Introducción:

Hola!

Bienvenido al blogg ''Prohibido Olvidarme''.
Su único objetivo, es que lo leáis, os divirtáis y me deis vuestra opinión sobre él.
Espero que os guste
Un beso y gracias

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulos 16, 17, 18

Capítulo 16

   -Debo irme, tengo que estudiar matemáticas- dijo por fin Lèo.
   -Me encantan las mates- sonrió tímidamente, normalmente no solía hacer ese tipo de comentario delante de alguien que acababa de conocer, pero no sabía por qué, Lèo le inspiraba la confianza necesaria para hacerlo.
   -No tienes cara de empollona.
   -Ni tú de ignorante, pero las apariencias engañan- y le guiñó un ojo.
   -Está bien, está bien-sonrió- nos veremos mañana... Anne ha cenado ya y vendrá sobre las 11, cuando acabe la sesión de cine con mi abuela.
   -Cómo se lo montan, ¿no?
   -No veas. Por cierto, ¿tus padres saben que estás aquí?
   -¿Por qué lo dices?
   -Sólo quiero saber si estás en busca y captura por la policía, o simplemente eres legal.
   -¡Imbécil! Les dejé una nota en casa, y le mandé ayer un mensaje a mi hermana con un recado para ellos.
   -Deberías llamarlos...
   -No- cortó.
   -Como quieras... Ah, en este cuarto de baño, hay señal para que te puedas conectar a Internet. La casa de al lado tiene banda ancha, y este lado de la casa la pilla. Quizás podrías mandarle un correo...
   -Ya veré. Gracias Lèo, hasta mañana.
   -Adiós.
Abandonó la habitación, cerrando tras si la puerta.
Era un chico diferente, misterioso... Aquella cicatriz que tanto le imponía a Martina, unos ojos verdes palpitantes, ese tostado de piel tan sublime junto a su manera de tratar los sentimientos, le hacía rodearse de un aura enigmática que llamaba su atención.
Y todo lo que le había contado... ¿De veras era cierto? ¿Puede alguien en el siglo en el que vivimos, absolver tal error como es el engaño de una pareja? Estaba totalmente prendado de esa chica, pero ¿existe un amor tan desmedido como para olvidar en solo tres días que te han puesto los putos cuernos? ¿Tan perfecta era?
Martina no podía abandonar esos pensamientos de su cabeza... Le hacía recordar cada vez más que ella también había sido feliz y a la par dañada. Pero no fue tan afortunada como para presentársele una nueva oportunidad con él. ¿Habría sido capaz de perdonarle?
Palabras inasequibles, preguntas que ya le era imposible contestar, respuestas inalcanzables para ella que cuando empezó a salir con Gonzalo, ni si quiera intuía...
No tenía hambre, por lo que se cambió, desmaquilló y se metió en la cama con el recuerdo en mente de su primera cita con él...


   -¡Bájame tonto!- gritó casi llorando de la risa.
Ambos se encontraban frente al Lago un día después de su encuentro en el jardín de Martina. Era una mañana bochornosa, por lo que decidieron ir al sitio preferido de ella... Era una pequeña laguna que formaba un río cerca de su casa. El agua era cristalina y se encontraba bajo la sombra de un sauce.
Gonzalo la había cogido en brazos e intentaba tirarla al agua.
   -¡Sólo si me prometes que te bañas!
   -Me he lavado el pelo esta mañana, ya te lo he dicho.
   -¡Eres un muermo!
   -Lo sé, y te encanta- sonrió atontada Martina.
Éste suspiró y se lanzó al agua de cabeza.
Ella le observaba desde la orilla... Contemplaba la perfección del que por fin era su chico. Le había costado una amistad, unos días y varias lágrimas... Esperaba que durase para siempre.
El chico estaba bien de cuerpo, o por lo menos en ojos de Martina. No era nada del otro mundo, ya que no practicaba ningún deporte ni iba al gimnasio, pero para ella era perfecto.
¿Quién quiere un musculitos pudiendo tener un músico que te compusiera canciones de piano?
Pero lo que más le gustaba de él, era su timidez y su expresión de niño pequeño... Era tan diferente a todos, que le había hecho enamorarse en menos de 3 días.
   -¡Háblame de ti!- le gritó sentada desde un tronco de lo que antes había sido un árbol que reposaba a orillas del lago.
   -¿Qué quieres saber?- contestó sonriente.
   -Cualquier cosa. En realidad apenas te conozco...
   -Cierto, ni siquiera sé como te apellidas.
   -Ni siquiera sé tu edad.
   -No sé si tienes hermanos.
   -Ni yo sé donde vives.
   -Tampoco sé tus gustos.
   -Sí, si que los sabes.
   -¿Ah si? ¿La fiesta y el alcohol?-dijo divertidamente irónico Gonzalo.
   -Lo que más me gusta en este mundo... Eres tú.
Ella bajó la cabeza, y él se acercó sigilosamente, le levantó la barbilla... Y le besó suavemente.
Un beso húmedo, que la enamoró un poco más.
Salió del agua y rodeado por una toalla se sentó al lado de Martina para decirle:
   -Me llamo Gonzalo Vanni, tengo 18 años cumplidos en febrero, vivo en una urbanización del centro con mis padres y mi hermano mayor Carlo, me gusta la música sobre todo el piano, el violín y la guitarra y soy vegetariano.
   -¿Vegetariano?-dijo ésta con extrañeza- odio la verdura.
   -Eso es psicológico. Oyes de pequeño que a los demás niños no le gusta, y automáticamente deja de gustarte a ti.
   -Sea como fuere, me da asco.
   -Acabará por gustarte...
   -¡No tienen que cambiar las cosas para eso!
Ambos sonrieron y se volvieron a besar.
Sí, definitivamente esa chica era encantadora, expléndida, maravillosa. No entendía como se había fijado en él, un tío tan corriente y normal.
Martina se separó y dijo:
   -Me llamo Martina Colucci, cumplo 18 en julio, vivo con mis padres y mis dos hermanas pequeñas Bianca e Isabella, me gusta el deporte, sobre todo fútbol y baloncesto, me encanta escuchar música y odio los animales.
   -¿Odias los animales? ¡Eso es incluso peor que ser vegetariano!- y volvieron a reir- sabes... Me alegro de estar contigo ahora, es una sensación extraña quizás, pero no sé, me reconfortas.
   -¿En serio?- dijo Martina actuando con una timidez impropia de ella.
   -Muy en serio.
Se abrazaron e hicieron el camino hasta su casa, cogidos de la mano.
Martina le dio las gracias por la mejor primera cita de su vida, y contempló desde su puerta, como él abría el coche, y perfectito, colocaba una toalla en el asiento para evitar mojarlo.
Desde la distancia le sonrió con esa expresión tan... Tan suya, y se despidió con la mano.
 
 

No podía dormir. Esos recuerdos la atormentaban... Así que se levantó y se sentó en el suelo del cuarto de baño.
Comprobó que había internet, e involuntariamente, abrió el correo electrónico.
No tenía mensajes nuevos, pero de todas maneras, ella si que iba a escribir uno:
  ''Papá, mamá, supongo que ya os lo habrá dicho Bianca, pero estoy viviendo en casa de una anciana muy agradable. Me acoge con la condición de que la ayude en las tareas, ya que es ciega. Siento haberme ido así, pero es que no aguantaba ni un minuto más en casa, en Roma. Hace 4 días Gonzalo y yo rompimos... Aitana dejó de hablarme hace más de un mes y yo no puedo más. Necesitaba cambiar de aires.
Espero que estéis bien, un beso.
Martina''
Sus padres no conocían ninguno de los problemas de su hija, ni siquiera les había dicho que su mejor amiga y ella habían roto su amistad. Martina supuso que les era indiferente, pero quizás era la hora de decírselo.
Le dio a enviar tras cavilar unos minutos, y se volvió a la cama. 

Capítulo 17

Varias lágrimas acudieron a sus ojos a causa del recuerdo.
En ese mismo instante, a varios metros de ella... Lloraba un misterioso chico con una cicatriz.
Y a muchos kilómetros de ahí, concretamente en Roma, un muchacho de facciones infantiles le abría la puerta de su Ford Focus a una joven de pelo corto negro y ojos azules gélidos.


6:00 de la mañana.
Martina se calzaba sus deportivas, se colocaba los auriculares y salía a correr. Aún estaba oscuro en Fiorilla, mas era el mejor momento para hacer deporte.
Puso la música a todo volumen, como tanto le gustaba... Quizás porque de vez en cuando, necesitaba abandonar la realidad y adentrarse en el mundo de sus canciones, de sus letras, de sus melodías.
Recorrió las callejuelas de la aldea, todas iguales pero a la par, diferentes. De piedra, todas sus casas blancas con ventanitas azules, pero cada una con una historia que contar. Algunas tenían margaritas en los balcones, otras gatos, un par de ellas tenían la puerta de madera entornada, otras trincadas.
Ojalá y pudiese conocer los secretos de cada una de ellas, de sus habitantes.
Después de estos tres días, le seguía siendo insoluble la idea de describir Fiorilla, indiscutiblemente tan distinta a Roma. Buena gente, tranquilidad, silencio, confianza... Magia.
Sin querer, visitó la capilla en la cual había conocido a esa anciana tan misteriosa.
Había dicho algo así como: '' hay veces en las que son más importantes los detalles, que lo demás'' Se sentó en uno de los bancos a descansar y cavilar. ¿Detalles? ¿No era mejor vivir en armonía, en algo constante, sin cambios y delicioso? Algo que la mantuviese feliz para toda la vida... Que fuera siempre homogéneo. Sí, eso es lo que quería Martina.
Dio un trago a la botella de agua, y descendió por la colina de la Capilla hasta la playa.
Aunque a penas se veía, pudo reconocer la silueta de una persona sentada en un bote de la orilla.
Se acercó silenciosamente un poco más, y sorprendida por la casualidad dijo:
   -¿Lèo?
   -¡Martina!- éste se sobresaltó y dijo mientras se bajaba la capucha de la sudadera- ¿qué, qué haces aquí?
   -Me pareció un buen momento para correr... No hace calor, y por la calle no hay gente que te mire raro como diciendo: ''¿qué haces así en vez de estar en la playa?''
El chico sonrió e intentó peinarse un poco.
   -Personalmente, odio correr.
   -¿Por qué?- preguntó extrañada dado que parecía un chico en forma- ¿te importa que me siente?
Éste le hizo un sitio en el bote y contestó:
   -Me parece aburrido, no tiene meta alguna para alcanzar.
   -Eso es porque lo ves como un deporte. Yo lo veo más como un hobby que te libera de tu vida. Me encanta contemplar como voy más rápida que el mundo...
   -Eres rara.
   -No lo soy.
Ambos rieron mirando al mar.
  -¿Te gusta algún deporte?- le preguntó Lèo.
  -Me encantaría ser profesora de educación física. Me encanta el fútbol y el baloncesto sobre todo. Pero todos esperan que haga algo grande, que estudie medicina, alguna ingeniería....
   -Menuda estupidez.
   -No lo es.
   -¿Por qué nunca estás de acuerdo conmigo?
   -¡Porque tomas las cosas como si fueran simples y sencillas, y no lo son!
   -Quizás tú las hagas complicadas, ¿no crees?
Ambos callaron... Pero Martina retomó el hilo de la otra conversación.
   -Y tú, ¿practicas deporte?
   -Me encantan el fútbol.
   -¿De qué equipo eres?
   -Del Inter de Milán, ¿tú?
   -Yo de la Juventus.. Por cierto, ¿puedo preguntarte una cosa?
   -Supongo.
  -¿Cómo crees que sería mejor la vida, a base de detalles o de una manera homogénea que se da por hecho que te hace feliz?
   -¿Con homogénea te refieres a rutina?
   -Sí, pero una rutina que te agrada.
   -Está claro. Los detalles son los que nos hacen felices.
   -Pero, ¿y si se acabasen?
   -El recuerdo de haberlos vivido, de haberlos sentido... Nunca se borra.
   -Se sufre más al pensar que te gustaría saborearlos, y no puedes.
Lèo la miró extrañado.
   -¿A qué tipo de detalles te refieres?
   -No sé. Por ejemplo, que tu novio un día al año, sin causa ni razón, te regale una rosa y que te sorprenda, que te sorprenda de la manera más ridícula y tonta del mundo.. Si tú piensas que no puedes experimentar esa sensación, sufres.
   -Estás muy equivocada Martina. ¿Por qué atribuyes los detalles de la vida solamente a tu pareja? ¡Abre los ojos! Tienes un mundo que te rodea lleno de secretos y de tonterías que te pueden hacer afortunada.
   -¿A qué te refieres?
   -Mira ven.
La cogió de la mano y se la llevó un poco alejada del bote, en mitad de la playa.
   -¿Qué haces?-le preguntó la chica.
   -Vamos a escribir todos los placeres de la vida que se nos ocurran.
   -¿De qué hablas Lèo?- preguntó la chica pensando que éste necesitaba un psicólogo.
   -¡Sí! Para que veas la cantidad de detalles que pasas por alto.
   -No llevo ningún boli, ¿dónde piensas escribirlo?
   -¿Cómo que dónde? ¡Pues en la arena! ¡Vamos a llenar la playa de placeres!
   -Estás loco.
   -Puede... Las mejores personas lo están.
Martina sonrió y fue consciente de la gran tontería que estaba a punto de hacer con un chico al cual apenas conocía.
   -¿Empiezas tú?
   -Está bien.
El chico fue hacia donde estaban las palmeras, y trajo dos ramas en mano. Una de ellas se la entregó a Martina, y la otra, la utilizó para escribir.
   -La primera va a ser- pensó durante unos instantes- estar en primera fila en un concierto.
   -¿Eso es un placer?
-Por supuesto.
   -Vale, me toca... ¿Bailar bajo la lluvia?
   -¡Genial! Yo propongo también, comer pipas viendo el fútbol y comer los lacasitos por colores.
-  ¡Esa me encanta! ¡Adoro los lacasitos rojos!
Martina más animada, escribió con su rama: ''ver una estrella fugaz, poner caras feas en las fotos y comer nocilla con el dedo''.
   -Hacer pompas de jabón- escribió Lèo.
   -Hablar delante del ventilador y creerte un robot- rió Martina.
   -Pisar la nieve virgen y que te hagan un masaje.
   -Quitarte los calcetines en la cama.
   -El queso fundido.
   -Romper el papel de los regalos y la última frase de un libro.
   -Reirse a carcajadas.
   -Lamer la tapa de los yogures- escribió emocionada Martina.
   -Escribir placeres en la playa con una persona que acabas de conocer- dijo al fin Lèo.
Martina dejó su rama en el suelo, y miró la larga lista de cosas que juntos habían escrito. Quizás unos 100 metros de arena repleta de detalles de la vida.
Sin darse cuenta, los rayos de sol asomaban tímidos por el mar dispuestos a formar un bonito amanecer que sería observado por los que a partir de ese día, serían dos buenos amigos. 

Capítulo 18

Al mediodía la gente comenzaba a llegar a la playa, perplejos al ver la retahíla de frases divertidas que reposaban en la arena, que poco a poco fueron desapareciendo...
   -Querida, acompáñame al mercado. Dijimos de ir ayer y se nos olvidó por completo- explicó Anne.
   -¡Cierto!- contestó Martina- Dígame que necesita e iré yo para ahorrarle molestias.
   -Nada de eso. ¿O quieres que me sienta como una anciana inválida e inútil?
   -No quería decir...- replicó rápidamente la joven.
   -Ya lo sé, ya lo sé... Sólo era una broma. Coge una libreta y apunta lo que debemos comprar.
En ese mismo instante, llamaron a la puerta.
   -¡Anne!- dijeron desde fuera- soy Francesca.
   -Ya voy yo- contestó Martina mientras abría.
Muy a su sorpresa, apareció la anciana con la que estuvo conversando su primer día en Fiorilla en la Capilla... La causante de que esa misma mañana Lèo y ella hubiesen escrito la playa al completo.
   -Hola querida- le dijo Francesca- ¿te acuerdas de mi?
   -Claro, usted es...
   -La abuela de Lèo- completó Anne.
Cierto era que habían muy pocos habitantes en la aldea, pero no por ello, dejaba ésto de ser una coincidencia.
Ambas mujeres se cogieron del brazo y salieron a la calle muy dicharacheras.
Al cabo de una hora bajo el baño de sol ardiente, Martina volvió a casa con bolsas llenas de tomates, lechugas, arroz, pasta, pescado y otros alimentos varios.
Francesca le contó que su nieto había perdido a sus padres hace 5 años en un accidente de avión y desde entonces vivía con ellos mientras que estudiaba para ir a la universidad y trabajaba.
Martina les contó la historia maquillada de por qué había decidido salir de Roma durante sus vacaciones... Realmente mentía bien, pero no lo suficiente como para engañar en realidad a Anne.
Entre las dos ancianas enseñaron a la chica a preparar un exquisito asado de pescado con patatas al horno que comerían minutos más tarde. ¡Quién le iba a decir a ella que saldría de ahí con conocimientos culinarios!
Esa misma tarde, Martina se encontraba en su buhardilla... Extrañando su vida en Roma. Entró al cuarto de baño, se sentó en el suelo apoyada en la pared, y a través del teléfono móvil y tras varios días, abrió su red social favorita... tuenti.
Tenía invitaciones a varios eventos (entre ellos 4 fiestas de cumpleaños de amigos suyos) y un mensaje privado.
Obvió los eventos, y quiso averiguar quién le escribía. El nombre de la última persona que esperaba estaba impreso en la pantalla... Aitana.
Abrió apresurada el contenido del mensaje, y leyó:
''Gonzalo ha hablado con tus padres y le han dicho que te has ido de casa. ¿Estás tonta? Deja de dar la nota y vuelve... Están preocupados''
Cerró furiosa el mensaje y lanzó el móvil al suelo encolerizada. ¿Acaso habían quedado y él sin querer había sacado el tema? ¿Estarían saliendo otra vez? No podía hacerse a la idea de que otra chica, aunque fuese su antigua mejor amiga pudiese besarle, abrazarle, reírse junto a él y pasar tantos momentos inolvidables como ella había podido deleitar.
La odia, lo odiaba, se odiaba a más no poder. Detestaba el sabor de las lágrimas amargas que surcaban su rostro día tras día a causa de Gonzalo, de aquellas facciones infantiles que tanto le gustaban, esos ojos miel vivos, esa timidez que cuando estaba con ella desaparecía. Ese aspecto de niño bueno que resultó finalmente ser un disfraz.
Un ataque de ansiedad se apoderó de ella, un monstruo abominable rugió en su interior... Se apoderó de su pensamiento, de su tristeza, de su rabia... Martina se levantó del suelo, puso la música del teléfono a todo gas, abrió la tapa del váter y obviando la posibilidad de dañarse la garganta, vomitó todo lo que la atormentaba... La imagen de Aitana i Gonzalo besándose, reconciliándose... Y lo que peor llevaba; los intensos recuerdos de momentos vividos con él




Gonzalo y ella iban en el coche, él le había vendado los ojos con el fin de darle una ''maravillosa sorpresa'' tal y como había expresado el chico.
   -¿Vas a decirme de una vez a dónde me llevas?- preguntó con los pies en el salpicadero Martina.
   -¿Por qué eres tan cabezota? Te he dicho que no lo sabrás hasta que no lleguemos.
   -Sabes que odio las sorpresas.
   -Porque eres muy impaciente- dijo mientras aprovechando un semáforo en rojo, ponía un CD.
Tras unos instantes de silencio, comenzó a sonar música clásica.
   -¿Qué es esto?- preguntó perpleja Martina.
   -Concierto para piano nº 21, del mismísimo artífice, Mozart.
Ésta, aunque seguía con los ojos tapados, volvió la cara hacia él y empezó a reirse a carcajadas.
   -¿Llevas a Mozart en el coche?- preguntó sin dejar de reír.
   -Sí...- contestó ofendido.
La chica fue consciente de su tono de voz, por lo que calló e intentó rectificar lo más rápido posible.
   -Eh... mi padre también.
   -Mejor pongo la radio- dijo él.
Comenzó a sonar una canción electrónica que ninguno sabía como se llamaba.
   -¡Esto está mejor!- dijo Martina mientras asentía con la cabeza una y otra vez, y movía los brazos enérgicamente al ritmo de la música con los pies aún en el salpicadero.
Su novio la miró divertido... Y decidió que nada más volver a casa vaciaría la reserva de discos de música clásica.
Nada más finalizar el baile, anunció que ya estaban llegando
Cuando el motor se detuvo, la chica empezó a gritar de emoción.
   -¿Puedo bajar ya?
   -Espera, espera, yo te ayudo.
Gonzalo salió del coche, le abrió la puerta y la ayudó a bajar.
   -¿Dónde estamos?
   -Aguanta un minuto más vamos.
Llegaron hasta un parque repleto de árboles y multitud de diferentes flores de colores carmesíes, fucsias, celúleas, amarillas, naranjas... niños que revoloteaban sobre el césped felices de poder jugar a la pelota, padres que charlaban de las aventuras de sus hijos y pajarillos que piaban cantaores desde las ramas.
   -Ya hemos llegado- le quitó el pañuelo de los ojos y ésta se los restregó a causa de la luz del sol-Vamos a hacer un picnic.
   -¿Un picnic?- gritó emocionada- ¡eres un cielo!
Se abalanzó sobre él, le pasó los brazos por el cuello y le abrazó apasionadamente.
   -Vale, vale- sonrió el chico- ¿dónde quieres que nos pongamos?
   -¿Qué te parece ahí?
Señaló la sombra de un nogal y salió corriendo hacia ahí. Se tumbó en el césped, cerró los ojos y comenzó a tararear una canción.
Gonzalo caminó hacia ella y se sentó a su lado sin dejar de reír... En realidad le encantaba la espontaneidad y la frescura de su chica.
   -Gracias por traerme aquí- Martina había dejado de cantar y lo miraba enamorada.
   -Estás muy guapa hoy- y le acarició la mejilla.
Llevaba la melena rubia ceniza ondeando al viento, una camisa beige con un cuello de encaje y una falda marrón plisada.
   -¿Acaso no lo estoy siempre?- vaciló ella.
   -Por supuesto.
Ambos se besaron y juguetearon como los niños que corrían a su alrededor.
Gonzalo sacó de una cesta el típico mantel de cuadros rojos y blancos que puso en el césped para colocar más tarde dos latas de cerveza fría, un plato de plástico con embutido, una barra de pan, y una tarrina de helado de caramelo y galleta, su favorito.
   -No es mucho- dijo- pero lo suficiente para merendar.
   -¡Es perfecto, de veras! Me encanta que tengas estos detalles conmigo. Significan mucho para mí.
   -¿Ah si? ¿Y qué significan?- dijo burlón.
Martina le miró a los ojos una vez más y contestó.
   -Que me quieres al igual que yo te quiero a ti.
La tarde transcurrió perfecta, ambos escuchando música de todos los estilos, hablando sobre el tiempo, sobre helados, sobre ellos... Hicieron carreras hasta un estanque con palomas, rieron, gritaron y fueron un poco más felices durante varias horas...


Éste recuerdo fue interrumpido con varios golpes en la puerta de su habitación.
Se levantó del suelo rápidamente, se enjugó las lágrimas y se refrescó con un poco de agua... Su aspecto era horrible, ya que el rímel viajaba sin billete alguno por su rostro.
Salió del baño y sin abrir la puerta preguntó:
   -¿Quién es?
   -Soy Lèo, ¿puedo pasar?
   -Un segundo...
Volvió a mirarse al espejo y seguía con la misma mala cara de antes. Se sentó en la cama y abatida dijo...
   -Pasa si no eres sensible al ojo.
El joven abrió la puerta y entró con una enorme sonrisa en la cara que se le borró nada más verla. Exageró una simulada cara de susto y gritó:
   -¡Monstruo! ¿Qué has hecho con Martina? ¡Tráela de vuelta por favor!
   -Cállate- le dijo ésta cortante mientras se sentaba en la cama y se restregaba los ojos.
   -Ei ei- contestó éste sentándose a su lado- ¿qué te pasa?
   -Nada, ¿qué quieres?
   -Acabo de salir de trabajar y pensé que te gustaría dar un paseo.

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