Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulos 1,2,3 - Prohibido olvidarme

Era una noche, gris, lluviosa... oscura... demasiado para ser una noche de verano.
La lluvia caía en forma de dagas que se clavaban en la tierra humedecida.
Martina salió sin protección alguna.
Abandonó aquella casa que tantos problemas le traía día tras día... Dejó atrás aquel hogar, que no podría denominarse como tal, con columnas de madera falsa, ladrillos que se veían cada par de metros, desconches, y un balcón repleto de margaritas que cada minuto atraía a un bicho diferente.
Siempre había pensado que era horrible, pero nunca se había atrevido a decirlo. Demasiado cursi. Demasiado completo. No le faltaba detalle. Le echó el último vistazo y siguió...
Solamente llevaba una mochila a la espalda, unos pantalones cortos y una sudadera que protegía sus brazos de la lluvia.
Cada paso que avanzaba, se embarraba más los zapatos y le costaba más andar.
La lluvia era gélida... Le impactaba en las suaves piernas cada vez más fuerte. Cada vez más fuerte. Pero ella no iba a dejar de caminar. Le daba igual el agua. Le daba igual el tiempo. Le daba igual la oscuridad. Ahora le daba igual todo.
Quería llegar a cualquier sitio...
Cualquier sitio donde nadie la encontrara.
Atravesó el pueblo... Atravesó carreteras... Atravesó el río... Atravesó el mundo en solo una noche.
Nada le echaría para atrás.
Nada ni nadie.
Las lágrimas se perdían en aquel mar de agua a sus pies. Éstas empañaban aún más su visión, pero le daba igual... No cesaría de caminar
Lo hizo durante horas... horas y horas bajo esa lluvia infernal y sin un rumbo fijo.
Estaba sola. Odiaba esa sensación de soledad. Siempre lo había hecho. Cuando era pequeña había dormido con sus padres hasta los 7 años. Y después tuvo que dormir con sus dos hermanas pequeñas hasta los 13.
Cuando cumplió los 15, hasta los 18 que ahora tenía, no había estado sola ni un solo día.
Tenía al chico que quería... En el momento que quería...
La mayoría solo eran caprichos y ocupaciones de su tiempo libre. Hasta que llegó él... El único chico que le había marcado. El único chico que le había echo enamorarse...
Siempre había sido ella la que jugaba con los demás... La que les echaba de su corazón sin ningún esfuerzo. Pero esta vez, había sido ella la rechazada.
¿Pero por qué? Joder... era perfecta. Era atractiva... demasiado atractiva, deportista, agradable, simpática, inteligente...
¿Qué no había visto en ella si lo tenía todo?
Se detuvo bajo un algarrobo, sacó su botella de agua, dio un trago y la volvió a guardar.
Al volver a meterla, rozó algo con el dedo.
Un espejo... El espejo... Mejor dicho, su espejo.
Fue el último regalo que le hizo Gonzalo
Lo sacó y se miró.
Vio el reflejo de una melena rubia ceniza empapada y despeinada, ojos verdes esmeralda con un contorno negro empañado por el rímel y el agua, y unos labios perfectos.
Bajó un poco el espejo y comprobó que su cuerpo seguía igual que siempre a pesar de la lluvia; figura perfecta y piel sedosa.
¿Se puede saber qué no le gustaba de ella?
El espejo se lo regaló Gonzalo hace 1 mes. Ahora que lo recordaba, le había dicho algo así como '' Apuesto sobre seguro, después de ti, lo que más amas es tu reflejo'' y se había reído. Con esa sonrisa tan bonita... tan dulce... Que ya no era de ella.
Con una mueca amarga, lo volvió a guardar y se sentó en una roca para no mancharse más los shorts.
Sus padres se habían opuesto rotundamente a sus planes, pero ya tenía 18 y podía hacer lo que quisiera.
Esa misma noche les dejó una nota en su habitación y les explicó que no aguantaba más ahí... Que necesitaba cambiar de aire. Se marchaba, pero que estaría bien. Cuando tuviera las cosas más claras, se pondría en contacto con ellos.

Consultó su reloj; 5.24 de la madrugada.
Tenía mucho sueño y estaba cansada. Así que sacó una manta de viaje que guardaba en la mochila, se rodeó con ella y se sentó apoyada en el árbol para dormir aunque solo fuera un rato.
Cerró los ojos y antes de quedarse profundamente dormida, le vino la imagen del día en el que Gonzalo y ella se conocieron...



  -¡Aitana, estoy castigada, ya te he dicho que no puedo salir!- le explicó por teléfono a su amiga mientras que se tiraba holgazana en la cama.
   -¡Va a ser la fiesta del año, tienes que venir!
   -¿Cómo quieres que te lo diga? ¿Llamas tú a mi madre y la convences?
   -No tiene por qué enterarse. Venga va, no seas muermo...
   -¿Quién va?
   -Todos los amigos de Eric Sandoval. ¡La fiesta va a ser impresionante! He escuchado incluso que vienen los compañeros de su equipo de fútbol.
   -¿Y tú vas con tu novio?
   -Sí, claro. Hoy hacemos dos semanas y quiero que todo sea perfecto.
   -Osea que habrá tema- rió Martina pícara- por cierto, ¿cuando me lo vas presentar? Aún no he visto una foto del supuesto amigo con derecho a roce. Voy a llegar a pensar que son imaginaciones tuyas.
   -Si vienes a la fiesta, lo conocerás hoy. Y ¡no! Aún no va a haber tema- aclaró su mejor y única amiga alegremente.
   -Está bien, está bien... Me has convencido. Puede incluso que vaya alguno mono.
   -¡Estupendo! ¿Paso a buscarte a las doce?
   -¿Vamos en coche?
   -Of course...
Colgó rápida el teléfono y abrió su armario entusiasmada.
Después de media hora de indecisión, cogió aquella falda vaquera que su padre tanto critica por su escaso tamaño, una camisa de seda rosa claro y unos tacones del mismo color.
Se dio una buena ducha, se alisó el pelo, se pintó, y puso unos cojines en el interior de la cama por si en el peor de los casos, sus padres entraran, que pensaran que ya estaba acostada. El típico truco, vamos.
Aitana le dio un toque al móvil indicándole que ya había llegado.
Como tantas veces, saltó desde su ventana hasta el balcón, y de ahí sin ningún problema, pasó a la calle donde tuvo que ponerse los tacones rápidamente y en un suspiro, se sentó en el asiento del copiloto del coche de su amiga.
Le dio un beso en la mejilla, y arrancaron velozmente.
-Por fin llegó el día donde mi mejor amiga me presenta a su novio después de varias semanas, ¿te parece normal? ¡Ni siquiera me has dicho como se llama!
   -Quiero que sea una sorpresa. Vas a quedarte anonadada.
   -¿Anonadada?
   -Exacto...
Y las dos rieron estrepitosamente.
Era una chica simpática. Se conocían desde hace un par de años, y desde entonces, se habían hecho inseparables. Tenía una melenita negra cortada tipo casco, con un flequillo ladeado y brillante. Sus ojos eran azules y sus facciones eran muy marcadas. No era tan alta como Martina, pero también tenía un cuerpo agraciado. Llevaba un vestido negro de tachuelas y una torera blanca.
Habían vivido muchas cosas juntas; tanto buenas como malas. Ambas tenían un fuerte carácter, por lo que discutían con mucha frecuencia, pero no lo suficiente para romper su amistad.
Llegaron al chalet donde Eric preparaba su cumpleaños, a la vez que celebraba la despedida del instituto. La mayoría habían cumplido 18, y se marchaban a la universidad.
Aitana aparcó su coche en la entrada y deslumbrantes, entraron en un lugar donde no tenían ni la mayor idea de como iban a salir...
Eric Sandoval las recibió con una gran sonrisa y les indicó donde estaba la piscina, las bebidas, y por supuesto, las habitaciones de la planta baja.
El chalet estaba repleto de adolescentes desenfrenados que bailaban al son de la música.
Las chicas se sentaron en uno de los sofás y empezaron a charlar entretenidamente.
Fue entonces cuando tres chicos sin pantalones, ni camisa se le acercaron y se sentaron junto a ellas.
   -¡Chicas! ¿Se puede saber qué hacéis aquí solas?- preguntó uno.
   -Esperar a mi novio- soltó rápidamente Aitana
Los chicos dirigieron automáticamente su mirada a Martina.
   -¿Y tú, preciosa?
   -Espero a que algún chico me lleve a hacer algo interesante- dijo con una amplia sonrisa.
Entonces éstos se levantaron, la cogieron en brazos y se la llevaron a la piscina.
   -¡Soltadme!-gritaba divertida- ¡no llevo el bañad...!
No le dio tiempo a terminar la frase, porque los chicos la habían tirado al agua sin ningún reparo.
Hace media hora que había llegado, y ya estaba en la piscina con tres chicos desconocidos.
Estuvieron un rato tonteando, pero Martina les hizo salir para buscarle una toalla. Aunque éstos estaban algo ''nerviosos'' tuvieron que aceptar que la chica no quería nada, y acataron su orden.
Salió empapada, con la camisa totalmente transparente, pegada al cuerpo, que invitaba con total libertad a ver el sujetador negro de encaje.
Antes de que a los chicos se le salieran los ojos, se puso la toalla y volvió dentro donde había dejado sola a Aitana.
Cuando llegó al sofá, la vio sentada enfrente de un chico que le daba la espalda.
   -¡Hola!- saludó- ya estoy aquí.
   -¡Martina!- contestó rápidamente su amiga mientras que se levantaba- mira, éste es mi novio. Gonzalo.
El chico que le daba la espalda, se levantó y se dio la vuelta para saludarla.
Ésta se quedó petrificada.
No era el típico musculitos con el que solía salir, ni el típico tío bueno, ni el típico chulazo.
Tenía cara de niño; pelo castaño claro, ojos color miel, y una sonrisa preciosa que le dedicó antes de darle dos besos.
   -Encantado- dijo.
Martina se había quedado totalmente... Anonadada. Sí... Esa era la palabra. Justo como había descrito su amiga.
   -Vaya... por fin te conozco- sonrió la chica despertando del trance.
-Bueno chicos, voy a por unas copas- dijo Aitana alegremente.
Miró a Martina y añadió:
   -Cuídamelo, ¿vale?
Y se despidió dándole un simple beso en los labios.
Gonzalo se sentó e invitó a la chica a sentarse a su lado.
Ésta, ni corta ni perezosa, se quitó la toalla dejando a descubrir su cuerpo empapado, puso la toalla en el sillón, y se sentó encima para no mojar el cuero.
No se le pasó, la mirada indiscriminada pero fugaz, que le echó el novio de su amiga. A ella nunca se le pasaba nada... Y al mínimo indicio, siempre le sacaba punta.
Ese chico había despertado algo especial en ella. No sabía qué... Pero era algo que no había sentido nunca. Y que le gustaba... Si... Le gustaba mucho...
   -Siento estar así de mojada- se explicó Martina- unos subnormales me cogieron en brazos, y me tiraron a la piscina. Ahora estoy helada por su culpa
   -¿Quieres que vaya por otra toalla?- dijo rápidamente Gonzalo.
   -No, tranquilo. No hace falta. ¿Te importa que me acerque un poco más? Verás como así en cinco minutos entro en calor.
El chico dudó durante unos instantes, pero le dio su incómodo consentimiento.
Martina se arrimó un poco más.
Gonzalo empezó a ponerse nervioso. ¿De qué iba esa tía? Era la mejor amiga de su novia, así que no creyó que quisiera nada. Solamente es el roce de la amistad... Pero joder, ¡que él no es de piedra!
   -¿Vas a ir a la Universidad?- le preguntó intentando calmarse.
   -Supongo. Me han concedido una Beca en Oxford- explicó ésta como si nada
   -¿Oxford? Impresionante- sonrió el chico mientras que sin querer volvía la vista a través de la blusa.
Martina se volvió a percatar de ello.
Este era el momento de atacar... Lo sentía mucho por Aitana, pero cuando se enterara de que había sufrido un flechazo, la perdonaría. Además, ella ni siquiera está enamorada. ¡Ni siquiera se conocían más de un mes!
Pero es que él es tan... apenas han hablado, pero le transmite algo... algo importante y especial.
No... No podía hacerlo. No iba a traicionar a su mejor amiga.
No... No voy a traicionar a mi novia- pensaba a la vez el chico- me gusta. Me gusta mucho y no la quiero perder.
Intentaba razonar, pero con una chica como esa a su lado mirándole los labios, era difícil.
Rotundamente no. Él quería a Aitana.
Martina miró de reojo hacia el corro de adolescentes, donde encontró con la mirada a su mejor amiga que conversaba de espaldas, con dos chicas, entre el bullicio.
Cuando se giró, se encontró con la mirada de Gonzalo, que esta vez si estaba a la altura de sus ojos. Sus ojos miel, le parecieron los más bonitos del mundo, y sus facciones infantiles, le parecieron las más perfectas.
Y sin pensar en nada, y sin pensar en nadie, le pasó por encima su pierna izquierda, y le besó.
Al instante Gonzalo, se separó inocentemente.
Pero ya era demasiado tarde... Había caído en sus redes.
Se colocó encima de él, que no tuvo fuerzas para bajarla, y le volvió a besar. Al principio el chico no respondió al beso, pero poco a poco, comenzó a notar su cuerpo mojado en el suyo, y no pudo resistir la tentación.
Se besaron intensamente. Ella encima de él notando su alegría inconsciente y sintiendo que estaba feliz. Que ese no era un beso como cualquier otro que se había dado con más chicos.
Entonces escuchó un ruido de cristales rotos a sus espaldas.
Se separaron instintivamente y vieron a Aitana con la boca abierta , rodeada de trocitos de lo que antes eran copas, y con los ojos vidriosos.
Gonzalo apartó a Martina, y se levantó.
   -Aitana, espera...

Capítulo 2:

Pero ya era demasiado tarde.
Le dio un perfecto bofetón en la mejilla, y sin más, se dio la vuelta.
   -Gonzalo- dijo Martina un poco arrepentida por haber traicionado a su mejor amiga- no vayas tras ella. La conozco, y sé que en un par de días se le pasará. Pero ahora necesita estar sola.
Estaba mal lo que había hecho, pero es que había tenido un flechazo. Se conocían de unos minutos y ya se había dado cuenta de que era el hombre de su vida.
Éste, avergonzado por su acción, decidió marcharse también.
   -Creo que estoy algo confuso... Me voy a mi casa- y sin despedirse se marchó.
De lo demás, solo conservaba vagas imágenes, pero la realidad fue que Martina estaba eufórica. Tanto que sin toalla y atrayendo las miradas, fue a la mesa de la cocina y se bebió cinco cubatas.
Le gustaba mucho ese chico. Es más, ¡le encantaba! Y tenía que conseguir que fuera para ella... Solo y exclusivamente de ella.
Tenía que conseguir su teléfono, su dirección, su correo electrónico, ¡todo!
Aunque antes tendría que aclarar las cosas con Aitana y explicarle por qué sucedieron así.
Ya la llamaría mañana, ahora iba a disfrutar de lo que quedaba de noche.
Se fue a la pista de baile, y en pocos segundos, ya tenía encima a media fiesta.
Los chicos la rodeaban y la animaban a bailar.
Chispeante, los provocaba cada vez más acercándose a ellos , hasta que uno la cogió de la cintura y le plantó un beso mientras que otros les gritaban y silbaban.
No solía ser así de... Pero esa era una noche especial, y tenía que celebrar que había conocido al hombre de su vida; Gonzalo.
Otro par de chicos que iban igual de bebidos que ella, empezaron a toquetearla como si de una muñeca hinchable se tratara.
Entonces vio avanzar a Eric Sandoval entre ellos, que los apartó y agarró fuertemente de la muñeca a la chica.
   -¿Qué haces?- preguntó atontada.
   -Ya has tenido suficiente fiesta por hoy. Te marchas a casa.
Todos los espectadores soltaron murmullos y gritos de desaprobación.
Ésta giró la cabeza y les guiñó un ojo pícara y totalmente borracha.
Su compañero de clase la llevó hasta una de las habitaciones donde al llegar, la gente dejó su chaqueta.
   -Y bien, ¿cuál es la tuya?- le preguntó el chico.
   -Creo que no he traído nada encima- y soltó una serie de diversas carcajadas cada cual más estrepitosa mientras que se sentaba en la cama.
   -Déjame que te busque algo. No podrás salir así a la calle o te costiparás- y rió divertido.
   -De acuerdo mamá.
Y los dos volvieron a reir.
Eric fue hasta el armario, sacó un jersey de punto blanco, y se lo entregó.
Ésta intentó ponérselo pero inútilmente; estaba empeñada en meter la cabeza por la manga.
El chico sonrió y se ofreció a ayudarla.
Se sentó a su lado lentamente, y ésta le apartó el flequillo de la cara.
No quería irse a casa. ¡Ella quería fiesta!
Así que se abalanzó sobre él, y comenzaron a besarse encima de todas las chaquetas de los invitados. Fueron desnudándose poco a poco, el uno al otro sin separar sus fogosos labios.
Llevaban juntos desde la guardería, y nunca se había fijado en él. Era guapo. Y besaba bien... pero no tanto como Gonzalo.
Él la tumbó, y se posicionó encima. Se sintió afortunado, así que quiso hacerlo perfecto. Empezó...
Pero lo que no sabia, era que desde ese momento hasta que acabó, su cara había sido remplazada por otra.

Capítulo 3

Abrió los ojos, apenas había dormido apoyada en ese árbol.
Los rayos de Sol lucían espléndidos en el cielo y ya no llovía.
Se preguntó si sus padres habrían descubierto ya su nota; consultó el reloj; 9.42. No... a esa hora normalmente ella dormía. No habrían querido despertarla. Dentro de un par de horas se darían cuenta a ver que no despertaba.
Se levantó, volvió a guardar la manta, y siguió su viaje.
Anduvo hasta avanzado el medio día, que llegó hasta un pueblo a las afueras de Roma.
Entró en una cafetería, pidió un café y una manzana, y se sentó.
Un par de mujeres la observaban...
Normal, pensó, llevo sin dormir toda la noche, voy con la ropa húmeda y manchada de barro, y debo llevar unos pelos de esquizofrénica.
No pudo evitar llorar.
Entonces alguien se sentó a su lado.
Era una de las señoras de antes que a miraban con tanta curiosidad.
   -¿Estás sola?- le preguntó
Martina se secó las lágrimas del rostro, e intentó contestarle educadamente.
   -Sí, lo estoy.
   -¿Necesitas algo?
   -No, muchas gracias. Solo estoy de paso.
   -No quiero entrometerme donde no me llaman, pero... ¿a donde vas?
La jovencita, bajó la mirada tristemente y se le volvió a escapar otra lágrima.
   -La verdad es que no lo sé. Busco un sitio tranquilo donde pasar unos meses.
   -Ya entiendo- dijo la mujer compadeciéndose de ella- ¿estás de vacaciones y necesitas casa, no?
   -Sí- mintió.
   -Si quieres puedo ayudarte. Por cierto, me llamo Madda- y le estrechó una mano.
   -Yo soy Martina. Pero de verdad, no quisiera molestarle.
   -No te preocupes- le sonrió- anda, levántate y vayamos a mi casa. Querrás darte una ducha.
La chica dio el último sorbo al café, se echó la manzana en la mochila, dejó el dinero en la mesa y asintió agradecida.
Madda se levantó, le dirigió un gesto de despedida a su amiga de la barra, y la condujo hasta una casita verde rodeada de árboles.
Después de una buena ducha y un cambio de ropa, Martina le maquilló un poco su historia, y le contó que buscaba un lugar tranquilo para pasar el verano. Un sitio que estuviera resguardado de las miradas de los entrometidos, donde pudiera pensar tranquila, pasear, leer, ponerse en forma...
   -Da la casualidad, que conozco un sitio así- le contestó con una gran sonrisa- esta misma tarde partía hacia allí para ver a mi tía, que está enferma. Es un pequeño pueblecito costero. ¿Quieres venir?
Martina meditó unos segundos en silencio, y aceptó.
No podría seguir caminando más tiempo sin rumbo. Acabaría por perderse.
 
Tras unas horas de coche, en el que Martina durmió casi todo el viaje, llegaron a Fiorilla, un lugar que la chica no podría haber imaginado nunca.
Abrió los ojos tras la llamada de la conductora, y sorprendida, vio a sus pies, un pueblo a orillas del mar, que escalaba, con su escasa treintena de casas blancas y azules, medio acantilado mientras que las olas espumosas, rugían contra las rocas..
Precioso, pensó- justo el lugar que buscaba.
El automóvil fue descendiendo por el sendero de tierra y piedras mientras que la jovencita contemplaba el paisaje maravillada.. Árboles... miles de árboles con ramas acunadas por el suave viento, cercos con rebaños de ovejas, ancianos sentados en las puertas de sus casas, niños jugueteando por las estrechas callejuelas... Estaba segura de que ese era el sitio al que quería ir. Estaba segura de que ese era el sitio con el que había soñado tantas veces.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un bache, seguido del frenado repentino y el detenimiento del coche.
   -Hemos llegado- anunció Madda.
Bajaron y Martina probó ese nuevo ambiente cálido y acogedor...
   -¿Dónde vive tu tía?-le preguntó.
   -Esta calle hacia arriba. En la puerta hay una herradura, sabrás reconocerla. Puedes ir visitando el pueblo mientras que la saludo. No creo que te pierdas, nos vemos aquí en un par de horas, ¿vale niña?
   -Claro- le contestó agradecida.
Contempló como Madda ascendía entre las casas hasta que giró y se perdió de vista.
También ella se puso en marcha rumbo a la playa.
Descendió lentamente, y dejando la aldea atrás, llegó a la orilla.
Se sentó en una de las numerosas rocas erosionadas por el choque de las olas y cerró los ojos sintiendo la cálida brisa en su rostro...

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