rotundamente, pero no me importa. ¡Iré quiera ella o no!
Ambos rieron y Martina se removió incómoda en su asiento a causa de las mirada que se intercambiaban los dos jóvenes. No era su estilo comportarse como una niña celosa, pero aún desde ahí se podía observar el tonteo que tenían... ¡Incluso seguro que Gonzalo no había mencionado que tenía novia!
   -Habla con ella más detenidamente, explícale que no tiene por qué preocuparse.
   -¿Crees que no lo he intentado? ¡Llevo con Marco más de 2 años, y sigue sin aprobar nuestra relación! Es la historia de siempre...
   -Bueno, como te he dicho normalmente, tiempo al tiempo.
   -Es una histérica. ¿Sabes lo que hizo el otro día?- su fina voz se agudizó un poco más al pronunciar la palabra ''día'' cosa que hizo sonreír a Gonzalo
   -Sorpréndeme.
   -Estábamos en el cumpleaños de mi hermano, Marco y yo nos estábamos besando hasta que mi madre nos interrumpió, se puso entre nosotros y con todo su morro  le invitó a dejarnos solas- Eleonor enarcó las cejas consternada completamente- se acercó a mí, y se puso a la altura de mi oído para susurrarme...
La chica había estado reproduciendo la escena, así que se encontraba rodeando la cintura del chico para mantener el equilibrio mientras se ponía de puntillas para poder alcanzar el oído del chico, que la sujetaba con un brazo... Realmente, podía tergiversarse la escena haciendo de ella lo que no era. Cosa que practicó Martina que había seguido detenidamente todos y cada uno de sus movimientos.
Se levantó hecha una furia. Sus ojos destellaban odio y sus andares prominentes hicieron que todos se apartaran a su paso hasta llegar a donde estaba él y la chica de piernas quilométricas.
Le dio un empujón a Eleonora, que no pudo evitar caerse bajo la mirada atónita de l otro joven.
   -¡No te vuelvas a acercar a él, puta!- le gritó exaltada.
 
 

Capítulo 23

   -¿Pero qué estás diciendo, loca?- la otra chica intentó levantarse, pero uno de los tacones se le había resbalado durante la embestida.. Gonzalo, cuando al fin pudo reaccionar, corrió a ayudarla.
   -Martina, ¿qué coño haces?- gritó agachándose y acercándole su zapato.
A su alrededor se había formado un corro de jóvenes curiosos que gritaban la palabra ''pelea'' de maneras retante y tentadora.
   -¿Que qué coño hago? ¿Observo y como palomitas mientras se te tira al cuello la zorra ésta?
Eleonora, atónita, contemplaba desde el suelo como el chico se levantaba, cogía de un brazo a su novia y le gritaba delante de todos
   -¡Vámonos...!
   -¡Suéltame! ¡Se le van a quitar a ésta las ganas de susarrar al oído!
Quiso abalanzarse sobre Eleonora, que se tapó la cabeza con los brazos, pero Gonzalo la sujetó firmemente y la agarró también de la otra mano mientras la empujaba hacia la puerta de salida a la calle.
Forcejeaba para deshacerse de él y volver a la carga, pero al ver que el chico era más fuerte que ella, se limitó a volver la cabeza unas cuentas veces y soltar varios improperios dirigidos a la chica a la que ayudaban varias personas a levantarse.
Martina solo tenía en la cabeza una imagen. Esa imagen grabada en su memoria a fuego lento... Gonzalo tiraba de ella hacia el coche, aparcado justo en la acera de enfrente.
   -Suéltame, me haces daño.
Pero hasta que no hubo entrado en el coche, no soltó su mano...
Se sentó frente al volante, y con la mirada hacia el frente, suspiró como cuan nadie quiere la cosa. Cierto era que nunca había tenido que enfrentarse a ese tipo de situaciones, ya que solía evitar esos tumultos y por supuesto, esas fiestas a las que todos acudían. Siempre les había parecido una pérdida de tiempo y sólo hacía gala de su presencia cuando alguien se lo pedía por favor, como en este caso.
   -¿Por qué has hecho eso?-preguntó despacio.
Martina tardó tiempo en contestar, parecía estar más relajada, aunque las lágrimas brotaban de sus ojos sin control alguno para emborronar su maquillaje que húmedo se escurría entre los riachuelos de sus mejillas sofocadas.
   -¿No viste de qué manera se te insinuaba?- gritó
El chico, con la mirada aún fija en el coche de alante, cerró los ojos por un instante y apretó el cuero del volante suavemente...
   -Es sólo una amiga. Simplemente- pausa- hablábamos- otra pausa- de como su madre le susurró al oído que no pensaba pagarle los preservativos para cuando los usase con su novio de veintitrés años...
Silencio. Dos lágrimas paralizadas. Silencio. Una niña avergonzada. Un hombre decepcionado. Silencio. El ruido del motor de un ford focus negro que arranca y se aleja. Ya no hay silencio.
Unos minutos después, Martina se limpió el rostro con un pañuelo y respiró lentamente.
   -Lo siento...
   -Eso espero- sentenció Gonzalo.
   -No deberías conducir, has bebido demasiado.
   -¿Y cómo pretendes volver a casa?- contestó éste aún algo irritado
   -Podía haber cogido un taxi...
   -Ya claro, para que te entre una pataleta como ésta y le agredas al taxista.
   -¡Bueno ya vale! ¡Te he pedido disculpas joder!
Ésta le miró enfurecida por lo que había subido el tono de voz.
   -¡Martina no me grites!- bramó el chico girándose hacia ella.
  -¡M ira la carretera y detén el coche, quiero bajarme!
   -¿Quieres bajarte? ¿Ahora quieres bajarte?
   -¡Estás borracho!- lloriqueó
   -Tú también lo estás!
Entonces sucedió... Un alfa romeo blanco apareció de repente desde un callejón horizontal a una velocidad vertiginosa que no pudo disminuir al ver el ford que venía hacia él...
Un agudo frenazo rasgó la tranquilidad de la calle... No les dio tiempo a reaccionar y se produjo el estruendo.
Cuando Martina abrió los ojos, se encontraba tumbada en una camilla y una sirena estridente le retumbaba en los oídos incrementando su dolor de cabeza. Una de sus manos era sujetada por otra que reconoció al instante...
   -Gon-gonzalo- tartamudeó e intentó incorporarse.
   -¡Martina estás bien! Lo siento, lo siento, lo siento muchísimo
Éste la abrazó y la ayudó a sentarse. Llevaba puntos en una ceja, pero por lo demás, parecía ileso.
Una enfermera de la ambulancia le explicó que un conductor borracho se saltó un semáforo y se los llevó por delante, pero que afortunadamente no habían resultado dañados. Ella parecía tener un traumatismo craneoencefálico leve por lo que había perdido el conocimiento durante unos minutos, y él se había cortado por encima del ojo con un cristal que saltó de la ventana en el impacto de la colisión.
Testigos del siniestro corroboraron esa versión, por lo que afortunadamente no hizo falta investigar más...
Al llegar al hospital, fueron sometidos a unas cuantas pruebas para certificar que no sufrían cualquier otra lesión interna y poco después, lo abandonaron aprisa
para llamar a sus padres, ya tranquilos, que vendrían a buscarlos minutos más tarde.
Ambos entraron en una cafetería de una gasolinera próxima. Solamente había dos hombres robustos con camisas a cuadros, uno de ellos abierta y dejando descubrir la camisa interior blanca, seguramente camioneros, compartiendo un plato de patatas fritas algo grasientas. Sentada en otra mesa, había una chica de unos 16 años, vestida completamente de negro. Llevaba una camiseta de encaje a juego con unos guantes iguales a excepción de una puntilla en el borde y unos pantalones vaqueros del mismo tono. El pelo, le llegaba hasta la cintura aunque lo llevaba perfectamente peinado. Tenía un piercing en la nariz y estaba totalmente sumida en un libro... ¿El fabuloso destino de Amélie Poulain? Sí, era ese. Irónico... Quizás encajaba mejor en su perfil como persona, libros de vampiros, o de asesinatos, pero quién sabe. Detrás de cada persona hay un mundo sorprendente por descubrir...
Pidieron en la barra un bombón y un descafeinado y se sentaron en la mesa más alejada.
Aún no habían intercambiado ninguna palabra... Gonzalo seguía blanco como el mármol.
Cogió de la mano a Martina y la besó.
   -Lo siento muchísimo. Tenías razón, no debía haber cogido el coche joder, podía haberte matado y no me lo hubiese perdonado en la vida...
   -Tranquilo, tranquilo. También fue mi culpa, no debí ponerte tan nervioso- apretó su mano suavemente- además, si no hubiese montado ese cirio en casa de tu amiga, no teníamos que habernos ido y tu coche aún seguiría de una pieza
El chico sonrió conciliador.
   -Soy un irresponsable. Nunca había conducido bebido te lo prometo-añadió realmente arrepentido- espero que me perdonas algún día, lo siento de veras.
   -Cosas peores he hecho yo, además tampoco habías bebido tanto. Perdona por haberte llamado borracho.
La camarera, una mujer cuarentona de pelo corto y pelirrojo depositó los dos cafés en la mesa y se alejó contoneándose exageradamente.
Los chicos rieron ante tal movimiento.
   -¿Sabes qué?- preguntó Martina- nunca había pedido perdón tantas veces.
   -Siempre tiene que haber una primera vez para todo- y volvieron a reír.
 
 

Capítulo 24

Fiorilla. A medio día...
Martina caminaba entretenida hacia la playa, concretamente al bar Aguamarina. Anteriormente, había planchado un par de cosas para Anne y había pasado la fregona por la entrada de la casa.
Se había explayado casi a la perfección con ella, es decir, le había contado lo ocurrido con Gonzalo aunque había evitado detalles particulares como el del accidente de coche.
Se paró a pensar en lo ocurrido en la fiesta mientras que descendía por las escaleras de piedra.
Recordaba perfectamente como había llamado puta a aquella chica por haber querido ligarse a Gonzalo, cuando en realidad lo único que hacía era compartir con él una anécdota sobre sus padres.
Es más, ahora que recapacitaba en frío... Ella había roto muchas parejas. Y en especial, la de su mejor amiga Aitana. Joder. ¿Se habrían sentido las demás chicas como ella misma se sintió esa noche? Incluso peor, seguro. ¿Por qué no se habría dado cuenta de esto antes? Joder.
Era una puñetera guarra. Le había quitado el novio a su mejor amiga e incluso le había besado en sus narices, y ni siquiera se había arrepentido ni sentido una pizca de remordimiento...
Cuando sus pies tocaron la arena, en vez de dirigirse hacia la zona de bares, emprendió camino hacia el acantilado... Donde las olas rompían no muy enfurecidas contra las rocas, al igual que el primer día que las había visitado.
Corrió, corrió queriendo dejar los lamentos atrás... Todos esos pensamientos que la perturbaban, ¿dónde estaba la Martina fuerte que había sido siempre? ¿la Martina que nunca lloraba?
Se sentó en una piedra cilíndrica y elevada donde las olas no llegaban, pero no por ello dejaba de estar húmeda a causa de las gotitas de agua que sí alcanzaban la cúspide de ésta. Se rodeó fuertemente las rodillas con los brazos y gritó... Pero el sonido de su voz, fue camuflado tras el rumor del mar y los aparentes cánticos de sirenas.
Sólo quería ser normal, y para ello debía poner en orden su vida.
Inspiró profundamente, y después soltó el aire por la boca lentamente. Sí, estaba más tranquila. A ver ¿cuántas parejas había roto ella? Si estaba segura, primero fue Zac el campeón de natación de su instituto, salía con aquella mulata de ojos verdes que ni siquiera hablaba del todo el italiano, luego fue Filippo Barchiesi, aquel tan grandote como bobalicón, llevaba un par de meses con su novia cuando Martina se cruzó en su camino. También estaba Romeo, un verdadero empollón que salía con una chica bastante desagradable a la vista, pero que le proporcionaba unos apuntes de filosofía excepcionales. Y por último, fue Gonzalo... Que salía con la chica mas maravillosa del mundo.
Vale, cuatro veces, cuatro parejas rotas y cuatro corazones destrozados. Y en realidad sólo había tenido necesidad de hacerlo en el último caso, cuando sintió un deseo irrefrenable por ese chico de facciones infantiles. Los demás, simplemente le llamaba la atención, o como ella los llamaba: ''caprichos''.
Efectivamente, era una caprichosa, una caprichosa y una egoísta de dos pares de narices.
¿Y cómo no se había percatado antes de todo eso? ¿O se había dado cuenta y había hecho caso omiso? Un poco de ambas tal vez... Pero eso iba a cambiar.
Se levantó aún entristecida, se frotó los ojos y caminó sobre las rocas evitando el agua para llegar a la orilla, donde se recogió la melena rubia oscura en una coleta alta y emprendió destino el bar de su amigo justo al otro lado de la playa.
Era una caseta, de madera con un gran ventanal, lo suficientemente espaciosa como para albergar unas treinta personas, sin contar el espacio que ocupaba la barra. Poseía varias mesas tanto en su interior como en sus exterior, la mayoría ocupadas. Había sombrillas de mimbre que resguardaban a los clientes del sol y mantenían una temperatura soportable.
De momento no había visto a Lèo por ningún lado, ¿seguiría enfadado por la pregunta de ayer? No lo había hecho con mala intención, pero de todas maneras le pediría disculpas.
Se asomó a la parte de atrás, donde normalmente están los camiones de carga y descarga y efectivamente, ahí estaba él dándole la espalda (y qué espalda), sin camiseta dejando a relucir su torso moldeado y tostado a causa del trabajo y del sol, unos pantalones cortos de color beige y un gracioso gorro de paja.
Transportaba una caja de ¿melones? Sí, melones. Y realmente parecía pesada.
Se acercó a él sigilosamente por atrás, y cuando estuvo próxima, cuidando de que su sombra no la traicionara, le dio una palmadita en el hombro y dijo emocionada:
   -¡¡Bu!!
El chico dio tal brinco, que la caja de melones se le desprendió y se cayó al suelo en una milésima de segundo, desperdigando toda la fruta por la tierra. Al estar en cuesta varios de los melones rodaron hacia abajo.
   -¡JODER MARTINA QUÉ SUSTO!
El chico se puso una mano en el corazón, y se agachó para recoger los varios melones del suelo y devolverlos a su caja.
   -Lo siento- se disculpó arrepentida- voy tras ellos espera.
La chica corrió hacia los 3 melones que descendían rápidamente la montaña de arena.
   -¡Déjalo, ya voy yo!
Lèo la imitó agarrando el sombrero para que no se le escapase con el viento.
Martina había conseguido capturar uno de ellos, pero los otros dos, seguían rodando impasibles con destino el mar si antes no chocaban contra algún desafortunado que tomaba el sol a esas horas.
   -¡Lo tengo, lo tengo...!
   -¡Martina espera!
Pero entonces, Lèo dio un traspié e impotente, corrió la misma suerte que los melones. Se precipitó al suelo y comenzó a descender colina abajo sin dar tiempo a la chica para reaccionar, llevándosela por delante poco después. Ambos rodaron los pocos metros que quedaban y acabaron tendidos, mareados y frotándose zonas doloridas allí donde se habían clavado alguna que otra piedra.
   -¡Mira lo que has hecho!- le espetó ella- ¡estaba a punto de alcanzarlos!
   -Lo siento, me he tropezado ¿vale? ¡Si no me hubieras asustado de esa manera...!
   -Era una broma mañanera, ¡qué poco sentido del humor! Por cierto, ¿dónde están...?
Tarde. Los melones yacían entre la espuma de la orilla y el oleaje los atraía hacia el interior.
   -Creo que eso no va a poder recuperarse-repuso Martina abochornada.
   -No, yo creo que tampoco... ¿Cómo le explico yo ésto al jefe?
Ambos se acercaron a la escalinata, y comenzaron a subir.
   -Es simple; decimos que aquí llegaron ese número de melones, en todo caso podemos culpar al de transporte o no sé.
Lèo sonrió y sacudió el sombrero que posteriormente se puso.
   -Eres mala.
   -Mi propósito es no serlo
   -Pues no lo estás consiguiendo- sentenció peinándose los cabellos aturullados con las yemas de los dedos.

Capítulos 19, 20, 21

Capítulo 19

  -La verdad es que ahora no tengo ganas de nada. Gracias Lèo- añadió.
Éste se removió un poco el pelo y apoyo los codos en las rodillas.
   -Pues quedándote en casa ahogando tus penas no ganas nada.
   -Déjame en paz, por favor- contestó volviéndose para ocultar otra lágrima revoltosa.
Lèo se acercó a ella un poco más.
   -Esta noche voy a salir en barco a navegar... Hace aire y encima hay luna llena. ¿Quieres venirte?
   -¿Por qué haces todo esto por mí?
   -Sólo intento que te sientas cómoda- se encogió de hombros, se levantó y se dirigió hacia la puerta- pero ya veo que te es indiferente.
   -Espera- lo miró tímidamente- me encantaría acompañarte.
Éste esbozó una amplia sonrisa.
   -Nos vemos en la playa a las diez- y salió cerrando tras si la puerta.
A Martina le entró el hipo, y por lo tanto la risa. Le encantaba escuchar los diferentes sonidos que emitía la gente al hipar. Algunos lo hacían muy pausado y grave, otros hipaban agudo y muy repetido asemejando el ruido al de un pato de goma amarillo e inocente después de ser pisado. Otros se enfadaban y maldecían por lo bajo el no poder deshacerse de esa incómoda sensación, otros se reían y por lo tanto provocaban la risa a los demás y por último estaba el divertido grupo que intenta hacer lo posible para que le desaparezca; beber agua al revés, poner cara de pez globo y dejar de respirar, tomar aire fuerte y profundamente, etc.
¿Cómo tendría Lèo el hipo?
Martina sonrió silenciosamente y pensó en lo agradable que estaba resultando ser el misterioso chico de la cicatriz al fin y al cabo. Lo describía como misterioso ya que era, como decirlo, ¿diferente? Parecía no importarle lo que la gente pensara de él, de vez en cuando le surgía un temible temperamento, pero también era muy cálido y sensible.
Escuchó una voz que la llamaba desde abajo, así que volvió a entrar al cuarto de baño para lavarse la cara una vez más y bajó hasta la cocina donde Anne palpaba la encimera de mármol blanco.
   -¿Qué busca?- le preguntó la joven.
   -No encuentro mi caja de pastillas querida, ¿podrías buscármelas?
Ésta echó un ojo hasta encontrarlas por fin en una esquina de la mesa.
   -Aquí están- anunció- ¿le saco una?
   -Te lo agradecería. Me la debía haber tomado hace un par de horas, pero he estado escuchando la televisión y he perdido la noción del tiempo.
   -¿Cada cuánto tiene que tomárselas?
   -Dos pastillas a las doce de la mañana, otra a las cinco, y la última a las diez.
   -Si no es una indiscreción, ¿cómo sabe cuando es la hora?
Anne rió.
   -Lèo me regaló un despertador hace tiempo que suena a esas horas, pero como antes andaba escuchando la tele, no me enteré.
   -Entiendo, ¿va a salir esta tarde?
   -No, necesito descansar para mañana. ¡Francesca y yo iremos a la playa!
Ambas entraron al salón después de que Anne tomara la pastilla, y se sentaron en un sillón.
   -¿Quiere que las acompañe?
   -No hace falta querida- suspiró.
   -Podría hacer pasta para cenar, ¿le apetece?
   -Por supuesto. Bueno Martina, tenemos que hablar. Cuéntame por qué decidiste venir aquí.
   -Ya se lo conté esta mañana, iba de vacaciones...
   -Esa historia ya la sé, pero me gustaría conocer la verdad- cortó.
La chica se sintió cohibida al ver como su mentira era descubierta.
   -Yo...
   -¿Te has escapado de casa?- preguntó franca.
   -En realidad tengo 18 años- contestó bajando la cabeza avergonzada- quería cambiar de aires, se lo prometo. Estaba cansada de mi vida en Roma.
   -¿Tus padres saben que estás aquí?
   -Me puse en contacto con mi hermana, le expliqué que estaba instalada en la costa y que me quedaría aquí un tiempo. Además, les envié un correo electrónico al cual no han contestado. Siento haberle engañado, no quería que me echase de su casa al saber la verdad.
Realmente estaba muy avergonzada.
   -Querida, debes llamarlos tú personalmente. Seguramente no hayan leído el mensaje y estarán preocupados por ti.
   -¿Y si se empeñan en venir a buscarme? Anne, usted no lo entiende, no puedo volver ahí.
   -No puedes estar un paradero desconocido para tus padres, simplemente llámales, que escuchen tu voz, que sepan que verdaderamente estás bien. Tómate un par de días para reflexionar y piensa qué le vas a decir, pero después de ello, poneos en contacto Martina. Ya no eres una niña- se detuvo- y bien, ¿lo harás?
Tras un largo silencio, contestó al fin:
   -Supongo que sí.
Anne sonrió y buscó la mano de la chica para acariciarla.
   -Me alegra saberlo, tus padres no se merecen ese sufrimiento.
   -Usted no lo entiende, discuten día tras día y seguramente les de igual que me haya marchado.
   -No digas tonterías, estarán muy preocupados e incluso apostaría lo que fuese a que te han llamado por teléfono muchas veces y tú no se lo has cogido.
Martina volvió a agachar la cabeza y la anciana tomó el silencio como respuesta.
   -Me ha dicho Lèo que irás a navegar esta noche- intentó, cambiando de tema.
   -Sí, está siendo muy amable conmigo aunque la primera impresión que me dio fue íntimamente lo contrario.
   -Él es así, un día está de buenas, otro de malas y la paga con el mundo que le rodea. Aún sois jóvenes y tenéis que errar, sufrir y amar... para vivir.
   -Ninguna de las tres cosas es buena.
   -¿Cómo que no? ¿Me estás diciendo que no es bonito amar? ¿No es bonito sufrir a causa de que has creado unos lazos maravillosos con otra persona? ¿No es bonito errar, y tener la oportunidad de aprender de ello?
     -Es muy fácil decirlo...
-Más fácil aún si te lo propones. Si te conciencias en cambiar esa mentalidad negativa que tienes jovencita.
En ese preciso instante, Martina hipó por última vez y esbozó media sonrisa.
   -Gracias Anne- sentenció dándole un suave apretón en la mano.
   -Una tiene ya muchos años querida. Bueno, ¿y qué me decías antes de una pasta para cenar?
Ambas rieron y se dirigieron a la cocina a preparar unos espaguetis boloñesa.


La noche comenzaba a tenderse sobre Fiorilla, las olas se proclamaban victoriosas contra el acantilado al percibir el perfume de la luna llena. Algunos padres empezaban a regañar a los niños para que salieran del agua, otros sin embargo, conversaban risueños sentados en sillas de plástico comían deliciosos bocadillos de tortilla y bebían cerveza fresca como quien no quiere la cosa. Reían entre ellos, intercambiaban historias diferentes e incluso se animaban a contar algún que otro chiste malo. Un corro de adolescentes intentaba encender una hoguera para hacer una barbacoa. Precavidos, habían llenado diversos cubos de colorines con agua.
Uno de ellos rodeaba la cintura de una chica pelirroja y la aproximaba a él, ambos se sonreían felices mientras que los demás avivaban el fuego e intentaban distinguir las estrellas que comenzaban a salir también. El verano es lo mejor- pensaban. Es una época mágica que todas y cada una de las personas pueden experimentar a su manera, como ellos decidan y quieran. Es una época en la que todo lo que se propone, se consigue. Es una época en la que todo cambia. Es una época indescriptible que hay que aprovechar al límite...
Martina salía de casa con su bikini y una camiseta de algodón blanca por encima. Anne le había aconsejado que se llevara algo más ya que era posible que refrescara. Sonrió y dijo que hacía una noche muy calurosa para llevarse una chaqueta.
Descendió por la carretera hasta llegar a la playa donde supuestamente Lèo la esperaba a las diez. Aún era pronto, así que se sentó en uno de los botes viejos y pensó que nunca había navegado. Había montado en yates y barcos de motor, pero nunca en uno de vela... Esperaba que el chico lo hubiera previsto ya.
Un viento cálido alborotó su melena y al girarse para ponerla en su sitio, dio con los jóvenes de la hoguera que a varios metros de ella se divertían... Daría lo que fuera por ser alguien normal, por ser uno de ellos que parecían vivir sin preocupaciones ni problemas. Tendría una pandilla de amigos con la que salir, tendría una familia que le llamase a gritos desde la ventana para que fuese a cenar, y sería tan feliz como siempre había deseado.
Pero ahí estaba ella. Sola. Envidiando a todo lo que le rodeaba, y por una vez en la vida, deseando que el verano acabase ya.
Un grito interrumpió sus pensamientos. Levantó la cabeza y contempló a Lèo que agitaba los brazos desde un pequeño barco de vela un poco alejado de la orilla.
Martina sonrió y salió corriendo intentando dejar atrás toda su intranquilidad e inquietud.
Llegó hasta el barco nadando y con dificultades subió a él mientras que Lèo la escrutaba silenciosamente.
   -¿No te has traído nada de abrigo?- le preguntó.
   -¿Otro igual? ¡Pero si mira que calor hace!
   -En alta mar refresca.
   -No me constiparé, tranqui.
Iba sin camiseta y aunque estaba oscuro, se podía apreciar unos músculos definidos que no eran de gimnasio. Llevaba también, un bañador azul marino por las rodillas e iba descalzo. Avanzó hasta la proa y se hizo con dos chalecos salvavidas fosforitos.
Le entregó el más pequeño a Martina y le preguntó.
   -¿Has navegado alguna vez?
   -Podría decirte que gané varias regatas hace un par de años para impresionarte, pero... - se detuvo divertida- no te voy a mentir. No me he montado nunca en un barco de vela, y claro está que tampoco sé llevar ese volante.
Lèo se revolvió el pelo con una sonrisa traviesa en la cara.
   -Timón, es un timón, no un volante.
   -¡Como sea!
   -Abróchate el chaleco anda- le dijo mientras se levantaba para tirar de uno de los cabos del mástil.
   -Tú lo llevas desatado.
Lèo se detuvo por un instante, suspiró y siguió tirando.
   -Yo sé exactamente lo que hacer en el caso de que volquemos.
   -¿QUÉ?- gritó Martina- ¿podemos volcar?
   -Es uno de los riesgos de los barcos de vela- contestó mientras se volvía a sentar a su lado y simulaba una cara de preocupación- se está levantando viento, espero que no el suficiente para elevar olas de varios metros que nos consigan hundir...
La chica miró a Lèo asustada y pensó que aún estaba a tiempo de bajar.
   -¿Lo estás diciendo en serio?
Éste de repente soltó una carcajada y contestó:
   -¡Qué va! Lo único que puede pasar es que tengamos que tirarnos al agua para enderezar el barco, pero por órdenes directas de Anne, debes llevar el chaleco abrochado.
Martina golpeó el hombro del chico.
   -¡Idiota, me has asustado!
   -Lo sé, esa era mi intención.
Y juntos volvieron a reír.

Capítulo 20

  -Bueno, ¿me explicas ésto como va?
  -En realidad había pensado que solamente vinieses a pasear, pero si quieres colaborar un poco...
   -Mientras que no sea peligroso, me veo capaz.
   -¡De acuerdo!-exclamó mientras se alejaban de la orilla- es sencillo... Si quieres ir hacia la derecha, debes llevar el timón hacia la izquierda. Si quieres ir a la izquierda, debes llevarlo hacia la derecha. Esta vela grande se llama la mayor y este palo horizontal que la sujeta, se llama botavara. El que lleva el timón, siempre debe estar al lado contrario de ella. Observa.
De repente, echó el timón hacia la derecha con violencia, y la proa del barco automáticamente cambio de sentido dando prácticamente la vuelta.
   -¡Cuidado con la cabeza!- gritó Lèo.
Martina se agachó asustada lo suficientemente rápido para que la botavara que también cambió de lado, no la golpeara.
El chico pasó por debajo de ella y se colocó justo enfrente de la joven, y de la vela.
   -¿Qué ha sido eso?- preguntó más calmada al ver que el barco tomaba rumbo recto otra vez.
   -Hemos virado, es decir, girado. ¿Lo has entendido más o menos?
   -Sí, si... Aunque si te soy sincera, prefiero mirar un rato como lo haces.
El tamaño de la aldea aminoraba cada vez más, aunque el acantilado seguía imponiendo desde ahí.
El cielo empezaba a plagarse de estrellas más definidas y claras que los observaban curiosas. Martina sentía como el barco era acunado por unas olas suaves y ligeras y como la brisa lo empujaba desde atrás.
¿Y hace unos minutos estaba lamentándose por la tristeza de su vida? ¡Ya quisieran muchos encontrarse donde estaba ella en esos instantes! Simplemente, era perfecto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el susurro del mar, por el silencio de su alrededor, por el maravilloso olor de Lèo y por la tranquilidad que ahora mismo le aliviaba sus temores.


Cuando despertó, sintió que las olas aporreaban el barco.. Sintió miedo. No quiso abrir los ojos por temor a que Lèo no estuviese... a que la hubiese abandonado a su suerte en medio del mar como ya hicieron (no literalmente) Aitana y Gonzalo. El mar rugía embravecido, y la embarcación daba fuertes bandazos contra él. Parecía que estaba tumbada. Sí, lo estaba. Y con la cabeza apoyada en algo blando, una chaqueta quizás.
Con un arrebato de valentía, entreabrió los ojos pero no vio a Lèo por ninguna parte. Le entró el pánico. Se incorporó rápidamente despertándose del todo y notó que alguien se sobresaltaba a su derecha.
   -¡Joder Martina qué susto!
Lèo se encontraba a su lado con el timón en mano, y un susto en la otra.
La chica se tranquilizó al verlo, al sentir como era su pierna en lo que estaba apoyada y como le había echado un jersey por encima. Suspiró calmada, y dijo.
   -La próxima vez prefiero un ''buenos días''- y sonrió.
   -Te has quedado frita- contestó volviendo la mirada hacia el horizonte.
   -Sí, creo que si... - estaba mucho más oscuro que antes, pero seguían navegando con el rumbo que les marcaba la luz del faro- ¿qué hora es?
   -La una.
Martina se asomó por la borda y comprobó que en realidad no había tantas olas como había imaginado antes. Efectivamente, éstas eran de mayor tamaño y se hacían oír, pero ni mucho menos podrían causar ningún peligro.
Sonrió para sus adentros y comentó:
   -Pensé que habías abandonado el barco en algún puerto y que estaba sola en una enfurecida tormenta.
El chico la miró extrañado.
   -Ves demasiadas películas Martina.
   -Puede ser...- miró el jersey- por cierto, gracias por echármelo. Teníais razón, hace frío.
   -Tiritabas mientras dormías.
   -Con que... ¿has estado observándome?- dijo pícara.
   -No, pero apoyaste tu cabeza en mi pierna y noté como lo hacías.
Martina se sintió ridícula.
   -Ah...
   -Póntelo vamos.
Se desabrochó el chaleco y se puso el jersey encima de la camiseta de algodón.
   -Gracias Lèo. ¿Cuándo volvemos a puerto?
   -¿Quieres irte ya?
   -¡No! ¡no! Para nada. Me encanta estar aquí...
   -A mi también, me tranquiliza y puedo pensar sin nada que me distraiga. Por cierto, ahora que estás despierta, háblame de ti... Puedes contarme si quieres el por qué de tu aventura en solitario.
   -Buf... -sonrió mientras se volvía a abrochar el chaleco fosforito y se restregaba los ojos- es una larga historia y no suelo contarle mis cosas a nadie, sin ofender.
   -Con respecto a lo de larga historia, tengo tiempo de sobra... Y en cuanto a lo otro, resulta raro, pero uno se expresa mejor cuando está frente a un perfecto desconocido, o si no, inténtalo.
Martina se relajó. Era agradable sentir la presencia de Lèo a su lado, percibir la esencia de sus palabras e involuntariamente, se dejó llevar.
   -Me he escapado de casa porque estaba hasta los cojones de las discusiones diarias de mis padres. No tengo amigas, todo el mundo piensa que soy una puta porque normalmente, consigo a los chicos que quiero cuando quiero. Mi novio me dejó hace unos días porque seguía enamorado de mi mejor amiga, con la que salía anteriormente. Pero yo le sigo queriendo- silencio interrumpido por una lágrima- quería huir de mi vida como tú dijiste, volar lejos yo sola... Aunque ahora extraño cada minuto, cada segundo... que pasaba en Roma.
Lèo rió silenciosamente.
   -En resumidas cuentas, no eres tan dura como pareces.
   -No, no lo soy- dijo cabizbaja.
   -¿Lo sabe Anne?
   -Sí. Lo hemos estado hablando esta tarde.
   -Ten cuidado, vamos a virar.
   -¿Qué..?
Pero no le dio tiempo a reaccionar, el barco dio un golpe brusco y Martina cayó de su asiento. Rápidamente, quiso levantarse pero con tan mala pata que lo hizo en el momento menos oportuno... La botavara se aproximaba a ella a una velocidad vertiginosa, y no tenía tiempo para esquivarla.
Justo cuando su cabeza iba a ser golpeada, la mano de Lèo sujetó el palo con fuerza para evitar el impacto.
Martina abrió los ojos, y al ver el panorama, dijo sonriente:
   -Tienes reflejos.
El chico se colocó enfrente de ella, y soltó la botavara.
   -Soy portero de fútbol, debo tenerlos.
   -Yo soy delantera. Podremos quedar algún día para echarnos unos tiros, ¿no?
   -Dudo que quieras...
   -¿Me estás retando?
   -Probablemente sí-contestó haciéndose el interesante.
Soltaron varias carcajadas hasta que Lèo anunció:
   -Esta noche no hemos visto peces... Es extraño.
   -¡Mejor! Detesto los animales.
   -¿Estás loca? Alguno habrá que te guste.
   -En realidad no... Creo que no.
   -Hasta que encuentres uno con el que te sientas identificada... Por ejemplo, un lobo. Los pintan como animales voraces, peligrosos, y en verdad no lo son. Antiguamente se le otorgó una fama que no les hace justicia, y por lo tanto, éstos lloran, aúllan en protesta a su historia. El Lobo aúlla a la Luna, el dolor alimenta sus pasos y alienta sus voces. Sus voces a la Luna son gritos al cielo suplicando y reivindicando su naturaleza..- Lèo pasó su brazo bajo la botavara y le sujetó cariñosamente de la barbilla húmeda a causa de las lágrimas- la única diferencia entre los lobos y tú... Es que tú aúllas en silencio. Sufres en secreto tu fama y tus penas... Mira, estamos llegando- y señaló a lo lejos Fiorilla.
Silencio. Otra lágrima traviesa se estrella contra el mar. Silencio. Un silbido del viento cauteloso. Dos jóvenes amigos. Silencio. Luna llena que observa y otro aullido omitido... 

Capítulo 21

Recurriendo a la ausencia de palabras, atracaron la embarcación y recorrieron la aldea como únicos transeúntes. Al llegar a casa de Anne, Martina se quitó el jersey y se lo entregó a Lèo, que a pecho descubierto la escrutaba.
   -Gracias por el paseo. Ha sido fantástico.
   -Gracias a ti por hacerme compañía. A veces es un poco aburrido navegar tan solo.
   -Pues cuenta conmigo cuando quieras. Bueno, debo entrar...
   -Sí, yo también tengo que volver a casa. Mañana madrugo para ir a trabajar.
   -¿En qué trabajas?
   -Ayudo con la carga y descarga de cajas en Aguamarina, un bar de la playa.
   -¿Podré ir a visitarte?
   -Si no tienes otra cosa mejor que hacer...
   -¿Por qué eres siempre tan borde?- dijo ésta golpeándole un hombro.
   -¡Si tú lo eres más que yo!- rió.
   -Eso habría que verlo, ¡por cierto!... ¿Puedo preguntarte una cosa?
   -Depende.
Martina puso los ojos en blanco y disparó aquello que tanto se había contenido.
   -¿Cómo te hiciste esa cicatriz?- y le señaló el pómulo.
Lèo se llevó una mano al rostro y seguidamente consultó el reloj.
   -Es muy tarde- anunció- deberías entrar.
La muchacha comprendió la indirecta y asintió.
   -Hasta mañana, gracias por todo.
Abrió y cruzó hacia el interior de la casa insegura por haberle dañado con la pregunta. Estaba oscuro, excepto por la luz que entraba por el hueco aún abierto de la puerta. Su mirada estaba fija en el salón. Entonces decidió volver a asomarse fuera... Lèo ya no estaba ahí, sino que caminaba despreocupado hacia su casa con las manos en los bolsillos y el jersey en un hombro. El pelo se le despeinaba a causa del aire y se iluminaba con el destello de las farolas a su paso. El bañador aún húmedo, se le ceñía al cuerpo...
Martina sonrió en la noche. Sí. Estaba bien el chico... Pero tenía novia, la espectacular tal Marie que le tenía total y completamente robado el corazón. Aunque ella no solía tener problemas para eso... Cavilaba mientras subía por las escaleras de caracol meticulosamente para no poner los pies descalzos en falso. En realidad Lèo le gustaba, no tanto como Gonzalo evidentemente, pero le hacía sentir bien...
Cogió su toalla de baño, y fue a darse una ducha. Estaba un tanto empanada y llevaba las piernas repletas de sal. No. ¡No!. Lèo tenía novia, no quería romper ninguna relación más... Había iniciado su viaje en solitario para madurar y no cometer errores del pasado, e intentar algo con él era un gran equívoco... Además, desgraciadamente seguía teniendo en la cabeza a otro chico.


 
   -¡Buenos días Anne!
   -Hola querida... ¿Qué tal el paseo?
   -Precioso... Nunca había montado en un barquito de vela como ese.
Las cortinas azules de la ventana de la cocina estaban recogidas, por lo que la sala estaba totalmente iluminada a causa de los rayos que asomaban indiscretos.
La anciana desayunaba café con leche y cereales y a su lado reposaban 2 pastillas de colores diferentes. Martina se sirvió el desayuno, y se sentó enfrente suya.
   -¿Has pensado lo de tus padres?
   -Sí... Los llamaré hoy después de comer.
   -Me alegro de que hayas recapacitado. Quizás ellos quieran hablar conmigo, ¿no crees?
   -Supongo.
Se hizo con la caja de cereales. Eran de chocolate, pétalos de chocolate que tintaban la leche al momento de servirlos. Sinceramente, le encantaban, aunque lo sorprendente era que lo hiciesen a Anne.
   -¿Podría ayudarme en una cosa?-preguntó la joven.
   -Dime querida.
   -Me gustaría trabajar para matar el tiempo, si le parece bien. Por supuesto, seguiría ayudándola en casa y en todo lo que necesite, pero no quiero seguir viviendo aquí por el morro.
La anciana soltó una carcajada.
   -No es menester que trabajes para ello Martina...
   -Quiero contribuir a las necesidades de la casa, y no atiendo a réplicas, lo siento. Anne, quiero aprender a ser responsable- hundió la cuchara en el tazón para cargarla, y seguidamente se la llevó a la boca para masticar estrepitosamente los cereales- cuando estaba en casa, no quise trabajar. Me hicieron varias ofertas, pero solo me llamaba la atención un bar de copas muy frecuentado del centro... Mi padre detestaba ese sitio, quería que aspirase a más. Y yo hacía lo necesario para llevarle la contraria.
   -¿Tenías muchos problemas con ellos?
   -Sí, la verdad es que si. Se pasaban horas discutiendo, gritaban a cada momento cuan largo era el día. Eso me hacía sentir furiosa y creaba en mí una sensación de querer llamar su atención... Quería que estuviesen más pendiente de mi que de sus consuetudinarias peleas.
   -Dudo que fuese ese el único motivo por el que huiste de casa, ¿me equivoco?
Martina dejó la cuchara en el plato y bebió un trago de leche lentamente. No iba a mentir... La anciana le había abierto las puertas de su casa, de su intimidad, de sus secretos y ella no iba a engañarla después de eso. Así que le contó su historia... Le habló de Gonzalo. De los innumerables momentos felices que pasó junto a él aunque evitó contar tantos otros...