Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 7, 8, 9

Capítulo 7

A ésto, sintió una vibración en el bolsillo derecho del pantalón... Era extraño en ella llevarlo en esa lado, dado que ahí siempre guardaba una horquilla, un chicle de fresa y un preservativo.
Sin embargo, el nokia estaba ahí.
Lo sacó del calcetín y vio un sms... Un sms que podría ser de él... Un sms que podría darle la vuelta a todo... Un sms que podría alegrarle la vida, que un par de días antes se había estropeado.
Cerró los ojos durante unos instantes, y lo abrió.
'' ¿Te has ido de verdad? Mamá y papá están discutiendo más que de costumbre y tú no estás aquí para protegerme... Por favor Martina, vuelve. Te echo mucho de menos. Bueno, la pequeña isabella también. Hoy ha hecho un dibujo de la familia y a ti te ha dibujado muy guapa. ¿Estás bien?
Un beso. Bianca. ''
Releyó el mensaje varias veces y no pudo evitar volver a llorar.
No había pensado en eso... Sus hermanas se habían quedado solas con sus padres, víctimas de sus peleas diarias.
Se sentó en un banco de madera y con una hábil técnica para escribir, tecleó:
'' Hola Bianca, sí, me he ido. Pero no te preocupes, estaré bien, y pronto iré a buscaros y volveremos a estar juntas otra vez. Dile a Isabella que guarde el dibujo hasta que vuelva y pueda verlo, me haría mucha ilusión. Estoy en una aldea de la costa y me instalaré pronto en algún sitio. Mañana te llamaré y hablaremos, ¿vale? Yo también te echo de menos preciosa. Un abrazo ''
Le dio a enviar, y se limpió de la mejilla el amargo recuerdo de la unión tan especial que tenía con su hermanita de 12 años. Pero había tomado su decisión, e iba a seguir adelante.
Caminó un poco más y llegó hasta la puerta azul de la herradura.
Llamó y esperó durante unos segundos hasta que Madda le abrió.
   -Pasa niña- le dijo- ¿qué te ha parecido la aldea? ¿Te gusta?
   -¿Que si me gusta? Me encanta. Es espectacular... El sitio ideal para pasar unas vacaciones. Pero tengo un problema, para pagar la estancia aquí, necesitaría buscar trabajo. No tengo tanto dinero como para no hacerlo- explicó avergonzada.
   -No te preocupes, ya había contado con eso- y sonrió- pasa niña, no te quedes en la puerta.
El interior de la casa era luminoso y acogedor. Las paredes eran blancas, y la madera del suelo brillaba recién limpia.
Se dirigieron hacia una salita donde una mujer anciana de unos 80 años reposaba en un sofá blanco rodeada de tupidas mantas.
   -Tía, ya estamos aquí.
La mujer se giró y dijo:
   -Acércate Martina. Déjame que te vea.
La muchacha atendió a la voz dulce de la anciana y caminó hacia ella.
   -Agáchate cariño.
Sus años se plasmaban en la piel, y unos ojos azules la miraban sin ver.
   -Oh... Lo siento- se disculpó Martina al comprender que la anciana no veía.
Ésta tomó su rostro con ambas manos, y lo recorrió con suma delicadeza.
-Qué bonita eres Martina. Eres joven como una rosa. Disfruta, disfruta de tu edad ahora que puedes.
   -Claro señora.
   -Llámame Anne por favor. Siéntate a mi lado. Me ha contado mi sobrina Maddalena que buscas alojamiento. Mi buhardilla está deshabitada y no le vendría mal un poco de vida. Lo único que necesitaría es que ayudaras al hijo de una amiga mía que viene a hacerme compañía... Tiene que estudiar mucho este verano y no puede compaginar todo con su trabajo...
   -No se preocupe Anne. Le ayudaré todo lo que pueda, de verdad. Muchas gracias por acogerme apenas sin conocerme, de veras que se lo agradezco.
   -Gracias a ti por hacerle compañía a esta viejecita.
   -Bueno chicas- interrumpió Madda- debo irme.
Se acercó a ellas y besó la frente de Anne.
   -Cuídate Maddalena.
   -Y tú tía. Tómate la pastilla ¿si? Martina,ven,  te llevo a la buhardilla.
Se levantó del sofá y la siguió hacia una escalera de caracol que había en una esquina de la cocina.
Subieron y llegaron a una habitación donde el techo caía horizontal sobre sus cabezas, con un escritorio de madera, una cama del mismo material con unas sábanas blancas frescas, y un ventanal espléndido que daba a la calle, colocado en una pared la cual estaba escalada por enredaderas de flores rosas.
Había una puerta que daba al cuarto de baño, y una estantería con libros antiguos.
   -Bueno niña, te dejo aquí. Si necesitas algo llámame al móvil, ¿vale?
   -Madda muchísimas gracias por todo lo que has hecho por mí. Te estaré eternamente agradecida.
   -No me hagas la pelota niña- y sonrió- ¿has llamado a tus padres para contárselo?
   -Sí claro- mintió -esta noche les volveré a llamar.
   -Muy bien- Estarán contentísimos de que hayas encontrado alojamiento tan rápido. Bueno, te explico, mi tía se levanta siempre a partir de las 11 del medio día. Normalmente Lèo, el hijo de su amiga, es quien le hace la compra, la comida, le lava la ropa... Pero se presenta en selectividad en septiembre, y necesita tiempo para estudiar. Además está trabajando y el pobre chico no puede con todo. Lo único que tienes que hacer es ayudarlo cuando haga falta, y hacerle compañía a mi tía de vez en cuando...
   -Por supuesto.
   -Un beso niña. Nos veremos la semana que viene.
Y desapareció bajo las escaleras...
Se acercó a la cama, primero tímidamente, y después con una gran sonrisa inocente en la cara mientras que se tumbaba y relajaba todos y cada uno de los músculos de su dolorido cuerpo.
Sacó sus cosas de la mochila...
Una manzan, un neceser, 2 camisetas hechas un nudo, un pantalón corto marrón, una muda de ropa interior, su monedero, el espejo, y una foto donde aparecía ella con sus dos hermanas pequeñas; Bianca e Isabella, ambas también preciosas.
Sonreían a la cámara abrazadas unas a las otras...
La colocó junto al espejo en el escritorio, estiró y dobló la ropa que dejó en un estante, y miró la manzana...


   -¿Qué te pasa Martina?- le preguntó Bianca.
   -Nada cariño. Déjame sola por favor.
   -Estás llorando...
   -No estoy llorando.
   -Si lo estás...
   -Estoy bien, por favor, déjame sola.
   -¿Estás triste, verdad? No has cenado nada...
   -¡He dicho que me dejes en paz ya!
   -Vale... Toma, por si tienes hambre... - y le dejó una manzana en la mesa.
La niña abandonó la habitación asustada por el grito de su hermana...
   -Lo siento Bianca... - pero ya era demasiado tarde. Era demasiado tarde para todo.
Gonzalo la había encontrado en el parque, y la había acompañado a casa bañados en el aroma del silencio absoluto...
No habían vuelto a cruzar otra palabra...
Lloró, lloró, lloró y lloró, pero sin saber por qué lo hacía. Apenas conocía a ese tío y estaba sufriendo por él... Ella. Ella que no sufre por nadie... Esto era una situación surrealista.
Entonces para colmo de sus males, empezó la pelea diaria mientras que mordía la manzana tan roja y brillante que le había traído Bianca.
   -... No ayudas nada en casa. ¡Siempre igual!
   -¡Por lo menos trabajo! Nuestra hija es mayor de edad y se pasa los días de fiesta en fiesta sin aportar nada económicamente.
   -¡Eres tú el que se negó a que trabajara en la discoteca!
   -Yanet, ¡no voy a permitir que la niña se convierta en una camarera de pacotilla cuando el año que viene irá a estudiar a Oxford!
   -¡Tú y tus leyes. Tú y tus normas...!
Martina corrió hasta el cuarto de baño y cerró la puerta de un portazo...
Necesitaba desahogarse. No podía más... Desde hacía tiempo, había encontrado una manera para tranquilizarse. En realidad, no se veía gorda, pero ya se estaba convirtiendo en una sucia costumbre
Se sentó en el suelo, abrió la tapa del váter, se recogió el pelo... y se descargó. Se descargó de todo. Recurrió al mayor de sus secretos que nadie podría imaginar jamás...
Cuando se encontró vacía, vacía de problemas, se sentó más tranquila apoyada en la pared relajando la dolorida garganta mientras que contemplaba la mitad de la manzana que aún no se había comido y que pronto correría la misma suerte que su otra mitad.


Capítulo 8

Ella en realidad no se veía gorda, es más, se veía rozando la perfección... Cierto era también, para qué nos vamos a engañar, que era poco modesta. Por eso poca gente la aguantaba. En su antigua clase, todas las chicas le hacían el vacío y la ponían verde a sus espaldas. Sin embargo, los chicos estaban encantados con ella y la idolatraban a más no poder para intentar conseguir sus propios fines... Conseguirla a ella.
Pero ¿amigos? Ninguno. ¿Verdaderos amigos? Menos aún.
Hasta que conoció a Aitana... Ambas tendrían 16 años cuando llegaron nuevas al bachiller del instituto Carvalho di Roma, y a los pocos días, crearon una gran amistad. Era una chica con un carácter muy fuerte, por lo que le daba igual lo que pensaran los demás. Tenía cierto estilo para dejar por los suelos a las que intentaban atacarla a ella y a su amiga. Aunque sí que caía mejor.
Tenía un grupo de música con el que ensayaba cada jueves por la tarde... Ella no tocaba ningún instrumento, pero le encantaba cantar. Y lo hacía como los ángeles.
Iba de tía dura, pero en su antiguo instituto, era la solista del coro. Su voz era fina y aguda, al contrario que su carácter. Pero cuando cantaba... sentía que se volvía buena, sentía que también ella podía sentirse especial y que el mundo giraba a su alrededor cada vez que entonaba un par de notas.
Cuando tenía uno de esos días en los que no sientes nada, pero a la vez te pasa todo, se sentaba en el balancín de la puerta de su casa y componía canciones. Canciones que solo ella y Martina escuchaban.
Ahora la extrañaba tanto...
Se sentía sola, sin nadie que la entendiera, ni nadie que le secara las lágrimas que una tras otra empapaban su rostro.
 
En ese mismo instante, un muchacho apenado en el sofá de su casa extrañaba tanto a esa misma persona... La había llamado más de una docena de veces, pero en vano. Era demasiado orgullosa para cogerle el teléfono.
Extrañaba tanto sus risas, sus llantos... Extrañaba tanto sus enfados... Y aquella arruga que se le ponía entre ceja y ceja cuando discutían por cualquier tontería y que luego terminaban por arreglar con un sentido beso en la mejilla.
Siempre se reía de ella, y Aitana sonrojada, intentaba ocultarla para poco más tarde, volver a reír como niños pequeños y traviesos.
Extrañaba tanto sus tardes juntos...
Aquellas en las que él tocaba la guitarra y ella le acompañaba con esa maravillosa voz...Canciones. Miles de canciones que cada vez que escuchaba, le recordaban a ella.
Y ahora su mejor amiga le había dicho que le amaba, que le amaba a él. Que apenas se conocían y se habían visto dos veces, pero que le amaba.
Este mundo era de locos, ¿qué coño había hecho él? Sólo quería estar con Aitana... Pero desde que vio a Martina, no había dejado de comerse la cabeza por su culpa.
Si fuera una más, no habría quedado con ella después de haber roto la relación con la persona que más quería en este mundo.
Si fuera una más, ahora mismo no estaría pensando en ella...
¡Las mujeres son demasiado complicadas!
Aparece una extraña, y te pone la vida patas arriba. Rompe la relación con tu novia, su mejor amiga, te dice que te ama desde el primer momento en que te vio, y después sale corriendo. Pero entonces tú sales corriendo tras ella... No te atreves a decirle nada, pero la sigues. ¿Por qué? ¿Por qué es todo tan difícil?
 
Y también en ese mismo instante, una tercera persona en discordia, se columpiaba en el balancín de la puerta de su casa a las afueras de Roma.
Sus ojos gélidos se posaban atentamente en su teléfono móvil; 13 llamadas perdidas de Gonzalo, 9 mensajes, una lágrima por cada uno de ellos. No más. No se merecía nada más de ella.
Se levantó, se colocó los guantes de boxeo y golpeó furiosa el saco que colgaba inocente de una viga del techo...
Martina... su mejor amiga. Gonzalo... su novio. Juntos... Engañándola.
Y golpeó más fuertemente.
Besándose, ¿queriéndose?
La rabia se le escapó de las manos... Pateó el saco, gritó...
¿Y ella qué? ¿Era la única que no se merecía ser feliz en esta puta vida?
Al fin derramó el ansiado llanto. Cayó abatida al suelo, y ahí lloró, lloró y lloró todo lo que no había hecho en todos esos años. Golpeó con los puños el suelo y siguió llorando furiosa. Sufriendo. Sufriendo todas las patadas que le estaba dando el mundo.
Martina... Martina... Su amiga, que tanto la había engañado durante estos dos años.
Supuso que sí, que en realidad es como todo el mundo la pinta; una zorra. Una zorra que es capaz de destrozarla de esa manera. Una zorra que es capaz de hacerle daño como nadie lo había hecho.
¿Y dónde quedan tantos momentos juntas? ¿Dónde quedan tantas travesuras? ¿Dónde quedan tantas tardes de compras? ¿Dónde quedan tantas noches de conciertos y de discotecas? ¿Dónde quedan tantas maneras inteligentes de burlar a los profesores en los exámenes?
¿Dónde?
¿Dónde queda su amistad?
Preguntas... miles de preguntas sin respuesta que rondaban aquella noche estrellada por la cabeza de tres adolescentes que cada uno a su manera, se desahogaba de ellas.


Martina miró su reloj.
Era un swatch blanco, con una margarita en el centro. Se lo habían regalado sus padres en su 17 cumpleaños, y aunque solía ser muy despistada, aún lo conservaba.
Estuvo dos veces a punto de perderlo. Una en la playa, y la otra en la mesa camilla de la habitación de los padres de uno de sus ex.
Desde ese día, no se lo volvió a quitar.
Eran las diez de la noche, y los ojos se le cerraban. Así que bajó al salón donde Anne la esperaba.
   -¿Necesitas algo Martina?
   -No... solo venía a darle las buenas noches. ¿Quiere que la acompañe hasta su habitación?
   -Tranquila, todo está bien. Puedes descansar el tiempo que quieras. Mañana habremos de ir a comprar, pero mientras puedes vivir tu vida, como dice Lèo.
   -Si me permite la indiscreción, ¿quién es?
   -Es el nieto de una buena amiga mía, viene todos los días a verme. Ya le conocerás. Ahora puedes acostarte Martina, y levántate cuando veas necesario, no hay prisa.
   -Muchas gracias Anne, se lo agradezco. Hasta mañana.
   -Buenas noches querida.
Subió la escalera de caracol, se desvistió y se puso una de las camisetas blancas a modo de camisón.
Hizo la cama con las sábanas de uno de los estantes, y se metió en ella dándose cuenta de lo terriblemente agotada que estaba.


Capítulo 9

Primera mañana en Fiorilla.
Cuando despertó, había olvidado completamente donde estaba, y le costó hacerse la idea de que se encontraba a muchos kilómetros de su casa, de Roma, de su vida.
El sol se mostraba tímido por el ventanal y un par de pajarillos alegres, piaban en el limonero de enfrente de la casa.
Se levantó perezosa, hizo cuidadosamente la cama y se acercó a la cristalera.
Desde ahí se podía observar un parque repleto de niños que jugaban con un balón, una pareja de chicos de 15 años que montaban en monopatín, y unos ancianos que charlaban en la puerta de sus casas.
Martina se había levantado con energía... Tenía ganas de comenzar su nueva aventura en solitario.
Aparte de ayudar a Anne, debería buscar algún que otro trabajo que le aportara una pequeña cantidad económica a su estancia ahí para poder comprar algo de ropa y otro tipo de cosas necesarias.
Bostezó, se cambió, y se recogió el pelo con una pinza amarillenta en forma de mariposa.
Anne estaba en la cocina barriendo el suelo con una escoba algo desgastada.
   -¿Cómo has dormido, Martina?- dijo sin levantar la cabeza del suelo.
   -¡Buenos días! He podido descansar bastante, pero por favor, déjeme que haga yo eso- replicó.
   -Muchas gracias querida. ¿Te importaría decirme que hora es?
   -Las...- consultó su swatch- 8.20 de la mañana. ¿Ha desayunado?
   -Sí, y ahora me voy al parque con mis amigos – dijo con una gran sonrisa en la cara- da gusto sentir la brisa de las mañanas en un día veraniego, ¿no crees?
   -Claro- y sintió compasión por aquella anciana- ¿necesita que la acompañe?
   -Pero bueno, deja de hacer preguntas ya y ve a pasearte un poco. Cuando necesite algo, ten fe en que te avisaré. Por cierto, esto es para ti- dijo mientras se sacaba una llave del bolsillo de su chaqueta- para que puedas entrar y salir cuando quieras de la casa.
Martina quedó perpleja... Era la primera vez que vivía una situación como esa.
En Roma, ya era muy difícil ver a alguien dándole cobijo en su propia casa a un simple desconocido... Pero más sorprendente era que le diese una copia de sus llaves.
   -¿Está usted segura?
   -Claro que si. No tienes cara de querer saquearme mi humilde morada.
Y se marchó cuidadosamente hacia su habitación riéndose a carcajadas por el humor de su última frase.
   -¡Por cierto!- añadió- desayuna lo que quieras. Como si estuvieras en tu casa, querida. Comeremos sobre la 1, no llegues tarde.
Esa mujer era un tanto extraña... Pero sumamente encantadora y daba la sensación de que tuviese 30 años menos.
Martina sonrió para sus adentros y se dio cuenta de lo hambrienta que estaba...
La cocina era una sala acogedora. Todos los muebles y armarios de madera estilo rústico.
No había ni friegaplatos, ni frigorífico, ni microondas... Pero había detalles lujosos como los pomos de las puertas, de mármol blanco brillante.
Buscó la leche y unas galletas, y comió plácidamente.


Mientras, en una casa a muchos kilómetros de ahí...
   -¡Bianca, dime dónde está tu hermana!- gritó Yanet desesperada.
   -No lo sé mamá- sollozó la pequeña- solo me dijo que estaba en la costa y que pronto se instalaría en algún sitio. ¡No sé nada más!
   -¿Estás segura?
   -Sí... Pero la echo de menos.
La mujer de rostro severo, suavizó sus facciones y se puso a la altura de la pequeña para poder abrazarla.
   -Yo también, cariño. Pero no me coge el teléfono, no puedo ir a buscarla.
   -No quiere que vayáis. Me ha dicho que pronto regresará y volveremos a estar todos juntos.
Roberto, su padre, contemplaba la conmovedora escena desde el sillón del comedor. Sabía que mitad de la culpa de que su hija se hubiese marchado de casa, era suya. Por todas las discusiones que tenía con su mujer día tras día y que no habían intentado solucionar en ningún momento.
Aunque la niña tuviese ya 18 años, seguía siendo su niña. La que todavía se levantaba los fines de semana y se acostaba con ellos en la cama. La que se ponía calcetines para dormir. La que tenía una colección de muñecas de porcelana en la estantería de su habitación... Pero también la que había llegado varias veces borracha a casa. La que había estado con más de 10 chicos diferentes (que él supiera). La que llamaba faldas a lo que en realidad eran cinturones.
Pero... ¿Quién no había cometido esas locuras en su frenética adolescencia?
Sin ir más lejos... Él mismo, con 17 años, le había robado el coche a su padre para dar una vuelta a la chica que le gustaba. Ambos acabaron en el hospital, por confundir el freno con el acelerador.
Sí... Fue una época difícil.
   -Yanet- llamó en tono pacífico- debemos hablar.
Ésta soltó a su hija y le dijo que fuera a cuidar de Isabella.
   -¿Qué quieres?-le preguntó
   -Martina tiene razón. Esto no puede seguir así...


La chica ya se había aseado, y salía de casa de Anne con las llaves en la mano.
Dobló la esquina de la calle, cuando algo chocó con ella y se produjo un gran estruendo.
Un joven se encontraba frente a ella intentando recoger todos los libros que se le habían caído al suelo.
   -¡Mira por dónde andas!- le espetó.
   -¿Disculpa? ¡Has sido tú el que iba como un loco!
Martina se agachó también para ayudarle a recoger.
Era un chico alto, más o menos de su edad, de piel tostada, ojos verdes y pelo rubio algo revuelto.
Tenía también una pequeña cicatriz en el pómulo que la chica se quedó observando.
   -¿Qué miras?
   -A ti desde luego que no.
Como todos los chicos de la aldea fueran así de estúpidos, iba a relacionarse poco ese verano...
   -Pues entonces debes de ser bizca.
   -Y tú debes ser gilipollas.
Esa mañana se había levantado bastante animada, y ahora el tonto este se la estaba torciendo.
   -Menuda manera de integrarte en la aldea, novata... Yo de ti, me planteaba cambiar tu vocabulario, o mejor, tu comportamiento.
   -¿Tú que sabes si soy nueva o no?
   -Solo hay que verte la cara...
El chico ya había recogido todos sus libros y estaba plantado frente a ella con el pelo aún más revuelto que antes.
   -Cierto. Hay personas que tienen en la frente escrito lo que son. Como tú por ejemplo, tienes un cartel bien grande que dice '' Mi ego es...''
-  ¿Te importa que me vaya? Lo siento, no tengo tiempo de escuchar más tonterías- encima de no haberle dejado terminar la frase, se había dado la vuelta y se había ido así sin más.
Eso sí que la sacaba de quicio. Siempre había detestado que le cortaran cuando hablaba.
   -¡Vete a la mierda!- le gritó ya desde la distancia. Pero en vano, el chico mi siquiera pareció escuchar.
De las mejillas de la chica, brotaban destellos de rabia mientras que se ponía roja poco a poco.
Se dirigió a un banco y se sentó.
No iba a dejar que un niñato le amargara la mañana, así que se detuvo unos instantes para determinar sus planes.
Para empezar, iba a mandarle un sms a su hermana, para que transmitiera la información a sus progenitores y que estuvieran tranquilos. En realidad creía que les iba a dar igual, por lo que prefería no hablar con ellos directamente.
Le dijo que estaba viviendo en casa de una anciana encantadora, y que estaba bien anímicamente.
Se guardó el móvil (de nuevo en el bolsillo derecho, inconscientemente) y partió hacia el mercado que exponía sus víveres a lo largo del parque.
Compró un par de botellas de agua, media docena de manzanas, un paquete de chocolatinas y una pequeña bolsa con chicles de fresa, sus favoritos.
El sol pegaba con fuerza y su piel reclamaba cada vez más un poco de hidratación.
Así que decidió llevar las bolsas a su buhardilla, cambiarse de ropa e ir a darse un chapuzón.


Era uno de sus bikinis favoritos aunque fuese tan sencillo. La parte de abajo era rosa chicle, y la de arriba, algo provocativa, todo hay que decirlo, del mismo color y con una cereza roja en uno de los lados. Ni siquiera se había fijado en él al cogerlo, sino que lo sacó al azar de su cajón de bañadores.
Lo había metido casi inconscientemente en uno de los bolsillos de su mochila de viaje.
Martina estaba tumbada en la arena de la playa.
Cierto era, que se notaba que los habitantes de pueblos vecinos, venían a estas aguas a bañarse... Limpias, cristalinas, silenciosas... ¿Quién no iba a querer venir aquí?
En la aldea, por lo que le había contado Madda, solamente había un centenar de casas, que era la mitad de personas que había hoy ahí. Pero aún así, todo era tranquilo. Lo único que se salía de tono, era el ruido de los frecuentes choques del mar, con las rocas a la derecha de la playa.
Se quitó la camiseta, y se aproximó a la orilla donde una madre con su hijo pequeño jugaban con los manguitos.
Poco a poco fue sumergiendo los pies, más tarde los tobillos, las rodillas... ¡Estaba fría! Se mojó las manos, y fue echándose agua lentamente...
Pero entonces, una manada de embravecidos jovenzuelos, entró en el agua como si de un rebaño de ñues se tratara, salpicándose y llevándose todo lo que había por delante.
Martina acabó calada hasta los huesos, y comenzó a soltar palabras un tanto malsonantes a causa de la rabia. ¡Lo que le faltaba ya!

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