Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulos 19, 20, 21

Capítulo 19

  -La verdad es que ahora no tengo ganas de nada. Gracias Lèo- añadió.
Éste se removió un poco el pelo y apoyo los codos en las rodillas.
   -Pues quedándote en casa ahogando tus penas no ganas nada.
   -Déjame en paz, por favor- contestó volviéndose para ocultar otra lágrima revoltosa.
Lèo se acercó a ella un poco más.
   -Esta noche voy a salir en barco a navegar... Hace aire y encima hay luna llena. ¿Quieres venirte?
   -¿Por qué haces todo esto por mí?
   -Sólo intento que te sientas cómoda- se encogió de hombros, se levantó y se dirigió hacia la puerta- pero ya veo que te es indiferente.
   -Espera- lo miró tímidamente- me encantaría acompañarte.
Éste esbozó una amplia sonrisa.
   -Nos vemos en la playa a las diez- y salió cerrando tras si la puerta.
A Martina le entró el hipo, y por lo tanto la risa. Le encantaba escuchar los diferentes sonidos que emitía la gente al hipar. Algunos lo hacían muy pausado y grave, otros hipaban agudo y muy repetido asemejando el ruido al de un pato de goma amarillo e inocente después de ser pisado. Otros se enfadaban y maldecían por lo bajo el no poder deshacerse de esa incómoda sensación, otros se reían y por lo tanto provocaban la risa a los demás y por último estaba el divertido grupo que intenta hacer lo posible para que le desaparezca; beber agua al revés, poner cara de pez globo y dejar de respirar, tomar aire fuerte y profundamente, etc.
¿Cómo tendría Lèo el hipo?
Martina sonrió silenciosamente y pensó en lo agradable que estaba resultando ser el misterioso chico de la cicatriz al fin y al cabo. Lo describía como misterioso ya que era, como decirlo, ¿diferente? Parecía no importarle lo que la gente pensara de él, de vez en cuando le surgía un temible temperamento, pero también era muy cálido y sensible.
Escuchó una voz que la llamaba desde abajo, así que volvió a entrar al cuarto de baño para lavarse la cara una vez más y bajó hasta la cocina donde Anne palpaba la encimera de mármol blanco.
   -¿Qué busca?- le preguntó la joven.
   -No encuentro mi caja de pastillas querida, ¿podrías buscármelas?
Ésta echó un ojo hasta encontrarlas por fin en una esquina de la mesa.
   -Aquí están- anunció- ¿le saco una?
   -Te lo agradecería. Me la debía haber tomado hace un par de horas, pero he estado escuchando la televisión y he perdido la noción del tiempo.
   -¿Cada cuánto tiene que tomárselas?
   -Dos pastillas a las doce de la mañana, otra a las cinco, y la última a las diez.
   -Si no es una indiscreción, ¿cómo sabe cuando es la hora?
Anne rió.
   -Lèo me regaló un despertador hace tiempo que suena a esas horas, pero como antes andaba escuchando la tele, no me enteré.
   -Entiendo, ¿va a salir esta tarde?
   -No, necesito descansar para mañana. ¡Francesca y yo iremos a la playa!
Ambas entraron al salón después de que Anne tomara la pastilla, y se sentaron en un sillón.
   -¿Quiere que las acompañe?
   -No hace falta querida- suspiró.
   -Podría hacer pasta para cenar, ¿le apetece?
   -Por supuesto. Bueno Martina, tenemos que hablar. Cuéntame por qué decidiste venir aquí.
   -Ya se lo conté esta mañana, iba de vacaciones...
   -Esa historia ya la sé, pero me gustaría conocer la verdad- cortó.
La chica se sintió cohibida al ver como su mentira era descubierta.
   -Yo...
   -¿Te has escapado de casa?- preguntó franca.
   -En realidad tengo 18 años- contestó bajando la cabeza avergonzada- quería cambiar de aires, se lo prometo. Estaba cansada de mi vida en Roma.
   -¿Tus padres saben que estás aquí?
   -Me puse en contacto con mi hermana, le expliqué que estaba instalada en la costa y que me quedaría aquí un tiempo. Además, les envié un correo electrónico al cual no han contestado. Siento haberle engañado, no quería que me echase de su casa al saber la verdad.
Realmente estaba muy avergonzada.
   -Querida, debes llamarlos tú personalmente. Seguramente no hayan leído el mensaje y estarán preocupados por ti.
   -¿Y si se empeñan en venir a buscarme? Anne, usted no lo entiende, no puedo volver ahí.
   -No puedes estar un paradero desconocido para tus padres, simplemente llámales, que escuchen tu voz, que sepan que verdaderamente estás bien. Tómate un par de días para reflexionar y piensa qué le vas a decir, pero después de ello, poneos en contacto Martina. Ya no eres una niña- se detuvo- y bien, ¿lo harás?
Tras un largo silencio, contestó al fin:
   -Supongo que sí.
Anne sonrió y buscó la mano de la chica para acariciarla.
   -Me alegra saberlo, tus padres no se merecen ese sufrimiento.
   -Usted no lo entiende, discuten día tras día y seguramente les de igual que me haya marchado.
   -No digas tonterías, estarán muy preocupados e incluso apostaría lo que fuese a que te han llamado por teléfono muchas veces y tú no se lo has cogido.
Martina volvió a agachar la cabeza y la anciana tomó el silencio como respuesta.
   -Me ha dicho Lèo que irás a navegar esta noche- intentó, cambiando de tema.
   -Sí, está siendo muy amable conmigo aunque la primera impresión que me dio fue íntimamente lo contrario.
   -Él es así, un día está de buenas, otro de malas y la paga con el mundo que le rodea. Aún sois jóvenes y tenéis que errar, sufrir y amar... para vivir.
   -Ninguna de las tres cosas es buena.
   -¿Cómo que no? ¿Me estás diciendo que no es bonito amar? ¿No es bonito sufrir a causa de que has creado unos lazos maravillosos con otra persona? ¿No es bonito errar, y tener la oportunidad de aprender de ello?
     -Es muy fácil decirlo...
-Más fácil aún si te lo propones. Si te conciencias en cambiar esa mentalidad negativa que tienes jovencita.
En ese preciso instante, Martina hipó por última vez y esbozó media sonrisa.
   -Gracias Anne- sentenció dándole un suave apretón en la mano.
   -Una tiene ya muchos años querida. Bueno, ¿y qué me decías antes de una pasta para cenar?
Ambas rieron y se dirigieron a la cocina a preparar unos espaguetis boloñesa.


La noche comenzaba a tenderse sobre Fiorilla, las olas se proclamaban victoriosas contra el acantilado al percibir el perfume de la luna llena. Algunos padres empezaban a regañar a los niños para que salieran del agua, otros sin embargo, conversaban risueños sentados en sillas de plástico comían deliciosos bocadillos de tortilla y bebían cerveza fresca como quien no quiere la cosa. Reían entre ellos, intercambiaban historias diferentes e incluso se animaban a contar algún que otro chiste malo. Un corro de adolescentes intentaba encender una hoguera para hacer una barbacoa. Precavidos, habían llenado diversos cubos de colorines con agua.
Uno de ellos rodeaba la cintura de una chica pelirroja y la aproximaba a él, ambos se sonreían felices mientras que los demás avivaban el fuego e intentaban distinguir las estrellas que comenzaban a salir también. El verano es lo mejor- pensaban. Es una época mágica que todas y cada una de las personas pueden experimentar a su manera, como ellos decidan y quieran. Es una época en la que todo lo que se propone, se consigue. Es una época en la que todo cambia. Es una época indescriptible que hay que aprovechar al límite...
Martina salía de casa con su bikini y una camiseta de algodón blanca por encima. Anne le había aconsejado que se llevara algo más ya que era posible que refrescara. Sonrió y dijo que hacía una noche muy calurosa para llevarse una chaqueta.
Descendió por la carretera hasta llegar a la playa donde supuestamente Lèo la esperaba a las diez. Aún era pronto, así que se sentó en uno de los botes viejos y pensó que nunca había navegado. Había montado en yates y barcos de motor, pero nunca en uno de vela... Esperaba que el chico lo hubiera previsto ya.
Un viento cálido alborotó su melena y al girarse para ponerla en su sitio, dio con los jóvenes de la hoguera que a varios metros de ella se divertían... Daría lo que fuera por ser alguien normal, por ser uno de ellos que parecían vivir sin preocupaciones ni problemas. Tendría una pandilla de amigos con la que salir, tendría una familia que le llamase a gritos desde la ventana para que fuese a cenar, y sería tan feliz como siempre había deseado.
Pero ahí estaba ella. Sola. Envidiando a todo lo que le rodeaba, y por una vez en la vida, deseando que el verano acabase ya.
Un grito interrumpió sus pensamientos. Levantó la cabeza y contempló a Lèo que agitaba los brazos desde un pequeño barco de vela un poco alejado de la orilla.
Martina sonrió y salió corriendo intentando dejar atrás toda su intranquilidad e inquietud.
Llegó hasta el barco nadando y con dificultades subió a él mientras que Lèo la escrutaba silenciosamente.
   -¿No te has traído nada de abrigo?- le preguntó.
   -¿Otro igual? ¡Pero si mira que calor hace!
   -En alta mar refresca.
   -No me constiparé, tranqui.
Iba sin camiseta y aunque estaba oscuro, se podía apreciar unos músculos definidos que no eran de gimnasio. Llevaba también, un bañador azul marino por las rodillas e iba descalzo. Avanzó hasta la proa y se hizo con dos chalecos salvavidas fosforitos.
Le entregó el más pequeño a Martina y le preguntó.
   -¿Has navegado alguna vez?
   -Podría decirte que gané varias regatas hace un par de años para impresionarte, pero... - se detuvo divertida- no te voy a mentir. No me he montado nunca en un barco de vela, y claro está que tampoco sé llevar ese volante.
Lèo se revolvió el pelo con una sonrisa traviesa en la cara.
   -Timón, es un timón, no un volante.
   -¡Como sea!
   -Abróchate el chaleco anda- le dijo mientras se levantaba para tirar de uno de los cabos del mástil.
   -Tú lo llevas desatado.
Lèo se detuvo por un instante, suspiró y siguió tirando.
   -Yo sé exactamente lo que hacer en el caso de que volquemos.
   -¿QUÉ?- gritó Martina- ¿podemos volcar?
   -Es uno de los riesgos de los barcos de vela- contestó mientras se volvía a sentar a su lado y simulaba una cara de preocupación- se está levantando viento, espero que no el suficiente para elevar olas de varios metros que nos consigan hundir...
La chica miró a Lèo asustada y pensó que aún estaba a tiempo de bajar.
   -¿Lo estás diciendo en serio?
Éste de repente soltó una carcajada y contestó:
   -¡Qué va! Lo único que puede pasar es que tengamos que tirarnos al agua para enderezar el barco, pero por órdenes directas de Anne, debes llevar el chaleco abrochado.
Martina golpeó el hombro del chico.
   -¡Idiota, me has asustado!
   -Lo sé, esa era mi intención.
Y juntos volvieron a reír.

Capítulo 20

  -Bueno, ¿me explicas ésto como va?
  -En realidad había pensado que solamente vinieses a pasear, pero si quieres colaborar un poco...
   -Mientras que no sea peligroso, me veo capaz.
   -¡De acuerdo!-exclamó mientras se alejaban de la orilla- es sencillo... Si quieres ir hacia la derecha, debes llevar el timón hacia la izquierda. Si quieres ir a la izquierda, debes llevarlo hacia la derecha. Esta vela grande se llama la mayor y este palo horizontal que la sujeta, se llama botavara. El que lleva el timón, siempre debe estar al lado contrario de ella. Observa.
De repente, echó el timón hacia la derecha con violencia, y la proa del barco automáticamente cambio de sentido dando prácticamente la vuelta.
   -¡Cuidado con la cabeza!- gritó Lèo.
Martina se agachó asustada lo suficientemente rápido para que la botavara que también cambió de lado, no la golpeara.
El chico pasó por debajo de ella y se colocó justo enfrente de la joven, y de la vela.
   -¿Qué ha sido eso?- preguntó más calmada al ver que el barco tomaba rumbo recto otra vez.
   -Hemos virado, es decir, girado. ¿Lo has entendido más o menos?
   -Sí, si... Aunque si te soy sincera, prefiero mirar un rato como lo haces.
El tamaño de la aldea aminoraba cada vez más, aunque el acantilado seguía imponiendo desde ahí.
El cielo empezaba a plagarse de estrellas más definidas y claras que los observaban curiosas. Martina sentía como el barco era acunado por unas olas suaves y ligeras y como la brisa lo empujaba desde atrás.
¿Y hace unos minutos estaba lamentándose por la tristeza de su vida? ¡Ya quisieran muchos encontrarse donde estaba ella en esos instantes! Simplemente, era perfecto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el susurro del mar, por el silencio de su alrededor, por el maravilloso olor de Lèo y por la tranquilidad que ahora mismo le aliviaba sus temores.


Cuando despertó, sintió que las olas aporreaban el barco.. Sintió miedo. No quiso abrir los ojos por temor a que Lèo no estuviese... a que la hubiese abandonado a su suerte en medio del mar como ya hicieron (no literalmente) Aitana y Gonzalo. El mar rugía embravecido, y la embarcación daba fuertes bandazos contra él. Parecía que estaba tumbada. Sí, lo estaba. Y con la cabeza apoyada en algo blando, una chaqueta quizás.
Con un arrebato de valentía, entreabrió los ojos pero no vio a Lèo por ninguna parte. Le entró el pánico. Se incorporó rápidamente despertándose del todo y notó que alguien se sobresaltaba a su derecha.
   -¡Joder Martina qué susto!
Lèo se encontraba a su lado con el timón en mano, y un susto en la otra.
La chica se tranquilizó al verlo, al sentir como era su pierna en lo que estaba apoyada y como le había echado un jersey por encima. Suspiró calmada, y dijo.
   -La próxima vez prefiero un ''buenos días''- y sonrió.
   -Te has quedado frita- contestó volviendo la mirada hacia el horizonte.
   -Sí, creo que si... - estaba mucho más oscuro que antes, pero seguían navegando con el rumbo que les marcaba la luz del faro- ¿qué hora es?
   -La una.
Martina se asomó por la borda y comprobó que en realidad no había tantas olas como había imaginado antes. Efectivamente, éstas eran de mayor tamaño y se hacían oír, pero ni mucho menos podrían causar ningún peligro.
Sonrió para sus adentros y comentó:
   -Pensé que habías abandonado el barco en algún puerto y que estaba sola en una enfurecida tormenta.
El chico la miró extrañado.
   -Ves demasiadas películas Martina.
   -Puede ser...- miró el jersey- por cierto, gracias por echármelo. Teníais razón, hace frío.
   -Tiritabas mientras dormías.
   -Con que... ¿has estado observándome?- dijo pícara.
   -No, pero apoyaste tu cabeza en mi pierna y noté como lo hacías.
Martina se sintió ridícula.
   -Ah...
   -Póntelo vamos.
Se desabrochó el chaleco y se puso el jersey encima de la camiseta de algodón.
   -Gracias Lèo. ¿Cuándo volvemos a puerto?
   -¿Quieres irte ya?
   -¡No! ¡no! Para nada. Me encanta estar aquí...
   -A mi también, me tranquiliza y puedo pensar sin nada que me distraiga. Por cierto, ahora que estás despierta, háblame de ti... Puedes contarme si quieres el por qué de tu aventura en solitario.
   -Buf... -sonrió mientras se volvía a abrochar el chaleco fosforito y se restregaba los ojos- es una larga historia y no suelo contarle mis cosas a nadie, sin ofender.
   -Con respecto a lo de larga historia, tengo tiempo de sobra... Y en cuanto a lo otro, resulta raro, pero uno se expresa mejor cuando está frente a un perfecto desconocido, o si no, inténtalo.
Martina se relajó. Era agradable sentir la presencia de Lèo a su lado, percibir la esencia de sus palabras e involuntariamente, se dejó llevar.
   -Me he escapado de casa porque estaba hasta los cojones de las discusiones diarias de mis padres. No tengo amigas, todo el mundo piensa que soy una puta porque normalmente, consigo a los chicos que quiero cuando quiero. Mi novio me dejó hace unos días porque seguía enamorado de mi mejor amiga, con la que salía anteriormente. Pero yo le sigo queriendo- silencio interrumpido por una lágrima- quería huir de mi vida como tú dijiste, volar lejos yo sola... Aunque ahora extraño cada minuto, cada segundo... que pasaba en Roma.
Lèo rió silenciosamente.
   -En resumidas cuentas, no eres tan dura como pareces.
   -No, no lo soy- dijo cabizbaja.
   -¿Lo sabe Anne?
   -Sí. Lo hemos estado hablando esta tarde.
   -Ten cuidado, vamos a virar.
   -¿Qué..?
Pero no le dio tiempo a reaccionar, el barco dio un golpe brusco y Martina cayó de su asiento. Rápidamente, quiso levantarse pero con tan mala pata que lo hizo en el momento menos oportuno... La botavara se aproximaba a ella a una velocidad vertiginosa, y no tenía tiempo para esquivarla.
Justo cuando su cabeza iba a ser golpeada, la mano de Lèo sujetó el palo con fuerza para evitar el impacto.
Martina abrió los ojos, y al ver el panorama, dijo sonriente:
   -Tienes reflejos.
El chico se colocó enfrente de ella, y soltó la botavara.
   -Soy portero de fútbol, debo tenerlos.
   -Yo soy delantera. Podremos quedar algún día para echarnos unos tiros, ¿no?
   -Dudo que quieras...
   -¿Me estás retando?
   -Probablemente sí-contestó haciéndose el interesante.
Soltaron varias carcajadas hasta que Lèo anunció:
   -Esta noche no hemos visto peces... Es extraño.
   -¡Mejor! Detesto los animales.
   -¿Estás loca? Alguno habrá que te guste.
   -En realidad no... Creo que no.
   -Hasta que encuentres uno con el que te sientas identificada... Por ejemplo, un lobo. Los pintan como animales voraces, peligrosos, y en verdad no lo son. Antiguamente se le otorgó una fama que no les hace justicia, y por lo tanto, éstos lloran, aúllan en protesta a su historia. El Lobo aúlla a la Luna, el dolor alimenta sus pasos y alienta sus voces. Sus voces a la Luna son gritos al cielo suplicando y reivindicando su naturaleza..- Lèo pasó su brazo bajo la botavara y le sujetó cariñosamente de la barbilla húmeda a causa de las lágrimas- la única diferencia entre los lobos y tú... Es que tú aúllas en silencio. Sufres en secreto tu fama y tus penas... Mira, estamos llegando- y señaló a lo lejos Fiorilla.
Silencio. Otra lágrima traviesa se estrella contra el mar. Silencio. Un silbido del viento cauteloso. Dos jóvenes amigos. Silencio. Luna llena que observa y otro aullido omitido... 

Capítulo 21

Recurriendo a la ausencia de palabras, atracaron la embarcación y recorrieron la aldea como únicos transeúntes. Al llegar a casa de Anne, Martina se quitó el jersey y se lo entregó a Lèo, que a pecho descubierto la escrutaba.
   -Gracias por el paseo. Ha sido fantástico.
   -Gracias a ti por hacerme compañía. A veces es un poco aburrido navegar tan solo.
   -Pues cuenta conmigo cuando quieras. Bueno, debo entrar...
   -Sí, yo también tengo que volver a casa. Mañana madrugo para ir a trabajar.
   -¿En qué trabajas?
   -Ayudo con la carga y descarga de cajas en Aguamarina, un bar de la playa.
   -¿Podré ir a visitarte?
   -Si no tienes otra cosa mejor que hacer...
   -¿Por qué eres siempre tan borde?- dijo ésta golpeándole un hombro.
   -¡Si tú lo eres más que yo!- rió.
   -Eso habría que verlo, ¡por cierto!... ¿Puedo preguntarte una cosa?
   -Depende.
Martina puso los ojos en blanco y disparó aquello que tanto se había contenido.
   -¿Cómo te hiciste esa cicatriz?- y le señaló el pómulo.
Lèo se llevó una mano al rostro y seguidamente consultó el reloj.
   -Es muy tarde- anunció- deberías entrar.
La muchacha comprendió la indirecta y asintió.
   -Hasta mañana, gracias por todo.
Abrió y cruzó hacia el interior de la casa insegura por haberle dañado con la pregunta. Estaba oscuro, excepto por la luz que entraba por el hueco aún abierto de la puerta. Su mirada estaba fija en el salón. Entonces decidió volver a asomarse fuera... Lèo ya no estaba ahí, sino que caminaba despreocupado hacia su casa con las manos en los bolsillos y el jersey en un hombro. El pelo se le despeinaba a causa del aire y se iluminaba con el destello de las farolas a su paso. El bañador aún húmedo, se le ceñía al cuerpo...
Martina sonrió en la noche. Sí. Estaba bien el chico... Pero tenía novia, la espectacular tal Marie que le tenía total y completamente robado el corazón. Aunque ella no solía tener problemas para eso... Cavilaba mientras subía por las escaleras de caracol meticulosamente para no poner los pies descalzos en falso. En realidad Lèo le gustaba, no tanto como Gonzalo evidentemente, pero le hacía sentir bien...
Cogió su toalla de baño, y fue a darse una ducha. Estaba un tanto empanada y llevaba las piernas repletas de sal. No. ¡No!. Lèo tenía novia, no quería romper ninguna relación más... Había iniciado su viaje en solitario para madurar y no cometer errores del pasado, e intentar algo con él era un gran equívoco... Además, desgraciadamente seguía teniendo en la cabeza a otro chico.


 
   -¡Buenos días Anne!
   -Hola querida... ¿Qué tal el paseo?
   -Precioso... Nunca había montado en un barquito de vela como ese.
Las cortinas azules de la ventana de la cocina estaban recogidas, por lo que la sala estaba totalmente iluminada a causa de los rayos que asomaban indiscretos.
La anciana desayunaba café con leche y cereales y a su lado reposaban 2 pastillas de colores diferentes. Martina se sirvió el desayuno, y se sentó enfrente suya.
   -¿Has pensado lo de tus padres?
   -Sí... Los llamaré hoy después de comer.
   -Me alegro de que hayas recapacitado. Quizás ellos quieran hablar conmigo, ¿no crees?
   -Supongo.
Se hizo con la caja de cereales. Eran de chocolate, pétalos de chocolate que tintaban la leche al momento de servirlos. Sinceramente, le encantaban, aunque lo sorprendente era que lo hiciesen a Anne.
   -¿Podría ayudarme en una cosa?-preguntó la joven.
   -Dime querida.
   -Me gustaría trabajar para matar el tiempo, si le parece bien. Por supuesto, seguiría ayudándola en casa y en todo lo que necesite, pero no quiero seguir viviendo aquí por el morro.
La anciana soltó una carcajada.
   -No es menester que trabajes para ello Martina...
   -Quiero contribuir a las necesidades de la casa, y no atiendo a réplicas, lo siento. Anne, quiero aprender a ser responsable- hundió la cuchara en el tazón para cargarla, y seguidamente se la llevó a la boca para masticar estrepitosamente los cereales- cuando estaba en casa, no quise trabajar. Me hicieron varias ofertas, pero solo me llamaba la atención un bar de copas muy frecuentado del centro... Mi padre detestaba ese sitio, quería que aspirase a más. Y yo hacía lo necesario para llevarle la contraria.
   -¿Tenías muchos problemas con ellos?
   -Sí, la verdad es que si. Se pasaban horas discutiendo, gritaban a cada momento cuan largo era el día. Eso me hacía sentir furiosa y creaba en mí una sensación de querer llamar su atención... Quería que estuviesen más pendiente de mi que de sus consuetudinarias peleas.
   -Dudo que fuese ese el único motivo por el que huiste de casa, ¿me equivoco?
Martina dejó la cuchara en el plato y bebió un trago de leche lentamente. No iba a mentir... La anciana le había abierto las puertas de su casa, de su intimidad, de sus secretos y ella no iba a engañarla después de eso. Así que le contó su historia... Le habló de Gonzalo. De los innumerables momentos felices que pasó junto a él aunque evitó contar tantos otros...

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